“Vinieron un guardia civil y un requeté, se lo llevaron y ya no supimos de él. Suponemos que lo mataron aquella misma noche o a la noche siguiente”. Lo recordaba una nieta que aguardaba la exhumación de su cuerpo, finalmente recuperado por la ARMH a finales de mayo, con otros 33 más. Lo detuvieron y fusilaron en los primeros días de abril de 1939 junto a la tapia norte del cementerio, y lo arrojaron a una fosa común extramuros de más de seis metros de profundidad. Los 34 acabaron ahí tras un paseíllo o tras la farsa de un juicio sumarísimo sin pruebas ni garantías procesales. Hay otros 250 asesinados más en otras fosas comunes del cementerio de Manzanares, todos ellos arrojados en montonera, como restos de una demolición. En total, unos 288 (digo “unos”, indeterminado, porque nunca se pueden asegurar las cifras de aquella masacre oscura, pueden ser más) cuerpos anónimos, aunque tuvieron nombre, sepultados sin dignidad. Olvidados por casi todos. Despreciados por los herederos de sus verdugos y/o los que se nutrieron y/o enriquecieron gracias al genocidio.
El 16 de agosto de 1936, fue detenido Federico García Lorca por la Guardia Civil en casa de su amigo Luis Rosales, que tenía dos hermanos falangistas. Acompañaban a los guardias Juan Luis Trescastro Medina, Luis García-Alix Fernández y Ramón Ruiz Alonso, exdiputado de la CEDA, que había denunciado a Lorca ante el gobernador civil de Granada José Valdés Guzmán. Valdés consultó con Queipo de Llano lo que debía hacer, a lo que éste le respondió: «Dale café, mucho café». Recuerda Ian Gibson que se acusaba al poeta de «ser espía de los rusos, estar en contacto con estos por radio, haber sido secretario de Fernando de los Ríos y ser homosexual». Sobre todo de ser homosexual, porque un español es muy macho y ha de lucir un pecho abombado. Fue trasladado al Gobierno Civil, y luego al pueblo de Víznar donde pasó su última noche en una cárcel improvisada, junto a otros detenidos.
Federico García Lorca fue fusilado a las 4’45 h del 18 de agosto en el camino que va de Víznar a Alfacar. Su cuerpo permanece enterrado en una fosa común en algún lugar de esos parajes, junto con el cadáver de un maestro nacional, Dióscoro Galindo, y los de los banderilleros anarquistas Francisco Galadí y Joaquín Arcollas, ultimados con él. Juan Luis Trescastro presumiría después de haber participado personalmente en los asesinatos, recalcando la homosexualidad de Lorca. Como los asesinados en Manzanares en 1939, cuerpos desaparecidos y anónimos, aunque con nombre.
El 10 de julio de 1997, Miguel Ángel Blanco fue secuestrado por tres miembros de ETA, que exigía el acercamiento de los presos de la organización terrorista a las cárceles de Euskadi. Ante la negativa del Gobierno de Aznar, la tarde del día 12 fue tiroteado en un descampado y murió en la madrugada del día 13. Miguel Ángel Blanco era un anodino concejal del PP en Ermua, pero era ante todo un ser humano. Sus asesinos acabaron con el político, al margen de su naturaleza humana, porque lo primero que hace un asesino, antes de cometer el crimen, es despojar a la víctima de su condición humana. En eso siguieron la misma pauta que los criminales de Víznar o Manzanares.
El día 11 las calles de España se llenaron de manifestantes con las manos blancas, exigiendo la liberación de Miguel Ángel y el fin del terrorismo de ETA. Pero lo mataron.
Nadie tiene derecho a disponer de la vida de nadie. Nadie tiene derecho a usar el terror ni ningún otro medio violento para imponer sus categorías. Esto fue lo que sacó a la calle el 11 de julio de 1997 a la ciudadanía, y ésta fue la génesis de la derrota de ETA. Y la transgresión de esos principios fue el origen del genocidio franquista y los 40 años de dictadura sangrienta.
Miguel Ángel Blanco tiene una tumba donde sus allegados pueden visitarlo y llevarle flores; justamente de eso carecen García Lorca y los asesinados de Manzanares. Muchos lugares han levantado monumentos o estatuas en memoria de Blanco (en Manzanares hay una), pero, sobre todo, se ha convertido en una mercancía con la que trafica la derecha con fines electorales, y algunos para labrarse un porvenir saneado.
Los familiares y descendientes de los 34 de las fosas exhumadas, ya dignificados, de los 280 que están pendientes de exhumar y dignificar, de las decenas de miles que ocupan miles de cunetas y fosas comunes, sin nombre ni dignidad, hubieron de huir de sus lugares de residencia perseguidos, expoliados, extrañados y marginados, porque eran hijos de rojos, aunque no hubieran hecho daño a nadie, porque descendían de rojos o estaban emparentados con rojos, para dispersarse, sin ningún amparo ni respeto, simplemente para sobrevivir. Seguramente han sobrevivido, en su mayoría a costa de la desmemoria, porque la lezotecnia, el extrañamiento y el autoexilio fueron la condición para pasar desapercibido, y éste la condición para la supervivencia, la mera supervivencia.
A una buena parte de las víctimas de ETA y de sus familiares les organizaron asociaciones de víctimas, AVT y Covite, entre otras y principalmente, para protegerlas, reconocerlas, acompañarlas en su dolor y darles apoyo y aliento. Fue necesario para que el dolor no se convirtiera en sufrimiento, y porque la sociedad ha de reconocer y acoger a quienes sufren las consecuencias de la barbarie de aquellos que tratan de destruir los bases de libertad, democracia, justicia e igualdad sobre las que nos organizamos.
ETA ya no existe, pero continúan existiendo los que se nutren de ella. Partidos políticos, asociaciones y particulares carroñeros, que han convertido el terrorismo en un caladero de votos y sinecuras o en una coartada para conseguir un buen puesto de trabajo. Miserables, desalmados e inútiles instalados sobre los cadáveres y las víctimas, convertidos todos en pitanza. Con la muerte de Lorca nadie se ha beneficiado, al contrario, todos hemos sido golpeados y perjudicados, todos somos víctimas; con Blanco, sin embargo, muchos han encontrado un trabajo bien remunerado. No es interés por la vida, sino por la nómina. No es interés por la dignidad, sino por la hacienda.
No todas las muertes son iguales. Los asesinados de las fosas comunes de Manzanares o García Lorca no son iguales que Miguel Ángel Blanco. Que Miguel Ángel Blanco o cualquiera de las novecientas y pico víctimas del terrorismo etarra. Los asesinados de Manzanares, García Lorca o cualquiera de los más de cien mil que permanecen en cunetas, fosas comunes o simples agujeros. Se rememora el horror de los atentados de Hipercor o el cuartel de Zaragoza, pero se obvian como si no hubieran sucedido el bombardeo de Guernika o la Espantá.
El alcalde de Manzanares prometió un panteón, lugar de reconocimiento o de memoria para los 34 exhumados el primer día del inicio de los trabajos. ¿Sólo para los 34? ¿Y los demás, los otros 250? En el fondo, sólo fue la propaganda de un charlatán: Manzanares, a día de hoy, continúa reconociendo o exaltando a franquistas, es decir, a cómplices del genocidio mediante placas, calles, medallas y simbología.
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