Estaba mal desde el infarto. No se
lo ha llevado el covid-19, a pesar de su voracidad. Se lo ha llevado
el corazón, con el que quería tanto. Su forma descarada e
irreductible de afrontar la vida. Se equivocaría muchas veces, pero
todos nos equivocamos para ser humanos. Amó la vida y amó la
libertad, por la que empeñó su vida.
Los de mi edad tenemos muchas
referencias musicales y poéticas. Podría hacer una lista y me
saldría una docena por lo menos, todos importantes. Pero en mi caso
ha habido dos esenciales por razones culturales, emocionales e
ideológicas. Uno fue Paco Ibáñez y otro fue Luis Eduardo Aute, por motivos diferentes y por un trasfondo político y poético semejante.
A Paco Ibáñez lo conocí a finales de los 60, cuando el Consejo de
Guerra de Burgos contra ETA, siendo yo estudiante de
Preuniversitario. Me lo presentaron a través de dos de sus canciones a
la salida de un ensayo de una obrita menor de teatro de Valle Inclán,
otro maldito. Las canciones eran: Soldadito boliviano y La mala
reputación. Canciones para fortalecer poéticamente el compromiso
con la locura, la rebeldía, la determinación y la resistencia, de
las que hablaba tanto León Felipe. Hubo más canciones, claro, hubo
muchas, y hubo más cantantes, y hubo poetas, Gabriel Celaya y Blas
de Otero entre ellos, pero esas dos canciones quedaron ahí para
siempre en el imaginario.
A Luis Eduardo Aute lo reconocí,
porque ya lo conocía de antes, pero sin darle importancia, en los
agónicos últimos días del franquismo, cuando el mayor genocida de
la historia de España puso el enterado en unas sentencias de muerte
que llevaron al fusilamiento a un grupo de muchachos, a manos de unos
pelotones de borrachos. Lo reconocí cuando supe de Al alba, unos
versos mecanografiados que me pasaron, aunque lo oiría más tarde en
la voz de Rosa León. La hoja con los versos se perdió en algún
mechinal, pero tengo ahí las voces suya y de Rosa resonando todavía,
esos versos lentos, con escaso acompañamiento musical, versos casi
desnudos, porque están escritos para arropar las desoladas almas de
los que sufrimos con la muerte injusta y cruel de un ser humano, de
los que creemos, como él, y por eso disfrazó su airada protesta y su dolor de
balada de amor, que sólo el amor puede salvarnos de cualquier
desastre y construir un mundo mejor, más limpio y más libre. Más
humano, donde quepan todos los seres humanos. Luego hubo más versos
suyos y más poemas, pero esos se quedaron ahí para marcar un hito,
un antes y después, para dar un portazo sangriento a la dictadura.
Al alba, te marchaste al alba.
Llenaste mi cuerpo
con el fuego de tu amor
Y te fuiste al alba.
Ahora se ha marchado él y nos ha
dejado huérfanos. La tierra le será leve, porque la tierra lo ama.
Es bueno recordarlo hoy con tantos
muertos nuestros amontonándose en las puertas de nuestras casas y de
nuestras conciencias. Porque un virus los mata, sí, o los remata, el
asesino es un virus, pero en realidad los mata una sociedad que ha
optado por deshacerse de los seres humanos para optar por los
negocios, ni escuelas, ni ciencia, ni cultura, ni hospitales,
negocios. Y hemos permitido que el mundo derivara hacia un agregado
colectivo sin códigos ni reglas, donde reina la ley del más fuerte y del
más adinerado y triunfa el darwinismo social, en contra de la
justicia y los cuidados, que sólo el amor puede darnos.
Luis Eduardo Aute nos hace falta.
Por lo menos sus versos. Estos por ejemplo:
Ay, amor mío,
qué terriblemente absurdo
es estar vivo sin tu latido.
Que el final de la historia,
enésima autobiografía de un
fracaso,
no te sirva de ejemplo.
Hay quien afirma que el amor es un
milagro,
que no hay mal que no cure,
pero tampoco bien que dure cien
años,
eso casi lo salva.
Lo malo son las noches que mojan mi
mano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario