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lunes, 17 de septiembre de 2012

Socotra, París, Madrid y la crónica caótica de una manifestación



Si este blog fuese un comercio que se clausura, este artículo sería la operación remate. Ya se sabe que en época de rebajas siempre hay remate. En los próximos días echaremos definitivamente el cierre y ya no se podrá acceder a la bitácora.

Pero la manifestación del sábado y un accidente inesperado le piden al cuerpo de uno estas últimas reflexiones, algo así como sacar al escaparate las últimas palabras del último rincón del almacén donde alguna vez se apilaron. Siempre se guardan palabras en alguna parte para cosas de última hora. Residuales, inconexas, cada una de su padre y de su madre. Tal vez. O precisamente porque ya son de saldo.

Veamos.

Socotra es una isla (en realidad, un archipiélago) en medio del Océano Índico, frente a las costas del Cuerno de África, a 250 km del punto continental más cercano, 20 veces la anchura del estrecho de Gibraltar. Por su biodiversidad y por contar con unas 700 especies únicas en el mundo, fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Desde la costa yemení, a donde pertenece, no puede verse porque la oculta la esfericidad de la mar. Es una parábola de la utopía, si por utopía entendemos el paraíso o el horizonte inalcanzable. Y de la distopía, porque la abigarrada vegetación esconde un desierto.

Socotra es el sueño al que se recurre o en el que uno se encuentra. Para alcanzar los sueños siempre hay que emprender un viaje, abandonar la orilla segura y exponerse al fracaso. Una aventura iniciática de la que uno regresa transformado. Cuando regresa. Si es que regresa. Quien visita los sueños ya nunca es el mismo. Quien emprende un viaje inicia su metamorfosis. Quien se echa al camino, transita de la mano de un poeta. Está escrito. Los pies del caminante escriben en el camino.

El corazón de las tinieblas, Don Quijote, por ejemplo. Y la aventura colombina.

“Siempre nos quedará París”, dicen en Casablanca. Siempre tendremos Socotra. Siempre nos quedará París, es decir, el lugar en el que perdernos sin mácula. Siempre recordaremos el balcón de los geranios, porque a su través surgimos. Y la fragua. Y la tahona. El aroma, el fuego y los sonidos impregnan el origen y la memoria. Los geranios nunca se marchitan en la memoria. Socotra siempre nos estará esperando.

Madrid siempre ha sido un poblacho castellano. Pero se convirtió en el útero en el que unos pocos volvieron a gestar la palabra democracia. Y la palabra libertad. Donde unos pocos decidieron recuperar la dignidad secuestrada. Podría ser un fracaso y los hombres ya no serían los mismos. Pero no será un fracaso. “Mi confianza en el ser humano está lastimada, pero sigue en pie”, ha escrito Juan Gelman. Sol es una plaza que se llama confianza.

A través de Slide, había colgado un álbum de fotografías de Socotra en el margen izquierdo de la bitácora, abajo, pero en los últimos días descubrí que se había desvanecido. En su lugar había un desconchón. Slide ha desaparecido y, con él, todos los ficheros colgados. Éste es el accidente. Así que repuse una fotografía deprisa y corriendo para rescatar la magia de los significados. No se puede dejar una casa con desconchados. Aunque no es suficiente, tenía que explicarlo. Y contar que Socotra, París y Madrid acaban siendo la misma cosa. Y el 15M, por el que se abrió esta bitácora. No hay trayectoria personal aislada, aunque la haya, toda trayectoria es necesariamente colectiva. Entre lo personal y lo colectivo siempre hay una relación dialéctica. El amor es la raíz que los confunde y equilibra.

Podríamos estar ante Socotra y no reconocerla. Socotra no es sólo una isla frente a Yemen o Somalia, sino la utopía que germina en nuestro corazón solitario. Como París no sólo es la capital de Francia. París también es una película, el lugar al que se vuelve para entendernos o recordarnos. Podríamos estar ante París y no reconocerlo, parecernos una ciudad normal y corriente. Podríamos estar ante el paraíso y no reconocerlo. Su guardián no es un ángel alado con una espada flamígera en las manos, sino nuestros prejuicios y nuestros miedos. Podríamos estar ante la utopía y salir corriendo, como aquel hombre que buscaba a dios y, al encontrarlo, salió huyendo colina abajo, aterrorizado, ante la perspectiva de tener que buscar un nuevo sentido a su vida. Podríamos estar ante la libertad, Madrid nos podría entregar la libertad mañana, y no reconocerla. La libertad es un reto al que miramos aterrorizados. El amor es otro reto, acaso el reto, al que también miramos con recelo.

Cuando nos observamos por la mañana en el espejo no sé si nos reconocemos. ¿Somos ése que vemos? ¿No lo somos? ¿O precisamente porque lo somos reconstruimos nuestra imagen con el peine y el maquillaje? La imagen que sale a la calle es lo reconocible, pero no siempre es la que nos examina desde el espejo, el verdadero ser humano que nos habita no nos resulta reconocible y por eso nos apresuramos a cambiarlo, a “mejorar la imagen”. No sabes cómo me levanto por las mañanas, decimos. Claro, por las mañanas siempre nos levantamos sin máscara.

Podríamos estar ante dios y no reconocerlo o, reconociéndolo, podríamos huir de él, no ya por miedo como el que huye de él en el relato de Tagore, sino porque se parece demasiado a nosotros. Dios se parece a nosotros, es como nosotros, tan imperfecto y tan poderoso como nosotros, nosotros somos dios o dios es cada uno de nosotros, es nuestra creación y nos reta. Eso es lo que nos aturde. Que no necesitamos a nadie, aunque necesitemos a todos, aunque nos necesitemos todos, es decir, que no necesitamos salvadores ni iluminados, nosotros nos bastamos. Conocemos el camino a Socotra. Es decir, sabemos qué hacer de nosotros y de nuestros problemas, aunque no fueran nuestros al principio, sabemos qué hacer de esta crisis, por ejemplo. Sé qué hacer de mí, sabes qué hacer de ti, sabemos qué hacer de nosotros.

Estamos ante unos fantoches y no los reconocemos. Rajoy, Merkel, Aguirre, fantoches. Y toda su cuadrilla de cómplices y generales de campo, fantoches. Por interés propio o de los jefes a los que sirven. Cayo Lara, Rubalcaba, Toxo, Méndez, fantoches asimilados. Por ineptitud irredenta. Todos, una vieja casta de cretinos, defensores de un mundo en declive, en trance de desaparición.

Y estás tú, pero tú eres otra cosa. Tú eres lo importante.

Reviso las notas de la última manifestación de Sol, sobre la que no escribí en su momento, aunque guardé las octavillas, y me doy cuenta de que podrían servir para ésta. La protesta ha envejecido. Desde hace año y medio. Acaso porque los problemas han envejecido. En eso consiste la vejez: en ser hoy como ayer, o como se será mañana. Lo viejo es previsible. Ya no se puede ser otra cosa sino lo que se es. O lo que se fue. El neoliberalismo nos quiere devolver al siglo XIX. Lo que se es y lo que se fue para un neocon es lo mismo.

En Sol y hoy en Colón sólo hay ciudadanos. Solos.

La policía tomó un día Sol y en esta ocasión ha tomado los alrededores de la sede del PP. Nos tienen miedo y quieren que sintamos miedo. Nos llamaron a las urnas y nos han abandonado. Repito: parece que nos tuvieran miedo. Quizá porque pensamos.

Me gustaría pensar que nos tomamos a nosotros mismos.

Uno tiene la sensación de que el 15M ha sido violado. Ha habido voces que han sido borradas y otras que se han sumado al circo de los acomodados.

En Grecia: semana laboral de 6 días y jornadas de 13 horas.

En España: se desmonta la investigación pero se amplían créditos a defensa.

Son dos ejemplos. Cualquiera puede hacer la relación completa sin mayor esfuerzo. Sanidad, enseñanza. No importa. Lo que está en juego es nuestra vida. Tu vida. Mi vida. Vivir. Se trata de vivir. En Sol se trataba de la vida.

Es la hora de la política, aunque no es la hora de estos políticos, de ninguno de los que se sienta en cualquiera de los parlamentos. Es la hora de ocuparnos de la política.

Espero que nadie me hable de patriotismo.

Es la hora de viajar a Socotra. No sé si decir que te necesito. Lo digo. No me gustaría ir solo. Pero iré si es necesario.

Es la hora de completar el equipaje.

Cuando llegué al paseo de Recoletos, me senté en la hierba, con la espalda apoyada en un árbol. Y me puse a leer un libro. No diré cuál. Sólo diré que habla de Socotra. Sin saberlo.

En Sol una muchacha leía Catcher in the rye, de Salinger, en inglés, El guardián entre el centeno, que en realidad es una historia iniciática.

Tenía que haber traído a Gaia. Le habría gustado.

Gaia está en el origen de un recorrido inciático.

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