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jueves, 12 de julio de 2012

Ocurrencias de un jueves por la tarde



Lo peor de la derrota es acostumbrarse a ella. Te derrotan hoy, te derrotaron ayer y el mes pasado, te derrotaron en el siglo pasado, te derrotaron en la piel de tus antepasados hace dos o tres generaciones, te han derrotado en la carne de tus semejantes,... y ya te parece natural que vuelvan a derrotarte mañana.

Lo peor de los imbéciles, cuando la casualidad los pone al frente de cualquier tarea, es que no creen necesaria la inteligencia para ocuparse de su quehacer. En su necedad creen tener poder suficiente.

Lo peor de los delincuentes es la sensación de impunidad.

Lo peor de los ineptos es que todos les parecen ineptos, excepto ellos.

El peor enemigo de la libertad es el miedo. Lo demostró Erich Fromm hace 70 años, en plena efervescencia del nazismo, y parece que lo hubiéramos olvidado.

Lo peor de la democracia es que se convierta en rutina, y la hemos convertido en una rutina cada cuatro años.

La libertad y la democracia no parecen concernirnos ni interpelarnos, y, sin embargo, no podríamos llamarnos seres humanos sin ellas.

Un minero, un parado, un desahuciado,... es uno cualquiera de nosotros. Somos parte del mismo organismo solidario. Los triunfos deportivos, los de la selección de fútbol, por ejemplo, sólo son artículos de lujo en un escaparate de Serrano.

Es una idea que repito con frecuencia, cambiando sólo las palabras: la banca, los inversores, los empresarios,... y sus lacayos, los economistas, los periodistas, los políticos,... se han encerrado en Versalles y celebran fiesta tras fiesta, como si el mundo fuera Versalles, mientras la gente de París pasa hambre en las calles, y protesta. Cualquier día alguien dará el primer paso y todos asaltarán la Bastilla. Y también esta vez la guillotina ocupará las plazas.

Nos dicen: no hay otras recetas que nuestras recetas. Distintas de las que nos están imponiendo y de las que proclaman con su vocecilla necia la izquierda socialista, radical o como se llame. En la utopía del horizonte, sin embargo, yo veo una sociedad que no lleva adherido el adjetivo de capitalista.

A veces nos preguntamos por qué. ¿Por qué, cómo hemos llegado hasta aquí? Hemos permitido que nos administren la libertad y la democracia, y eso sólo es ocupación de cada uno de nosotros. Y el abandono nos ha degradado, personal y colectivamente. Hemos dejado de estar comprometidos con nosotros mismos y hemos convertido la libertad en libertad de elección entre diferentes marcas en el supermercado. Sampedro lo ha dicho de otra manera: libertad de expresión, sí, pero lo esencial es la libertad de pensamiento.

Unos pocos datos que no debemos olvidar, y que muchos empiezan a obviar o disfrazar (basta ver algunos artículos en la Cadena Ser, El País y Público, por ejemplo): la crisis no la hemos creado nosotros, sino su propia voracidad; la crisis no es coyuntural, sino sistémica; la crisis no es sólo económica ni tiene una raíz exclusivamente económica, sino, sobre todo, ética y de principios; la injusticia, la desigualdad entre los hombres es una condición y una necesidad del sistema para su supervivencia, no un fallo en sus engranajes.

El PP sólo es el actual trampantojo de la crisis. No conviene quedarse en las risas ni en los aplausos obscenos de ayer cuando el jefe de los cretinos de derechas anunció las últimas medidas fiscales y sociales, es decir, cuando perpetraron el último delito de lesa ciudadanía. No. Conviene mirar detrás y quizás hallemos en su representación chulesca la razón de su debilidad y de nuestra fortaleza.

Han mentido, mienten y seguirán mintiendo. La verdad es el primer rehén que se cobró la crisis.

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