Lo
peor de la derrota es acostumbrarse a ella. Te derrotan hoy, te
derrotaron ayer y el mes pasado, te derrotaron en el siglo pasado, te
derrotaron en la piel de tus antepasados hace dos o tres
generaciones, te han derrotado en la carne de tus semejantes,... y ya
te parece natural que vuelvan a derrotarte mañana.
Lo
peor de los imbéciles, cuando la casualidad los pone al frente de
cualquier tarea, es que no creen necesaria la inteligencia para
ocuparse de su quehacer. En su necedad creen tener poder suficiente.
Lo
peor de los delincuentes es la sensación de impunidad.
Lo
peor de los ineptos es que todos les parecen ineptos, excepto ellos.
El
peor enemigo de la libertad es el miedo. Lo demostró Erich Fromm
hace 70 años, en plena efervescencia del nazismo, y parece que lo
hubiéramos olvidado.
Lo
peor de la democracia es que se convierta en rutina, y la hemos
convertido en una rutina cada cuatro años.
La
libertad y la democracia no parecen concernirnos ni interpelarnos, y,
sin embargo, no podríamos llamarnos seres humanos sin ellas.
Un
minero, un parado, un desahuciado,... es uno cualquiera de nosotros.
Somos parte del mismo organismo solidario. Los triunfos deportivos,
los de la selección de fútbol, por ejemplo, sólo son artículos de
lujo en un escaparate de Serrano.
Es
una idea que repito con frecuencia, cambiando sólo las palabras: la
banca, los inversores, los empresarios,... y sus lacayos, los
economistas, los periodistas, los políticos,... se han encerrado en
Versalles y celebran fiesta tras fiesta, como si el mundo fuera
Versalles, mientras la gente de París pasa hambre en las calles, y
protesta. Cualquier día alguien dará el primer paso y todos
asaltarán la Bastilla. Y también esta vez la guillotina ocupará
las plazas.
Nos
dicen: no hay otras recetas que nuestras recetas. Distintas de las
que nos están imponiendo y de las que proclaman con su vocecilla
necia la izquierda socialista, radical o como se llame. En la utopía
del horizonte, sin embargo, yo veo una sociedad que no lleva adherido
el adjetivo de capitalista.
A
veces nos preguntamos por qué. ¿Por qué, cómo hemos llegado hasta
aquí? Hemos permitido que nos administren la libertad y la
democracia, y eso sólo es ocupación de cada uno de nosotros. Y el
abandono nos ha degradado, personal y colectivamente. Hemos dejado de
estar comprometidos con nosotros mismos y hemos convertido la
libertad en libertad de elección entre diferentes marcas en el
supermercado. Sampedro lo ha dicho de otra manera: libertad de
expresión, sí, pero lo esencial es la libertad de pensamiento.
Unos
pocos datos que no debemos olvidar, y que muchos empiezan a obviar o
disfrazar (basta ver algunos artículos en la Cadena Ser, El País y
Público, por ejemplo): la crisis no la hemos creado nosotros, sino
su propia voracidad; la crisis no es coyuntural, sino sistémica; la
crisis no es sólo económica ni tiene una raíz exclusivamente
económica, sino, sobre todo, ética y de principios; la injusticia,
la desigualdad entre los hombres es una condición y una necesidad
del sistema para su supervivencia, no un fallo en sus engranajes.
El
PP sólo es el actual trampantojo de la crisis. No conviene quedarse
en las risas ni en los aplausos obscenos de ayer cuando el jefe de
los cretinos de derechas anunció las últimas medidas fiscales y
sociales, es decir, cuando perpetraron el último delito de lesa
ciudadanía. No. Conviene mirar detrás y quizás hallemos en su
representación chulesca la razón de su debilidad y de nuestra
fortaleza.
Han
mentido, mienten y seguirán mintiendo. La verdad es el primer rehén
que se cobró la crisis.
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