Hay que equivocarse, hay que cometer errores. Sólo el que comete errores, sólo el que se equivoca se aproxima a la verdad. Por eso dicen los budistas que antes de iluminarse hay que pasar por 3, 33, 3.333, 333.333 o 3.333.333 vidas. No quieren decir que haya que reencarnarse y pasar efectivamente por todas esas vidas para iluminarse, es decir, para alcanzar la sabiduría, para confundirse con el universo, para formar parte del océano. No. Quiere decir que en el cata y prueba se alcanza la sabiduría. Y no es por causalidad, sino como resultado del proceso de búsqueda. La sabiduría se alcanza o se consigue no por alcanzar una meta sino por recorrer un camino, en el que el esfuerzo, la dedicación, el desprendimiento, la pureza del corazón son elementos esenciales.
Eso también lo dice Fulcanelli, el último alquimista. No hay sabiduría sin limpieza de corazón. Lo primero es el corazón limpio.
No es más sabio el que más saberes acumula, eso es una enciclopedia, sino el que se abre a ellos con el corazón limpio, es decir, sin intereses, sin ánimo de obtener resultados, sin querer nada a cambio, sino por generosidad, por amor. Por amor a sí mismo y por amor a dios, es decir, al universo, al todo y a la profundidad de la nada, es decir, a la totalidad de la nada.
Está uno más cerca de la verdad, está uno más cerca de la sabiduría, está uno más cerca de dios desde el error. Desde el éxito, no, porque el éxito es un fin en sí mismo, en tanto que el error es un acicate, es un reto para volver a repetir la experiencia. El éxito no nos acerca a la sabiduría, el éxito no nos acerca a dios. La parábola del rico que no cabrá por el ojo de la aguja se puede leer en ese sentido. Botín nunca será un sabio. Y nunca verá a dios, por lo tanto. Un rico nunca será un sabio, porque tiene éxito, porque lo tiene todo, porque cree que esa es la finalidad de su estancia en este mundo. Desde la cima no hay más perspectiva que el despeñadero. Ha alcanzado el estatus supremo, no hay más que eso, en tanto que el que indaga y fracasa, el que jamás tiene éxito entiende que su interrogación no se resuelve con la respuesta -la respuesta, a veces, sólo es un espejismo-, sino con el hecho de interrogar, porque quien es capaz de hacer una pregunta está entendiendo el mundo.
La respuesta no es la que resuelve el problema, sino la pregunta. Quien nos pregunta cuántas son 2 y 2 nos propone, en realidad y aún sin saberlo, el reto de la verdadera pregunta, de cuál ha de ser la pregunta. Porque la respuesta es sencilla. Sólo hay que pensar un poco. 4 diremos. No, nos hemos equivocado. No. Esa es la respuesta de quien no se hace preguntas. Puede ser 4 o puede ser otra cosa. La pregunta conduce a otra pregunta. 4, 2 y 2, en qué circunstancias, en relación con qué se nos pregunta cuántas son 2 y 2. No es lo mismo decir qué es un adjetivo a pon un adjetivo. Cuando nos preguntan cuántas son 2 y 2 nos están diciendo poner un adjetivo. Dar respuestas es poner adjetivos. Hacer preguntas es indagar en la naturaleza de los nombres y en la naturaleza de los adjetivos.
Quien fracasa está más cerca de la verdad, está más cerca de dios. Pero no porque haya un dios misericordioso que nos otorga ese don, sino que se trata de una conquista. La verdad no es un don. La verdad se arranca. La sabiduría se arranca, nadie nos la da, nadie nos la otorga, nadie nos la concede, nadie nos la presta, no puede prestarse, se tiene o no se tiene. Puesto que la verdad es, sólo puede ser sabio quien se sumerge en ella hasta disolverse.
Lo primero es el amor, lo primero es el corazón limpio, el corazón cristalino y, después, o junto con, porque todos los procesos son dialécticos, está la reflexión, está la indagación. La indagación no es sentarse, ponerse el dedo bajo la barbilla y el otro sobre la sien, no, es mirar las cosas con amor, es introducir la ósmosis, para que las cosas nos empapen, nos invadan, nos confundan (en sentido etimológico, con-fundir, fundir con, no en el de equivocar), para que las cosas formen parte de nosotros, sean del aprendiz, como el aprendiz lo es de ellas.
Se dice -y se comprueba frecuentemente en física- que cuando se observa un fenómeno el resultado de la observación no es el fenómeno mismo sino el fenómeno modificado, porque la observación lo modifica. Es inevitable. Y eso pasa en química y pasa en biología. Incluso sucede cuando uno lee una novela o un poema, que no son la novela ni el poema que el autor escribiera. Cuando uno mira a través del microscopio un trozo de lo que sea, no ve ese fragmento, lo ve tintado, modificado, muerto, lo ven sus ojos, sobre todo, el gran traductor subjetivo, y debe construir una hipótesis en torno a qué está viendo o en torno a que estaría viendo si no estuviese modificado. Es lo que hace el científico, es lo que hace el inquieto, el incierto. La respuesta no hace al sabio. Dios es el camino.
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