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martes, 20 de diciembre de 2011

Cocineros




Los libros de autoayuda han supuesto una experiencia nefasta para las personas. El día que se analice el fenómeno quizá se compruebe hasta qué punto están relacionados con el sustrato ideológico del capitalismo voraz de última generación que nos ha traído el desastre de la crisis económica, social y política que vivimos.

Los coachs son el último eslabón de semejante desastre. El mundo se ha llenado de coachs, aunque antes se llamaban de otra manera.

Porque dicen qué y cómo hacer pero no son fuente de aprendizaje. Señalan un camino, no ayudan a caminar y, sobre todo, desprecian otros caminos, es decir, atentan contra la libertad.

Es como los libros de recetas. Quien los abre por primera vez confía en conseguir el plato como lo harían Arzak o Adriá. Se esmera en conseguir todos y cada uno de los ingredientes, seguir el procedimiento exacto, los tiempos, los pesos, las medidas, para alcanzar, al final, la cima del desastre y, en el mejor de los casos, una comida neutra e insípida. Porque los platos no son los de Arzak o Adriá -confundimos mercachifles con cocineros-, sino los que entroncan con nuestra cultura y experiencia personal. Porque lo importante no es dar con la lista de ingredientes y conseguir reunirla después sobre la encimera, sino, a partir de los ingredientes que se tienen, elaborar un plato no sólo digerible sino apetitoso. ¿Por qué hay que hacer un pavo trufado si no tenemos trufas y, además, son muy caras? ¿Pretendemos un plato o nuestra ruina? Un simple pastel de pavo está bien. Miremos en la despensa, miremos el frigorífico y, a través de nuestra experiencia, hagamos el pastel de pavo. O un pavo sin nada, con sólo aceite y sal, si se me apura con el añadido de un ajo frotado, si se hace lentamente (a 150º, por ejemplo) y con mimo, acaba por tener un sabor excelente. Quien lo dice del pavo lo dice del pollo. Mirad los portugueses: consiguen un pollo exquisito, mejor que nuestro clásico pollo asado, con sólo abrirlo por la mitad y hacerlo a la parrilla por los dos lados. ¿Alguien se preguntó cómo hace el cochinillo asado Cándido en Segovia? Sin nada.

La vida es lo mismo. En realidad la vida pasa por la cocina. Esperar a tener los ingredientes para preparar la comida conduce a la inanición. Esperar a tener los ingredientes de la felicidad nos conduce al fracaso. La felicidad se tiene en cualquier momento. No hacen falta ingredientes ni consejeros, sino imaginación y entusiasmo con los ingredientes que se tienen. Que nadie entienda con esto que hemos de cargar con los mastuerzos, sería como aceptar las heces como ingredientes en la cocina. No. Quiero decir que no hay que esperar a que los hijos crezcan, por ejemplo, para ser feliz. Los hijos siempre crecen muy tarde. O a tener dinero, a tener un coche, a encontrar pareja, a jubilarse, a salir de viaje, a tener una casa, a hacer la revolución, a que los banqueros se vayan a tomar por c.., a que echemos a Rajoy (le quedan 4 años), la felicidad está donde estemos nosotros, no hace falta nada más. Incluso, si el 15M ha sido nuestro último fracaso. Podemos hacer la revolución de paso.

La felicidad no es un estado, sino parte del ser, que libros de autoayuda, coachs y cocineros han convertido en mercancía. Es decir, que el sistema ha convertido en mercancía.

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