
Mujer libro, Salvador Dalí
Se suele decir o circula la opinión
de que los libros tienen que ver con la soledad. Los libros conviven
con las personas solas y rescatan de la soledad a los solitarios. No
es verdad. Los libros no son como las botellas de güisqui. Están
hecho con el mejor malta, pero ni te entretienen ni te distraen, no
te evaden, sobre todo, aunque también te entretengan y te
distraigan, te acercan al mundo, a la realidad, a las cosas, a ti
mismo, a los que amas. Desde luego no te emborrachan ni son causa de
cirrosis. Con un libro todo se entiende un poco mejor. Un libro es un
liberador de cargas. Con un libro aprendes a estremecerte. Con un
libro se aprende el significado de las palabras. El de la palabra
libertad, por ejemplo. Claro que también hay libros malos como hay
güisquis pésimos, pero de éstos no hablamos, hablamos de los
libros, es decir, de los que surgen del compromiso del escritor con
la vida y consigo mismo.
Los libros tienen que ver con el
amor, son como los amigos y como los amantes, quizá son amigos y
amantes. Tienen que ver con las botellas del mejor vino, cuando las
miras, las descorchas, aspiras el aroma de las plantas que se
tradujeron, desde la vid o el alcornoque hasta esa botella, pones un
poco en la copa y lo examinas, vuelves a oler el espíritu, el
mensaje implícito, finalmente lo pruebas, ahhhhhhhhhhh, y te
relajas: lo vas bebiendo poco a poco, te dura... no se sabe, un día
o una semana, lo disfrutas. Lo disfrutas más si lo bebes en
compañía. Aunque no hace falta tener compañía para disfrutar de
un buen vino.
Yo no suelo leer los libros en
compañía, al modo que comparto una botella de vino; es más,
prefiero leerlos solo, me aíslo para leerlos, aunque tenga gente
alrededor. En el metro, por ejemplo, son refugio contra las voces y
los ruidos. Nos defienden de la mala gente y de los malos escritores.
No hay mal escritor que no quede retratado por los libros. Son
nuestro mejor antídoto contra el veneno de la ignorancia.
Suelo asociarlos inadvertidamente a
un nombre propio. Veo un libro y suelo pensar en una persona: en una
hija, por ejemplo, en una amigo o una amiga, en alguien a quien
quieres, porque ellos los leerían, porque comparten con ese libro
algo de su espíritu aventurero, algo del dulce abismo de las
páginas, la vida es una aventura hermosísima e inacabable. Por eso
se abre una herida si compras un libro pensando en alguien, para
regalárselo a alguien y resulta que no puedes entregárselo. Compras
un libro pensando en alguien y se te queda entre las manos, como un
trasto inútil, como un estorbo. Pero es un libro. No es la novia o
el novio abandonado a la puerta de la iglesia, es algo peor, es el
nasciturus condenado a quedarse a las puertas de la vida. Un libro
que no se lee no existe ni existe el ser humano que no pudo ser
lector del libro a él destinado. Es una maldición y una tragedia
compartidas.
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