
La Gran Vía de Madrid es paradigma
de la concepción que tiene la derecha, en concreto Gallardón, que
es su alcalde, de la ciudad. Y del mundo que nos toca habitar, en
general. Antes había unos bancos donde sentarse; entre Montera y
Callao, por ejemplo, más o menos a la altura de la Casa del Libro.
Han desaparecido. Ya no puedes sentarte. No puedes esperar a nadie
sentado mientras hojeas un libro o el periódico o, simplemente,
disfrutas del ajetreo de la gente. En Callao hay tres sillitas de
diseño, en medio de la solana, cuando hace sol, o del frío extremo,
en invierno cuando el cielo esté cubierto. Cabe una sola persona, no
puedes sentarte con nadie.
Un banco es una invitación al
paseo, convierte la ciudad en hábitat del paseante, es decir, del
ciudadano. La ausencia de bancos es un mensaje de expulsión. Aquí
no te queremos. ¿Alguien imagina a un amigo recibiéndolo en su casa
y que no le ofrezca un asiento? ¿Lo recibe deambulando por el salón
y los pasillos de su casa?
Se ensanchan las aceras, pero no se
pretende acoger con ello a los paseantes, sino a los compradores. Las
aceras se han convertido en largos y anchos pasillos que discurren
ante los escaparates y las puertas de las tiendas. Las gentes no
somos ciudadanos, sino compradores potenciales, meros instrumentos de
consumo. Compre y váyase, se nos está diciendo. Se nos remite a
nuestras casas, el último reducto donde está permitido que habiten
las personas. La ciudad no nos acoge, nos reciben sus comercios,
cines o teatros. Es decir, una suerte de fenicios que fijan sus ojos
en tu bolso o en tu cartera. La Gran Vía es una avenida de
comercios, cines y teatros. Compre u observe un espectáculo, pague y
váyase a su casa. No hay vida sino en su casa, lo demás está
sujeto a transacción. El centro de Madrid es un gran centro
comercial; todo Madrid, quizá, dentro de poco. El mundo es comercio
o espectáculo. En cualquier caso, se ha de pagar por ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario