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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Gran Vía, Madrid





La Gran Vía de Madrid es paradigma de la concepción que tiene la derecha, en concreto Gallardón, que es su alcalde, de la ciudad. Y del mundo que nos toca habitar, en general. Antes había unos bancos donde sentarse; entre Montera y Callao, por ejemplo, más o menos a la altura de la Casa del Libro. Han desaparecido. Ya no puedes sentarte. No puedes esperar a nadie sentado mientras hojeas un libro o el periódico o, simplemente, disfrutas del ajetreo de la gente. En Callao hay tres sillitas de diseño, en medio de la solana, cuando hace sol, o del frío extremo, en invierno cuando el cielo esté cubierto. Cabe una sola persona, no puedes sentarte con nadie.
Un banco es una invitación al paseo, convierte la ciudad en hábitat del paseante, es decir, del ciudadano. La ausencia de bancos es un mensaje de expulsión. Aquí no te queremos. ¿Alguien imagina a un amigo recibiéndolo en su casa y que no le ofrezca un asiento? ¿Lo recibe deambulando por el salón y los pasillos de su casa?

Se ensanchan las aceras, pero no se pretende acoger con ello a los paseantes, sino a los compradores. Las aceras se han convertido en largos y anchos pasillos que discurren ante los escaparates y las puertas de las tiendas. Las gentes no somos ciudadanos, sino compradores potenciales, meros instrumentos de consumo. Compre y váyase, se nos está diciendo. Se nos remite a nuestras casas, el último reducto donde está permitido que habiten las personas. La ciudad no nos acoge, nos reciben sus comercios, cines o teatros. Es decir, una suerte de fenicios que fijan sus ojos en tu bolso o en tu cartera. La Gran Vía es una avenida de comercios, cines y teatros. Compre u observe un espectáculo, pague y váyase a su casa. No hay vida sino en su casa, lo demás está sujeto a transacción. El centro de Madrid es un gran centro comercial; todo Madrid, quizá, dentro de poco. El mundo es comercio o espectáculo. En cualquier caso, se ha de pagar por ello.

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