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lunes, 31 de octubre de 2011

Pepe Sangil


Hombre solo, Juan Genovés, acrílico sobre tela, 1967


Suena el despertador(1) o lo despierta a uno el reloj biológico, pero no se levanta. Ah, la pereza. Y entra en fase de MOR(2). Hace años que repite el proceso: despertar, pacto cómplice con el lecho y paso a la fase de MOR. Es un estado en el que la mente se desliza sin esfuerzo bajo una luminaria interior que discrimina imágenes, recuerdos e ideas, con la misma precisión que la luz define los objetos. Hoy ha sido un recuerdo. Hace años que no pensaba en Pepe. Siempre lo recuerdo cuando voy de la calle Mayor de Madrid a la plaza del mismo nombre por Postas, porque tenía su estudio fotográfico en un primer piso de Esparteros. Todavía elevo la vista en la esquina de Postas con Esparteros, pero hace muchos años que no hay rótulo, casi treinta años, él murió en el 81. Creo que murió en el 81. Me lo dijo su hijo en julio del 81(3), cuando coincidimos en las fiestas del Carmen de Chamberí, en un parquecito del Canal que hay entre Bravo Murillo y Cea Bermúdez.

Le pregunté por su padre. Ha muerto, dijo, pero no lo entendí. Hacía un año que no lo veía. Y pregunté de nuevo. Ha muerto, dijo de nuevo. Ha muerto. Y me derrumbé, abatido por el hecho irreversible de la desaparición de un amigo.

La muerte es un hecho ineludible, el único acontecimiento escrito en nuestro destino. No me dolió la muerte, es un suceso cotidiano. Aunque me dolió la muerte de un amigo, la muerte de un amigo es un desgarro siempre. Creo que lloré porque sólo entonces entendí que una manera de entender el mundo se había acabado, se había ido a la tumba con Pepe, aunque ese mundo hubiera fenecido mucho antes, aunque fuera evidente más tarde, con la caída del muro de Berlín. Y eso es lo que nos deja auténticamente desamparados; no la ausencia de los que nos quieren o queremos, sino los modelos fenecidos, los horizontes rotos, las cayados quebrados, nuestra incapacidad para enterrar los errores (porque es una forma de enterrarnos) y nuestra falta de decisión para buscar otros caminos. Lloramos el día en que tenemos que pensar por nosotros mismos, porque ese es el único oficio para el que nadie nos ha entrenado. Pensar es el único oficio realmente solitario.

Él fue un hombre del 17, aunque naciese unos 5 años más tarde de la revolución de octubre. Fue de los que creyeron en la Unión Soviética y vivió como un desgarramiento en la propia carne las revelaciones de Kruschev en el congreso del PCUS de febrero del 56: el socialismo había contribuido a la liberación de Europa, pero tenía las manos manchadas de sangre. Stalin no tenía nada que ver con la libertad, sino con la persecución, la tortura y el asesinato. Conoció luego la invasión de Hungría en noviembre del 56, y vivió el largo y triste, salpicado de derrotas, de todo tipo de derrotas, año 1968, la primavera de Praga, el mayo de París y el octubre de México, con la matanza de estudiantes en la plaza de Tlatelolco. Estuvo de acuerdo con la política de reconciliación nacional y luego con el llamado eurocomunismo, porque significaba un compromiso con la democracia y el aborrecimiento de todas las dictaduras, incluida la abolición de la dictadura del proletariado como formulación política. Fue feliz con la revolución cubana y lloró con el golpe de estado de Pinochet en Chile, que puso fin a la experiencia de Allende.

Nunca fue un político, sólo un hombre comprometido, aunque la política ocupó toda su vida, hasta el último día seguramente. Él decía de sí mismo que era un hombre sin importancia, que su vida carecía de importancia, y se comportaba como si no tuviera intereses, quizá porque su interés tenía que ver con el alma, aun siendo el alma un órgano en el que Pepe no creyera. Fue correo de los maquis y les llevaba comida a sus escondrijos en la sierra. Fue detenido, torturado y encarcelado, y compartió cárcel con muchos, conocidos y anodinos. En el Dueso, por ejemplo, cárcel terrible. Nunca escribió sus memorias, su vida sin importancia no daba para 400 páginas, eso ya lo harían otros, aunque la vida de los otros no fuera más comprometida ni desprendida que la suya. Nunca ocupó cargos, aunque conoció a todos los que ocuparon cargos y todos los cargos le debieran algo, algunos incluso su vida. Todo el que lo conoció le acabó debiendo algo. Sobrevivió haciendo fotografías, era uno de esos fotógrafos de acontecimientos familiares, fiestas, bodas, comuniones, y solía apostarse en torno a Galerías Preciados para fotografiar a los niños con los Reyes Magos, hasta que Galerías Preciados cedió esa tarea en exclusiva y empezó a espantar a los que se aproximaban por Callao para captar a los niños en una instantánea. Escondió documentación y distribuyó el Mundo Obrero. Y calló.

Fue el fotógrafo del IX Congreso, el primero libre, en Madrid, en el Palacio de Congresos de la Castellana, y allí fotografió a Carrillo, a Simón, a Alberti y a la Pasionaria, y a todos cuantos ocupaban los asientos del salón de plenarios, a los que ocuparon la tribuna, a Lertxundi, a Sartorius, a Camacho, a Malo,... Expuso sus paneles con las fotografías en color de 13x18 a la entrada, y no sé si ganó algo, yo sólo supe de quienes habían recibido las fotos como un obsequio.

Un día, en su casa, tomando un café, ante su mujer, me dijo que había grabado unas cintas contando su vida y explicándose, él creía que necesitaba explicarse, quizá para entenderse mejor y para que le entendieran quienes lo querían, quienes lo amábamos. No era fácil explicarse, no era fácil explicar una utopía tan hermosa, que cargaba al mismo tiempo a sus espaldas errores y crímenes tan horrendos. Me dijo: te las daré cuando me muera, algo harás con ellas, y miró a su mujer. Otra vez me dijo: quizás hemos sido cobardes, no nos atrevimos a ser consecuentes con nuestras ideas, no creímos en ellas, si hubiéramos creído en ellas no nos habríamos equivocado tanto y, sobre todo, no nos habríamos equivocado tan dolorosamente. Nadie merecía tanto sufrimiento y nada merece el sufrimiento de nadie.

Hay un momento en la vida en que uno ya no habla en términos políticos, sino en los términos de las emociones y los sentimientos. Hablar con el corazón en la mano, aunque eso signifique dejar a un lado el Manifiesto. En términos políticos no habría entendido muchas cosas, pero en términos de emociones entendía casi todo. Sólo había algo que le dolía, sólo le oí yo una queja. Se refería a los que habían tenido miedo y habían vivido escondidos en una vida diaria sin compromisos. No les reprochaba su miedo, lo entendía, uno tiene derecho a tener miedo, el miedo es una emoción como el dolor, la risa o el llanto. Entendía la parálisis del miedo, quién no ha sentido miedo, el miedo circula a raudales entre los pueblos dominados por las dictaduras. Él no entendía -y le dolía, y se quejaba de ese dolor- el reproche de los miedosos, de aquellos que habían vivido emboscados y ahora todo les parecía poco, la libertad y la democracia, la Constitución y los pactos. Pepe no podía entender que los cobardes se arrogaran el derecho a echar en cara de nadie esta democracia.

Días atrás, los petardos y Gaia me hacían reflexionar sobre quienes gritan. El grito acaba siendo un oficio, la ocupación de los que no se comprometen con nada. El grito permite el pensamiento ausente. El grito permite no responsabilizarse de nada, echar en cara a cualquiera cualquier circunstancia. Con el grito se señala y se evita la imagen que el espejo nos muestra por la mañana. El grito no libra de la obligación de pensar. El grito, cuando no es un grito desesperado, es el paradigma de terrorismo. El grito es un escupitajo.

Pepe pensaba, aunque era un hombre que carecía de importancia. Me gustaría tener ahora aquellas cintas. 


NOTAS:
(1) Este artículo lo publiqué tal cual, literalmente, hace casi un año en otro lugar. Hoy he pensado en mañana y he recordado a algunos amigos que se han ido. Un amigo es alguien a quien has amado intensamente durante un tiempo o durante todo el tiempo. He pensado en dos significativamente: Julio Álvarez y Pepe Sangil. A Pepe Sagil le deberé este homenaje siempre, así que he creído oportuno volver a publicar aquel artículo. Addenda: hay sendas entradas programadas para el miércoles y el viernes que, aunque pudieran sugerirlo, no tienen nada que ver con ésta. Están colgadas desde el sábado. Por cierto, seguro estoy de que se sentiría encantado con el 15M, era de la edad de José Luis Sampedro. Otra addenda: de Julio Álvarez hablaba el otro día con mis hijas. La pequeña manejó en preescolar manuales ilustrados por él. Aquellas figuras picudas, que resultaban dulces e ingenuas, sin embargo, nunca agresivas.

(2) MOR o REM, como ADN o DNA y OTAN o NATO. Prefiero el acrónimo castellano.

(3) Deduzco el año por comparación con otros acontecimientos, pero no estoy seguro.

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