El otro día le pedí a mi hija que buscara, entre los libros, unos de Blas de Otero. Me interesaba repasar algunos poemas concretos que me venían entonces a la memoria. Lo que yo buscaba lo había editado Visor en su día, o eso creía recordar. Pero es tal el follón entre los libros míos que sólo pudo encontrar un tomito de Losada, amarillento y ajado el pobre, con las hojas quebradizas, que yo ya no recordaba. Alguien dijo y escribió que quien no pone orden en sus libros tiene en desorden su vida, y quizá sea cierto.
Contiene Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia, pero no es Ancia, así que le faltan los 38 poemas inéditos que el poeta acabó añadiendo para la nueva edición refundida. Es una segunda edición del 28-XI-1973, tal como figura en la 6ª página. Era el número 287 de la Biblioteca clásica y contemporánea.
Al abrirlo ahora y ver la primera página, esa que aparece en blanco en todos los libros antes del título, lo he recordado. En la esquina superior izquierda, a lápiz, pone: 90/80. O sea, que su precio era 90 pesetas pero que, con el descuento, te lo llevabas por 80 pesetas. Lo compré por 80 pesetas el día que supe de la muerte de Pablo Neruda, el 24 de septiembre de 1973, un día después de su fallecimiento, pues, de tristeza, en su casa, por el golpe de estado fascista en Chile. En una librería-papelería que había en la calle Princesa de Madrid, cerca de Moncloa, donde nacían y morían las líneas de autobuses de la Ciudad Universitaria. La regentaban dos hermanas solteronas.
Trataba yo de entender qué sucede con el ser humano para que se niegue de un modo tan terrible a sí mismo. Es decir, supongo que indagaba yo en la contradicción de vivir y morir dentro de mí mismo. Y recuerdo que lo leí deprisa, y luego despacio, y luego saltando de aquí allá, adelante, atrás. Releyendo con el atropello de entonces, me quedo con dos poemas que copio a continuación:
LO ETERNO
Un mundo como un árbol desgajado.
Una generación desarraigada.
Unos hombres sin más destino que
apuntalar las ruinas.
Rompe el mar
en el mar, como un himen inmenso,
mecen los árboles el silencio verde,
las estrellas crepitan, yo las oigo.
Sólo el hombre está solo. Es que se sabe
vivo y mortal. Es que se siente huir
-ese río del tiempo hacia la muerte-.
Es que quiere quedar. Seguir siguiendo,
subir, a contra muerte, hasta lo eterno.
Le da miedo mirar. Cierra los ojos
para dormir el sueño de los vivos.
Pero la muerte, desde dentro, ve.
Pero la muerte, desde dentro, vela.
Pero la muerte, desde dentro, mata.
...El mar -la mar-, como un himen inmenso,
los árboles moviendo el verde aire,
la nieve en llamas de la luz en vilo...
SALMO POR EL HOMBRE DE HOY
Salva al hombre, Señor, en esta hora
horrorosa, de trágico destino;
no sabe adónde va, de dónde vino
tanto dolor, que en sauce roto, llora.
Ponlo de pie, Señor, clava tu aurora
en su costado, y sepa que es divino
despojo, polvo errante en el camino:
mas que Tu luz lo inmortaliza y dora.
Mira, Señor, que tanto llanto, arriba,
en pleamar, oleando a la deriva,
amenaza cubrirnos con la Nada.
¡Ponnos, Señor, encima de la muerte!
¡Agiganta, sostén nuestra mirada
para que aprenda, desde ahora, a verte!
No sé por qué, quizá se deba al juego de imágenes, al releer el último verso del primer poema, he recordado este otro de Manuel Rivas (La desaparición de la nieve, Alfaguara):
En los hornos de pan,
con las brasas de brezo,
el fermentar de la nieve.
Del 15M hablaremos otro día. Hoy Blas de Otero nos ha hablado del hombre. Hablar del 15M, hoy en día, es hablar de los enemigos del hombre.
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