Cuando supe del asalto de las
fuerzas armadas marroquíes al campamento saharaui a las afueras de
El Aiún, sentí la necesidad de escribir sobre esa gente y esa
tierra. Una necesidad visceral. Y me salió el lenguaje airado, la
primera respuesta siempre a la injusticia que se observa. Vi en CNN+
por internet la intervención de Mohamed VI y me di cuenta de su gran
parecido en el porte, en sus ademanes, en su seriedad trascendente,
incluso en su físico, con los dictadorzuelos que nos ha dado la
historia, de Hitler a Franco, de Stalin a Pinochet, todos con un
pasado sangriento. La sangre siempre mancha las manos de los
dictadores, por eso aparecen tan limpios.
Yo no conozco Marruecos, nunca he
estado allí y no sé si estaré alguna vez, no me llama la atención.
Sin embargo, tengo la impresión de haberlo conocido hace mucho
tiempo, incluso haberlo vivido, me suena la parafernalia de sus
jefes, me suena el silencio de la prensa, la complicidad de muchos
países, me suena el cinismo de los cómplices. ¿Se nos ha olvidado
cómo se practicaba la represión en España? La actuación de
algunos exaltados contra periodistas en el tribunal marroquí me
recordó la de antiguos aliados de la policía española, como los
guerrilleros de cristo rey. Me recuerda la España en los años 60.
Cientos de miles de emigrantes, persecución y mordaza. Y chivos
expiatorios y enemigos exteriores: los saharauis y el Sahara, entre
otros. Y amenazas a la civilización occidental que impiden el
ejercicio de la ética: Al Qaeda en Marruecos y el comunismo
soviético en España.
Hoy no se trata de hablar del
derecho de autodeterminación, ni de la independencia o autonomía
del pueblo saharaui. No cometamos el error de regalar esa bandera a
Marruecos. Ese es un debate que se debe celebrar sin muertos encima
de la mesa. Ahora, al parecer, hay muertos. Hay que hablar, por lo
tanto, de esos muertos. Del régimen inquisidor, de la libertad, la
libertad es un derecho que trasciende los derechos de los pueblos
saharauis. La voz contra la ignominia tiene que salir limpia, sin
chirridos, y son chirridos las voces de algunos que gritan con tal de
aparecer en las fotos. Y hay que hablar de la verdad. Hay que señalar
a los malos. Y es verdad la miseria, pero los malos van vestidos de
punta en blanco.
El problema es Mohamed VI y la
ausencia de libertad y democracia. Sin libertad ni democracia en
Marruecos no tiene sentido hablar del problema del Sahara; mejor
dicho, no hay solución al problema del Sahara sin libertad ni
democracia en Marruecos. Pensemos en España y su pasado reciente.
Sin libertad ni democracia, siempre habrá una coartada para no
resolver el problema del Sahara. Occidente pone trampas en su
razonamiento: Mohamed VI no es una muralla contra Al Qaeda ni una
frontera al terrorismo islamista, la falta de libertad y democracia
los cultiva, Al Qaeda y el terrorismo carecen de sentido con libertad
y democracia. De nuevo pensemos en España.
En esto estaba cuando recordé un
libro que leí hace año y medio: En el desierto no hay atascos, de
Moussa Ag Assarid, editorial Sirpus. Moussa era un hombre azul del
desierto, un tuareg. Me di cuenta de que el Sahara no se reduce a la
franja de este conflicto, sino que baja hasta el centro de África,
hasta Mali, tras 3.000 km. Que ese es el recorrido de la miseria y el
abandono hasta Europa, en busca de un poco de esperanza. Me di cuenta
de que la ignominia llega mucho más allá de El Aiún, pero que no
hay voz para esa injusticia. Cuando Moussa llegó a occidente por vez
primera aterrizó en Orly. Llegaba con un ejemplar de El Principito
bajo el brazo, el libro que alguien de la caravana París Dakar le
había regalado, sin reparar en que era analfabeto. No tuvo la
impresión de aterrizar en un mundo injusto, aunque le pareció
injusto, sino un mundo irreal. Estamos construyendo un mundo irreal,
que no existe, está sólo en los diseños. Las granjas de Facebook
son nuestro paradigma. Lo que existe es el desierto. Lo que existe es
la incultura que recorre el desierto entero. Y la misma injusticia
ejercida o protegida por los mismos.

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