1. Después de poner comida a los
peces, he salido con mi perra a dar nuestro paseo de mediodía. Es el
más corto, pero seguramente uno de los más placenteros para ella.
Pasea, no tiene la urgencia de las deposiciones de primera hora de la
mañana, se da un revolcón por la hierba y tiene al final el premio
de una salchicha de oferta. Sin embargo, hoy hacía un viento de mil
demonios. Me costaba trabajo avanzar. Ella, empero, apenas entornaba
los párpados. Y pensé en los peces. Advertí que todos los animales
están diseñados para moverse a través de los fluidos. De esa
manera, al desplazarse, sus cuerpos encuentran menor resistencia.
Excepto nosotros. Es como si estuviéramos diseñados para andar de
costado. ¿Será por eso que nos cuesta tanto dar la cara? ¿O que no
necesitamos huir para garantizar nuestra supervivencia? ¿O porque al
erguirnos perdimos esa ventaja que el diseño inicial, a cuatro
patas, nos había dado?
2. Otro hecho curioso. Las hormigas.
Cuando salgo por las mañanas con mi perra. No siempre tras una noche
de lluvia, aunque se aprecia siempre que sales a la calle tras una
noche lluviosa. Se observan pequeñas elevaciones cóncavas
troncocónicas, formadas por pequeños gránulos de tierra, arena o
barro surgidas del interior de la tierra. Uno se queda observando y
piensa que, de un momento a otro, surgirá de su interior algo que
desvele algún misterio. Pero nada aparece; tal vez luego, a partir
de media tarde, cuando el sol haya calentado la superficie de la
tierra.
3. Digo mi perra y debiera decir
Gaia, puesto que es su nombre. No sé si no nombrar a quien tiene
nombre es una ofensa. No hay mayor ofensa que condenar al anonimato.
Pienso en las redes sociales e intuyo, sin embargo, que la ausencia
de nombre o el anonimato puede ser un modo de defensa.
4. Otro hecho curioso. Las lombrices
de tierra. También tras una noche o un rato de intensa lluvia.
Puedes verlas reptando por las aceras, imagino que alejándose de las
zonas de tierra y hierba de donde supongo que han salido. Siempre me
extrañó este movimiento suicida. A mediodía, tras un día de sol
puedes verlas retorcidas y resecas, como una esquirla o una breve
ramita de árbol. Lo comenté con mi hija mayor y me dio una
explicación plausible que tiene que ver con la ósmosis. Dice ella
que el equilibrio en su organismo se produce mediante un intercambio
de fluidos con el medio en el que viven. Al llover intensamente, el
grado de humedad es tan alto que se llenarían de agua hasta
estallar. Y por eso escapan. Hace tiempo que me apiadé de sus
suicidios y las fui recogiendo y devolviendo al interior del césped.
Quizá fenezcan entonces por el exceso de agua, pero yo ya no me las
encuentro retorcidas y resecas por el pavimento. Hay un refrán: ojos
que no ven... Aunque este refrán se ideó pensando en los
hipócritas.

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