Cualquiera ha podido ver estos días
cómo gentes armadas con picas torturaban hasta la muerte a un animal
acorralado e indefenso en Tordesillas. Monstruos y desalmados. Se me
ocurren otras palabras para nombrarlos pero estas dos los definen
bien. Monstruo, en la acepción 5ª del DRAE, persona cruel y
perversa; desalmado, en mi propia definición, des-almado, sin alma.
Tordesillas es un municipio de la provincia de Valladolid, España.
Hay quien dice que eso es cultura,
no sé si los herederos de quienes trajeron de vuelta a Fernando VII
para reinstaurar las hogueras y la inquisición, que también eran
cultura. Cultura, es decir, lo que se cultiva. Si se cultivan
pepinos, se obtienen pepinos. Si se cultiva la violencia y el odio,
se obtienen monstruos.
Fue cultura el derecho de pernada y
es cultura la ablación del clítoris en Mali o Nigeria. Son cultura
las corridas de toros, las peleas de perros o gallos, el toro
entorchado, el toro ensogado, el toro emplumado, los patos
descoyuntados, la cabra lanzada, el toro borracho,... Es cultura la
violencia de género.
Son sólo toros o animales. O sólo
negros, negros al fin y al cabo, o sólo mujeres. Un día sólo
fueron judíos. Víctimas de la barbarie. La barbarie es la cultura.
Un día me inicié en esto de las
bitácoras, entre descreído y dubitativo, aunque elegí un nombre
con entusiasmo: mesa camilla en París. Porque en torno a las mesas
camillas se reunían las gentes a charlar o a jugar una partida de
cartas. Y porque París, recuerdo aquella frase en Casablanca, es
nuestro último reducto para la esperanza. Yo sigo teniendo
esperanza, a pesar de Tordesillas y la locura de este principio de
siglo. Confío en que un día nos podamos sentar en torno a una mesa
camilla y, en última instancia, confío en que podamos darnos cita
en París, si es que ya no nos queda esperanza.

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