
M.C. Escher, Manos
Hace unos meses que no mantengo esta
bitácora con normalidad. Con la normalidad que se podía deducir de
las entradas que fueron habituales hasta los meses de febrero o marzo
de este año. Podría pensarse que he perdido el interés por
mantenerlo. Tampoco hago un seguimiento normal de los blogs amigos;
los visito, los leo, pero no hago comentarios. Y podría pensarse que
tampoco me interesan aquellos que me leían y a quienes leía. Nada
más lejos de la realidad.
Daré una explicación.
Allá por el mes de noviembre,
publiqué aquí unos relatos con temática de oficina. Una especie de
juguete experimental, para divertirme y hacer partícipes de esa
diversión a quienes los siguieran. Alguien, en un comentario, me
lanzó un reto que me hizo sonreir. Tras unos días, dije: ¿por qué
no? Y me puse a desarrollar la idea, a darle forma, a estructurarla,
a contar una historia. Lo que fué un reto amable de una amiga se
convirtió en una tarea que me envolvió, hasta sorberme el tiempo y
la energía. Toda la glucosa que consume mi cerebro y todas las
emociones de mi corazón giran en torno a esa idea desde entonces; no
exclusivamente, claro, aunque sí preponderantemente. Estoy sufriendo
una invasión que me divierte y me ocupa.
Esperaba haber acabado para estas
fechas más o menos pero la aventura se alarga. Era un ocho mil, y
voy por el cuarto. Espero que no sean catorce. No creo tener la
fortaleza de Edurne Pasaban. Confío en culminar antes de finalizar
el año y espero no defraudar a la amiga que me lanzó el reto. En
cualquier caso, creo que habrá merecido la pena.
Avisaré de los resultados cuando se
completen. Cualquiera que sea el resultado. Mientras tanto, seguiré
colgando alguno de los libros que voy leyendo y alguna de las músicas
que oigo. Es una forma de decir que sigo aquí. No dejo de leeros en
cualquier caso.
Un abrazo.
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