Hay días en los que uno se siente feliz. En realidad, cada día siempre hay un motivo parar sentirse feliz.
Hoy me siento feliz.
Llevo dos días trabajando en un asunto en el que, además, he involucrado a un grupo de amigos. Y resulta que todo el trabajo, todo, va a ir a la basura. Dos días de trabajo, a la basura. Y es por eso, justamente por eso, por lo que me siento feliz. Hay más motivos. Pero éste es el principal. Mis amigos saben que no me he vuelto loco. No.
A ver si me invento otro trabajo para mañana y pasado mañana también tengo que tirarlo a la basura.
Mozart es mi cómplice perpetuo. Me rescata cuando me vuelvo insoportable. Me hace llorar cuando me hace falta. Y reír. Siempre me trae algo, la palabra justa y necesaria. Es uno de mis amigos más sabios. Hoy me está mirando y pone cara de tonto, No sabe qué ofrecerme. Y yo no sé qué pedirle. Voy a pinchar en goear, escribiré su nombre y lo primero que salga lo cuelgo y santas pascuas. Bueno, de entre mis mujeres favoritas, pediré también a dos que nos hagan un regalo. Me refiero a Diana Krall y Cecilia Bartoli. Tras Mozart, las voy a escuchar despacio, a Mozart también, claro, a todos, muy despacio, tal vez varias veces.
Está bien esto de ser payaso.
NOTA:
De Mozart: La flauta mágica, el coro de los animales, y sinfonía nº 39 en mi bemol, el final (allegro); de Cecilia Bartoli: Sacrificium, Son qual nave; de Diana Krall: Fly me to the mon.

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