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martes, 29 de diciembre de 2009

En Enero





Déjame que te cuente.
Antes de que puedas oírme
y yo tenga que callarme.
Antes de que puedas hablar,
de que puedas pedirme
explicaciones
y yo tenga que darte
explicaciones.
Antes de que el mundo
nos convierta,
tal vez, en enemigos.
Este mundo de enemigos.
Cuando creas que soy cómplice
de la molicie que entregamos.
Un mundo de escombreras
donde todo está a medio hacer.
O en trance de ser deshecho.
Déjame decirte:
quizá este mundo
no sea malo.
Aunque haya malos,
gentes con dentaduras postizas
por las esquinas,
aguardando para dar su dentellada.
O haya víctimas,
maniquíes de alma superflua.
Seres humanos postizos.

Cuando llames a la puerta
y te abran las ventanas
de la tierra,
y te enseñen el mar,
como la estela sublime
de las amapolas blancas
que la espuma construye
contra la playa;
cuando sepas que dios
no te habla
desde el otro lado de las olas;
cuando sepas que no hay voz
sino la tuya que habla;
cuando descubras
que nadie piensa
sino quien en ti piensa;
cuando no rías pero te rías,
y explotes sobre las manos
y el pecho de tu madre,
y sea tu padre el marinero
del horizonte;
cuando, al fin, seas fruta,
que no fruto;
cuando surjas
hacia el aire transparente,
hacia la mano sin deudas,
con el dolor y la sangre,
será la primera palabra.
Es decir, tu elección.
Eso será vivir.


(A Maca, protoabuela)

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