Socotra
Déjame
hablarte de septiembre.
Aunque
todos los años tengan su enero, y pueda hablarse de enero, y todos
los años tengan doce meses, exactamente doce meses, y pueda hablarse
de cada uno de esos doce meses, doce, déjame hablarte de septiembre.
Y
de otoño, del último otoño, el otro, no éste, del último otoño.
Cuando todavía la estación llevaba puesta la camisa a cuadros del
verano.
No,
del verano.
Otro
día hablamos de agosto, cuando toquen balcones y geranios o yo me
disfrace de fragua o lleve una masa de pan entre las manos.
Hoy
quisiera hablar del último septiembre del último año, el otro,
hace un año. Del último septiembre de un año con muchos
septiembres, aunque digan los calendarios que sólo hay un septiembre
cada año. Que quizá sean meses mal escritos o escritos de una
manera que no entiendes o no entiendo, septiembre o setiembre. Quizá
los tipógrafos ya no sepan de ortografía.
¿Cómo
se escribe el nombre de un mes en el idioma protocolario? Un mes sin
incidencias, cualquier mes corriente del calendario. De días
ordinarios. Sin emociones. Sin el crujido leve de las hojas cobrizas
y pardas que empiezan a desprenderse del árbol. Aunque yo quisiera
saber cómo se escribe septiembre. Con sus horas nuevas. Con sus días
y sus semanas nuevas.
¿Cómo
se escribe un mes que vino con el costado herido? Que luego determinó
montar una tienda de campaña en la que consiguió instalarse. En el
corazón del jardín de tu casa. ¿Cómo se escribe un mes con
carabela propia? ¿Cómo, cuando se grita tierra? ¿O sólo hubo
barca tras su horizonte?
Déjame
decirte esto: Vivir es un acto voluntario, un ejercicio permanente.
No se puede vivir a plazos. Ni a préstamo del tiempo. El tiempo es
un prestamista usurero si no sabes que todo el tiempo es tuyo y que
cada uno somos eternos.
¿Y
el nombre de un mes de días desmembrados? ¿Cómo se escribe? Aunque
entonces estaríamos hablando de noviembre. Despidiendo los nombres
propios, las palabras precisas, el horizonte de la boca, las
fronteras de los ojos, la epidermis, las manos como palomas, las
propias palomas blancas.
Quien
tropieza en septiembre puede caer de bruces en noviembre. Y ser
muñeco de trapo.
(Las plumas de las águilas, Diario apócrifo de Madrid, fragmento)
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