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viernes, 6 de noviembre de 2009

Septiembre (o noviembre)


Socotra




Déjame hablarte de septiembre.
Aunque todos los años tengan su enero, y pueda hablarse de enero, y todos los años tengan doce meses, exactamente doce meses, y pueda hablarse de cada uno de esos doce meses, doce, déjame hablarte de septiembre.
Y de otoño, del último otoño, el otro, no éste, del último otoño. Cuando todavía la estación llevaba puesta la camisa a cuadros del verano.
No, del verano.
Otro día hablamos de agosto, cuando toquen balcones y geranios o yo me disfrace de fragua o lleve una masa de pan entre las manos.
Hoy quisiera hablar del último septiembre del último año, el otro, hace un año. Del último septiembre de un año con muchos septiembres, aunque digan los calendarios que sólo hay un septiembre cada año. Que quizá sean meses mal escritos o escritos de una manera que no entiendes o no entiendo, septiembre o setiembre. Quizá los tipógrafos ya no sepan de ortografía.
¿Cómo se escribe el nombre de un mes en el idioma protocolario? Un mes sin incidencias, cualquier mes corriente del calendario. De días ordinarios. Sin emociones. Sin el crujido leve de las hojas cobrizas y pardas que empiezan a desprenderse del árbol. Aunque yo quisiera saber cómo se escribe septiembre. Con sus horas nuevas. Con sus días y sus semanas nuevas.
¿Cómo se escribe un mes que vino con el costado herido? Que luego determinó montar una tienda de campaña en la que consiguió instalarse. En el corazón del jardín de tu casa. ¿Cómo se escribe un mes con carabela propia? ¿Cómo, cuando se grita tierra? ¿O sólo hubo barca tras su horizonte?
Déjame decirte esto: Vivir es un acto voluntario, un ejercicio permanente. No se puede vivir a plazos. Ni a préstamo del tiempo. El tiempo es un prestamista usurero si no sabes que todo el tiempo es tuyo y que cada uno somos eternos.
¿Y el nombre de un mes de días desmembrados? ¿Cómo se escribe? Aunque entonces estaríamos hablando de noviembre. Despidiendo los nombres propios, las palabras precisas, el horizonte de la boca, las fronteras de los ojos, la epidermis, las manos como palomas, las propias palomas blancas.

Quien tropieza en septiembre puede caer de bruces en noviembre. Y ser muñeco de trapo.


(Las plumas de las águilas, Diario apócrifo de Madrid, fragmento)

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