Por el bulevar de los sueños rotos, Los secretos
No quería escribir sobre esto hoy
precisamente. Pero tengo que hacerlo. Me han traído a rastras de la
mano la radio y otras bitácoras. Así que aquí estoy, hoy, 17 de
noviembre, como en 1999, hace diez años, escuchando que en un oscuro
portal de Madrid, el número 23 de la calle Espíritu Santo, murió
por sobredosis Enrique, hermano de Álvaro Urquijo, de Los Secretos.
Sobredosis de heroína, sí. Esperpéntico nombre para una droga.
Aquel día estaba solo y murió
solo. Una ciudad entera no lo había escuchado antes, cuando escribió
“Agárrate a mí, María”, poco antes de su muerte. Sus amigos
tampoco lo escucharon. O sí lo escucharon pero no lo entendieron. A
veces los amigos o no escuchan o no entienden. Es tan difícil
entender a un poeta maldito. Y es tan fácil refugiarse en el
malditismo. O quizá él no se hizo escuchar, quizá no supo gritar,
quizá nunca aprendió a gritar. Los poetas malditos tienen un
lenguaje ininteligible.
En ciudades como Madrid, hay gente
que el único calor que tiene es el de una raya de cocaína o un
chute de heroína. Algunos son buena gente, en el buen sentido de la
palabra, como escribiera Machado. Pero son hijos del fracaso, del
extravío personal, de la deriva y la confusión. Como aquéllos,
fueron, también, hijos de la derrota que supuso no derrotar a la
dictadura. Inmersos en una “movida” que disfrazó de nombre el
malditismo. Y alabados por ser moda, y la moda vende, pero golpeados
por lo bajo y segregados. Hijos, también, de la esperanza desmedida
en la nueva época. La democracia no hace milagros, ofrece
oportunidades. Y no siempre. Con frecuencia la democracia es una
prostituta.
Hubo fotógrafos, pintores y poetas.
Enrique escribió poemas con música que nos emocionan. Vivimos del
rédito de su obra ya para siempre. Ellos no viven. Los arrastró una
época difícil, deseosa de engullir a los más débiles. Quizá
fueran deprisa, pero aquí deprisa vamos todos y, sin embargo,
podemos contarlo.
Tenemos la mala costumbre de
escuchar a los ministros de economía y a los Martínez Camino y no
escuchar a los poetas.
Ayer pusimos una entrada reclamando
firmas solidarias. Es posible que el calor de muchos no dé para
calentar a nadie, es posible, no estoy seguro, pero sí sé que el
frío de unos pocos puede helar el corazón de todos. Enrique murió
de frío.
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