Páginas

martes, 17 de noviembre de 2009

Los Secretos


Por el bulevar de los sueños rotos, Los secretos



No quería escribir sobre esto hoy precisamente. Pero tengo que hacerlo. Me han traído a rastras de la mano la radio y otras bitácoras. Así que aquí estoy, hoy, 17 de noviembre, como en 1999, hace diez años, escuchando que en un oscuro portal de Madrid, el número 23 de la calle Espíritu Santo, murió por sobredosis Enrique, hermano de Álvaro Urquijo, de Los Secretos. Sobredosis de heroína, sí. Esperpéntico nombre para una droga.
Aquel día estaba solo y murió solo. Una ciudad entera no lo había escuchado antes, cuando escribió “Agárrate a mí, María”, poco antes de su muerte. Sus amigos tampoco lo escucharon. O sí lo escucharon pero no lo entendieron. A veces los amigos o no escuchan o no entienden. Es tan difícil entender a un poeta maldito. Y es tan fácil refugiarse en el malditismo. O quizá él no se hizo escuchar, quizá no supo gritar, quizá nunca aprendió a gritar. Los poetas malditos tienen un lenguaje ininteligible.
En ciudades como Madrid, hay gente que el único calor que tiene es el de una raya de cocaína o un chute de heroína. Algunos son buena gente, en el buen sentido de la palabra, como escribiera Machado. Pero son hijos del fracaso, del extravío personal, de la deriva y la confusión. Como aquéllos, fueron, también, hijos de la derrota que supuso no derrotar a la dictadura. Inmersos en una “movida” que disfrazó de nombre el malditismo. Y alabados por ser moda, y la moda vende, pero golpeados por lo bajo y segregados. Hijos, también, de la esperanza desmedida en la nueva época. La democracia no hace milagros, ofrece oportunidades. Y no siempre. Con frecuencia la democracia es una prostituta.
Hubo fotógrafos, pintores y poetas. Enrique escribió poemas con música que nos emocionan. Vivimos del rédito de su obra ya para siempre. Ellos no viven. Los arrastró una época difícil, deseosa de engullir a los más débiles. Quizá fueran deprisa, pero aquí deprisa vamos todos y, sin embargo, podemos contarlo.
Tenemos la mala costumbre de escuchar a los ministros de economía y a los Martínez Camino y no escuchar a los poetas.

Ayer pusimos una entrada reclamando firmas solidarias. Es posible que el calor de muchos no dé para calentar a nadie, es posible, no estoy seguro, pero sí sé que el frío de unos pocos puede helar el corazón de todos. Enrique murió de frío.

No hay comentarios: