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viernes, 18 de septiembre de 2009

¿Y si te regalaran un minuto?


¿En qué emplearías el minuto si te concedieran un minuto más en el momento de morirte? Es una pregunta absurda, claro, porque nadie conoce el momento exacto de su muerte, a nadie le conceden un minuto y nadie tiene capacidad para concederlo. Pero, bueno, aunque sólo tenga valor retórico, formulemos de nuevo la pregunta:


¿Y si te regalaran un minuto?

Sí. Si en el instante en el que te mueres, en el que te vas definitivamente, cuando el tiempo deja de ser objeto de debate porque ya no estás en el tiempo, si en el preciso instante en que toca trasponer el umbral sin que quepa vuelta atrás o retroceso, si en ese instante te regalaran un minuto, ¿qué harías con ese minuto? Elige, decide ahora mismo, como si fuera éste el instante en el que te regalan ese minuto. ¿Qué haces con ese minuto adicional? No son sesenta segundos, es un minuto, tu minuto adicional. Para elegir una sola cosa, cualquier cosa, sin excepción.

Yo lo he estado pensando, lo he pensado estos días.

Han pasado por mi cabeza ambiciones materiales, ambiciones en general, multitud de ambiciones, de metas y horizontes que son habituales. Ninguno me ha interesado para ese minuto. Enseguida supe que nada de eso me importaría si me muriera mañana. Fue un paso fugaz e inadvertido.

No me interesaron los reproches, aquella vez que alguien me defraudó, incluso alguien muy querido. Tampoco me interesó si alguien no me amó como yo esperaba, porque, al fin, me amaron siempre como desearon, que es como se debe amar. No me interesó si no me dieron, si no tuve, si me quitaron.

Sí pensé en la vez en que no fui suficientemente leal, suficientemente diligente, aquella vez que no di lo que tuve que haber dado, que no estuve donde tenía que estar, que no dije lo que tenía que decir o dije lo que no debía, la vez que causé dolor, la vez que alguien sufrió por causa mía,… la vez que no fui a pedir perdón, la vez que fui menor que mi soberbia, menor que mi orgullo, menor que mi vanidad; la vez que no fui amigo, hijo, padre, amante, compañero, siendo, como es, fácil ser amigo, hijo, padre, amante o compañero, las veces, por lo tanto, en que me traicioné a mí mismo. Para esto sí quise disponer de mi minuto.

He pensado en esas cosas que uno tiene puestas en la lista de lo que desea con toda su alma, cosas, algunas de ellas, pequeñas, menores para otras personas, primordiales para uno, aunque no conozca muy bien la causa. Como estar en Viena un año, en el patio de butacas o en un palco, donde sea, en aquel teatro de nombre impronunciable cuya distribución uno conoce de memoria sin haberlo visto, escuchando el concierto de año nuevo. O recorrer la Isla de Madeira, dios sabe por qué mágica razón. O regresar a Lanzarote, visitar de nuevo los jameos del agua, el Timanfaya o la telúrica casa de César Manrique. Ir al norte del norte, para saber cómo es el día a medianoche. O visitar Socotra, ese lugar en que la flora es impúdica. Muchos otros sitios, una lista interminable, sitios pequeños, sin importancia, pero importantes. Todos estos sueños pequeños uno los alcanzará porque no se morirá mañana, pero, si muriera mañana, no emplearía ni una centésima de segundo de todo ese minuto en alcanzarlos. No tienen importancia.

Pensé en Mozart, para que me contara con música alguna de las muchas cosas que no entiendo, puesto que con él entiendo casi todo. Pensé en el piano, en el violín que nunca aprenderé ya a tocar. En ese minuto mágico quizá fueran posibles estos sueños. Pero me he dado cuenta de que tampoco tienen importancia. Y pensé en la copa de vino que uno toma o ha tomado despacio, compartida con quien ama o pensando en quien ama. Y me dije que esto sí tenía importancia

Y entonces fue cuando pensé en ti, en ti, en ti, en ti y en ti, en vosotros, en quienes quiero, en quienes amo, en quienes quise o amé alguna vez, incluso en mi perra. Y pensé en los abrazos, en los besos, en las muestras de afecto, en las miradas hurtadas a veces, en que, tal vez, no nos hemos mirado a los ojos suficientes veces, durante suficiente tiempo, que el tiempo para todo esto es insuficiente o es insuficiente la calidad que ponemos, o ambos, tiempo y calidad, son insuficientes. En el tiempo que no nos dedicamos, pudiéndonos dedicar tiempo. Para esto sí creo que reclamaría mi minuto y no sé si sería suficiente. Para decir más veces te amo y demostrarlo, y pedir perdón por no haberlo dicho suficientemente claro. También al primer perro que tuve y al que no me dejaron tener, al erizo que vi torturar sin saber cómo evitarlo, al árbol que un día me cobijó, al pez que me enseña el sentido del universo, al primer libro que conocí con ese nombre, a la nieve y a la lluvia de todos los otoños.

Y, después, da igual. Una vez que la vida tiene sentido, que ese minuto le ha dado sentido, uno puede irse de cualquier manera, ser ceniza y dispersarse en el aire o ser, como Messner, alimento de los buitres.

Es curioso: empecé con una pregunta absurda y he terminado…. con Mozart, claro.




Aunque hay minutos que son eternos.

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