Mujer frente al espejo, Pablo Picasso
Lo ve en el espejo, lo ha visto en
el espejo esta mañana. Mientras se peinaba y se quitaba las legañas.
Es en colocar el pelo donde pone un especial cuidado, como si el
cabello fuera la arcilla y sus manos las manos artesanas. Reconoce
aquella palabra que un día fuera pronunciada como un insulto,
reconoce la voz que la pronunciara y los labios y la boca que la
articularon. Reconoce el viejo desengaño. Reconoce el arma y la mano
que la portara, todavía en la herida abierta. Reconoce cada error
cometido, cada tropiezo, y los repite cada mañana. Reconoce cada día
como si cada día estuviera ahí cada mañana, ante el espejo. Toda
la carga intacta. Una amalgama pesada que viste como se viste cada
mañana. Como viste su giba el jorobado. Tiene sus manos, sus pies,
sus ojos, su frente,… y tiene su carga. Acusará, también, al
espejo esta mañana.
E iniciará, como cada mañana, su
marcha hacia el punto de luz que adivina al fondo del camino. Y se
demorará, como cada día, en los pequeños accidentes del trayecto,
no vaya a ser que, de golpe, se encuentre con la luz y la luz sea una
amenaza.
Sabe que al fondo hay una puerta
estrecha, por la que sólo cabe una persona. Lo sabe porque ese es
un dato del corazón y del alma. Y sabe que, para traspasarla, tendrá
que despojarse de su carga, cicatrizar heridas, sanar los males,
perdonar y perdonarse. En el otro lado está el prado de luz y
horizontes donde aguardan quienes se dotaron de alas, el mismo prado
que recorre cuando sueña. Y sabe que allí sólo se puede pasar sin
nada. Pero no se atreve a despojarse de su joroba ni su carga. Anhela
la libertad, claro, pero le aterra alcanzarla.

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