
Orquídeas de montaña
Te quiero, pequeña.
Te echo de menos y te necesito.
No en el sentido de tenerte ni de
que me tengas, de colgarme de ti o de que de mí te cuelgues -no me
gustan las perchas-, de engancharme o de que te enganches. Te quiero
libre. Pero te quiero. Soplo, brisa o viento cuando quieras agitarte
y agitarme. Huracán que sacude o arrastra el universo cuando quieras
poner al mundo a tu servicio. Río impetuoso, y laguna.
Un vals, si fuera baile, o clave de
fa sostenido si se convocara el congreso de dedos que indagan y
exploran en un pentagrama de horas. O el último suspiro del día o
de la noche, en el que los brazos son alas que ascienden y se pierden
en la oquedad de la fragua en la que Venus se abrasa.
No te quiero para mañana, mañana
será mañana, mañana no existe, para ahora mismo te quiero, para
este instante nada más. Nada más allá de este instante luminoso.
El futuro es el velo de la nada. Este instante, ahora, el instante
sucesivo y eterno. La eternidad es este minuto prolongado.
Te quiero sin etiquetas, novia,
amiga, compañera, amante son palabras; sólo te quiero, con el traje
que te pongas te amo. Tu traje.
Lo que se llama amar en el
diccionario del corazón del alquimista, mi diccionario, donde no hay
registro de la propiedad ni funcionarios. Sin inscripciones, sin
contrato. Sin reglas, sin más intermediarios que el propio corazón,
que es sabio. Y el único contrato que escribimos cada día porque
queremos sobre papeles de abecedarios e innumerados almanaques .
Sin más lenguas que las manos.
Sin más lápices que las lenguas.
Sin más testigos que las almas
vacías de los lápices.
Puedes entrar o salir, estar o no
estar, ir, regresar, nunca huir, subir, bajar, morder
desesperadamente el reloj solar o poner sobre la luna sábanas de
lino blanco. Compartir apartamento en París o proponer una aventura
al raso. Ser gaviota con Juan Salvador o gota de agua en el océano
inmenso.
Morirte conmigo, como solo puede
morir dios en el acto de crear las amapolas.
No te reclamo en mi viaje, aunque
tienes un asiento a mi lado. Ni me exijas un puesto de antorcha o de
sostén a tu lado. Para todo eso hace falta un billete que uno ha de
adquirir libremente.
Vivir es un
recorrido solitario que podemos transitar juntos si aceptamos que el
camino no está hecho, sino que tenemos que hacerlo con el material
violeta de los abrazos.
El orgasmo es
el medio que tenemos para encontrarnos con dios los humanos. El buda
no tiene más lenguaje que su carne.
No necesito a
nadie en mi torno de alfarero. Ni tú necesitas a nadie. Pero podemos
confundir nuestras manos y moldearnos juntos sin saber con qué barro
trabajamos. Quiero que lo hagamos juntos si quieres que lo hagamos
compartidos.
Me gusta tu compañía, me bendice,
me sustancia en la charla o en el debate. En el silencio me hace
sabio. Me disuelve y me define en la copa de vino que tomamos
despacio, sin palabras. Quiero hacer lo que quiero hacer y que tú
hagas lo que quieras hacer, sin que nadie condicione a nadie, como
lúcidos amigos, camaradas o pioneros por saber qué hay al otro
lado. Nunca como enemigos, aunque nos tiente la distancia.
Quiero el reto común, el sueño de
París, los sueños que imaginas e imagino.
No quiero que me traigas ni me
lleves, ni quiero traerte o llevarte. Pero te quiero. Quiero ser tu
silla algún día si algún día quieres sentarte. Quiero que seas mi
oído algún día si algún día necesito hablarte. Quiero que me
llames idiota cada vez que te parezca idiota: no soy, al fin, sino el
cuerdo tonto que te mira.
Con derecho a equivocarnos.
El desencuentro, no. Ni el egoísmo.
Aunque está tu egoísmo y mi egoísmo. Y está, también, la ternura
que los borra.
Te amo, pero no estoy enamorado. Ni
de ti ni de nadie. Enamorarse en echarse en las manos de otra
persona y desentenderse de las propias. Ama quien no espera nada a
cambio. Enamorarse es la ilusión, la fantasía del confundido, de
quien cree que ama, aunque no ame, entregado a ser adorno, si hace
falta, a ser carga o a cargar, protector o dependiente. Aunque, a
veces, sea también tu escudo y tu cota de malla.
Tendrás que decirme ¡despierta!,
cuando me veas dormido, o empujarme cuando me domine la pereza. Amar
es una actitud activa que no admite somnolencias.
No soy perfecto, estoy hecho de
retales, carne y hueso desechables, pero dulces. Arcilla que pasa por
mis manos y que a las tuyas, también, se entrega para hacerse.
Te quiero, pequeña.
Confiar la vida no es entregar el
alma.
Necesito un beso urgentemente, ahora
mismo, por ejemplo.
(Las plumas de las águilas, Diario apócrifo de Madrid, fragmento)
No hay comentarios:
Publicar un comentario