Páginas

jueves, 24 de septiembre de 2009

Te quiero


Orquídeas de montaña



Te quiero, pequeña.
Te echo de menos y te necesito.
No en el sentido de tenerte ni de que me tengas, de colgarme de ti o de que de mí te cuelgues -no me gustan las perchas-, de engancharme o de que te enganches. Te quiero libre. Pero te quiero. Soplo, brisa o viento cuando quieras agitarte y agitarme. Huracán que sacude o arrastra el universo cuando quieras poner al mundo a tu servicio. Río impetuoso, y laguna.
Un vals, si fuera baile, o clave de fa sostenido si se convocara el congreso de dedos que indagan y exploran en un pentagrama de horas. O el último suspiro del día o de la noche, en el que los brazos son alas que ascienden y se pierden en la oquedad de la fragua en la que Venus se abrasa.
No te quiero para mañana, mañana será mañana, mañana no existe, para ahora mismo te quiero, para este instante nada más. Nada más allá de este instante luminoso. El futuro es el velo de la nada. Este instante, ahora, el instante sucesivo y eterno. La eternidad es este minuto prolongado.
Te quiero sin etiquetas, novia, amiga, compañera, amante son palabras; sólo te quiero, con el traje que te pongas te amo. Tu traje.
Lo que se llama amar en el diccionario del corazón del alquimista, mi diccionario, donde no hay registro de la propiedad ni funcionarios. Sin inscripciones, sin contrato. Sin reglas, sin más intermediarios que el propio corazón, que es sabio. Y el único contrato que escribimos cada día porque queremos sobre papeles de abecedarios e innumerados almanaques .
Sin más lenguas que las manos.
Sin más lápices que las lenguas.
Sin más testigos que las almas vacías de los lápices.
Puedes entrar o salir, estar o no estar, ir, regresar, nunca huir, subir, bajar, morder desesperadamente el reloj solar o poner sobre la luna sábanas de lino blanco. Compartir apartamento en París o proponer una aventura al raso. Ser gaviota con Juan Salvador o gota de agua en el océano inmenso.
Morirte conmigo, como solo puede morir dios en el acto de crear las amapolas.
No te reclamo en mi viaje, aunque tienes un asiento a mi lado. Ni me exijas un puesto de antorcha o de sostén a tu lado. Para todo eso hace falta un billete que uno ha de adquirir libremente.
Vivir es un recorrido solitario que podemos transitar juntos si aceptamos que el camino no está hecho, sino que tenemos que hacerlo con el material violeta de los abrazos.
El orgasmo es el medio que tenemos para encontrarnos con dios los humanos. El buda no tiene más lenguaje que su carne.
No necesito a nadie en mi torno de alfarero. Ni tú necesitas a nadie. Pero podemos confundir nuestras manos y moldearnos juntos sin saber con qué barro trabajamos. Quiero que lo hagamos juntos si quieres que lo hagamos compartidos.
Me gusta tu compañía, me bendice, me sustancia en la charla o en el debate. En el silencio me hace sabio. Me disuelve y me define en la copa de vino que tomamos despacio, sin palabras. Quiero hacer lo que quiero hacer y que tú hagas lo que quieras hacer, sin que nadie condicione a nadie, como lúcidos amigos, camaradas o pioneros por saber qué hay al otro lado. Nunca como enemigos, aunque nos tiente la distancia.
Quiero el reto común, el sueño de París, los sueños que imaginas e imagino.
No quiero que me traigas ni me lleves, ni quiero traerte o llevarte. Pero te quiero. Quiero ser tu silla algún día si algún día quieres sentarte. Quiero que seas mi oído algún día si algún día necesito hablarte. Quiero que me llames idiota cada vez que te parezca idiota: no soy, al fin, sino el cuerdo tonto que te mira.
Con derecho a equivocarnos.
El desencuentro, no. Ni el egoísmo. Aunque está tu egoísmo y mi egoísmo. Y está, también, la ternura que los borra.
Te amo, pero no estoy enamorado. Ni de ti ni de nadie. Enamorarse en echarse en las manos de otra persona y desentenderse de las propias. Ama quien no espera nada a cambio. Enamorarse es la ilusión, la fantasía del confundido, de quien cree que ama, aunque no ame, entregado a ser adorno, si hace falta, a ser carga o a cargar, protector o dependiente. Aunque, a veces, sea también tu escudo y tu cota de malla.
Tendrás que decirme ¡despierta!, cuando me veas dormido, o empujarme cuando me domine la pereza. Amar es una actitud activa que no admite somnolencias.
No soy perfecto, estoy hecho de retales, carne y hueso desechables, pero dulces. Arcilla que pasa por mis manos y que a las tuyas, también, se entrega para hacerse.
Te quiero, pequeña.
Confiar la vida no es entregar el alma.

Necesito un beso urgentemente, ahora mismo, por ejemplo.



(Las plumas de las águilas, Diario apócrifo de Madrid, fragmento)

No hay comentarios: