Dejemos
sentados unos pocos datos: mi IMC está en torno al 25%, es decir, no
padezco de sobrepeso. No tengo problemas de colesterol ni de tensión.
Mis constantes se hallan entre los valores normales, como revelan los
análisis periódicos de sangre, tras cada donación. He jugado al
fútbol y he hecho footing hasta no hace muchos años; incluso, he
participado en algún maratón popular de Madrid, sin llegar de los
últimos. Camino diariamente unos pocos kms y más kms aún los fines
de semana. Me gusta y practico el senderismo de cuando en cuando.
Suelo evitar los ascensores y las escaleras mecánicas y, de usarlas,
las subo andando. No soy de la cultura del sillón-bol, aunque
disfrute de algún deporte por TV. Es decir, soy una persona sana y
amante del deporte. Y admiro a muchos deportistas, como demostré
aquí en su momento al referirme a Rafa Nadal.
Entiendo
el deporte como paradigma del esfuerzo. El deporte, como ninguna otra
actividad, retribuye ese esfuerzo y compensa el sacrificio. Ante el
fracaso, otorga siempre una segunda oportunidad, y, ante el éxito,
nos enseña a ser humildes.
Por
eso no seré mirado como sospechoso si digo que observo con
perplejidad muchos de los comentarios que se vienen haciendo desde el
viernes, cuando el COI designó a Río como ciudad olímpica, en
detrimento de Madrid, Tokio y Chicago. Seguramente olvidan cómo
obtuvo Madrid la candidatura como ciudad olímpica, en detrimento de
Sevilla que también se proponía, en representación de España. ¿No
sería porque Sevilla estaba gobernada por la izquierda, mientras
Madrid lo estaba por la derecha? ¿No sería porque el COE, como el
COI, no es sino una camarilla de reyezuelos cooptados, cuya capacidad
está más cerca de la panza que del cerebro?
¿Alguien,
en su sano juicio, cree de verdad que Gallardón presenta a Madrid
como candidata en nombre del deporte? ¿Alguien cree que esta gente
defiende y habla del deporte cuando habla de juegos olímpicos?
¿Igual que habla de deporte cuando lleva la F1 a Valencia? ¿O igual
que habla de deporte cuando lleva a Valencia la regata denominada
America’s Cup? ¿O es deporte popular el chiringuito para golfistas
del Canal de Isabel II? Que se lo pregunten a los que pretenden
practicar cualquier deporte viviendo en los alrededores de esta
instalación, hasta un radio de 2 o 3 km.
¿Cuántos
recursos dedican el Ayuntamiento y la CAM al deporte? Al deporte
llamado de base, el de los colegios, el de los barrios, el de los
ciudadanos, no al de élite, al espectáculo, como el tenis, a través
de la Copa Davis, o los grandes clubes de fútbol, como el Real y el
Atleti.
Me
temo que hablamos de una farsa. Fue una farsa, en su momento, la
elección de Madrid contra Sevilla, y es una farsa la ceremonia del
deporte, cuando, en realidad, se trata de una ceremonia del
espectáculo y el autobombo, una apuesta, posiblemente calculada,
para asegurarse la reelección durante un largo período –hasta
2020, al menos-, por mucha corrupción que los salpique.
Pues,
sí, me alegro, me alegro de que haya sido Río la sede designada y
me alegro, sobre todo, de que Madrid se haya quedado con dos palmos
de narices. Qué le vamos a hacer, soy iconoclasta y nada patriota.
De hecho, debo ser uno de los pocos que miraban con disgusto la
posibilidad de que Madrid fuera designada sede olímpica y debo ser
uno de los poquísimos bichos raros que se oponen a que en Madrid se
celebren Juegos Olímpicos en las 4 o 5 próximas décadas. Los
juegos olímpicos no son un deporte ni un conjunto de deportes, sino
un espectáculo y, por lo tanto, un negocio, un circo, pero a lo
bestia. Entiendo que la derecha lo defienda, es su negocio, pero me
cuesta entenderlo que se defienda desde la izquierda, salvo que se
haga desde el funcionariado político o la izquierda garbancera. Unos
se enriquecen, que es lo suyo, y los otros sobreviven a sus
limitaciones, que también es lo suyo.
Finalmente,
diré por qué me alegro por Río, a pesar de que aunque sea Río la
sede, no deja de ser un espectáculo. Por dos razones: porque se
restablece la justicia histórica con un continente olvidado, y
porque Río y Brasil podrán servirse de su designación para su
transformación económica. Los designados, es verdad, ganan en
autoestima y aúnan voluntades y esfuerzos en una dirección común.
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