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sábado, 1 de agosto de 2009

Una última palabra





Dios mío,
qué pequeño el corazón
cuando no sabes
qué hacer,
qué escribir,
qué decir,
perdido en los diccionarios.
¿Dónde estará la palabra exacta?

Cuando hay algo que decir,
si es que hay algo que decir.

Cuando no sabes,
dios mío,
dar con la palabra justa,
la palabra precisa con que se ama,
la palabra que cura
y que restaña.

Cuando ni siquiera sabes,
dios mío,
encontrar,
como una espada,
la palabra combativa,
el rescate
que devuelve al guerrero a la batalla.

Qué pequeño el corazón,
dios mío,
perdido por donde nunca habita el alma,
entre los monstruos
que crecen por las esquinas
de los ojos
y entre las manos deshabitadas.

Hoy todas las palabras están equivocadas:
o se extraviaron ellas
o me equivoqué yo al convocarlas.
Aunque fueran justas,
ya no son justas.
Aunque salieran amables,
porque regresaron manchadas.

O las palabras curan
o no son palabras.
Son heridas.
O las palabras abrazan
o no son palabras.
Son odios.
Son el clamor doloroso
de un dios que nunca oye.
Él también anda perdido.


Hoy no existe la palabra esperanza.

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