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viernes, 14 de agosto de 2009

Maltrato




Una entrada de Carmen en su blog Ciberculturalia, otra de Brancalúa en su blog A Viaxe y algunos comentarios, leídos estos días en este universo bloguero, sobre el maltrato, me hacen abrir esta entrada que me gustaría que se tomase con la seriedad que se merece el tema, y que se leyese con la seriedad que se merece la contundencia que empleo al escribirla.

Aquí, en este blog, estamos en contra del maltrato a mujeres, niños y animales, estamos en contra del maltrato en general y, específicamente, en contra del maltrato de género, el maltrato a mujeres, el que aparece en esos blogs y es objeto de comentario estos días. Y estamos en contra de los maltratadores y de sus cómplices, entendiendo por cómplice todo aquél que protege al maltratador, no lo condena, lo ampara, lo justifica.

El maltratador es un maltratador. Puede ser o estar cojo, ser o estar manco, ser de Segovia, ser de Marte, puede ser cocainómano, ser o estar borracho, pero es un maltratador, sin matices. Y diremos que se trata de un maltratador cojo, manco, segoviano, marciano, cocainómano o borracho, pero es un maltratador y no dejaremos de decir que se trata de un maltratador. Y, por lo tanto, es un personaje despreciable, sin matices, y, como tal, debe ser marginado y apartado de la sociedad. No ha de contar con ninguna comprensión ni amparo, no debe contar ni con un mínimo, ni con un mínimo, ni un ápice de entendimiento, no debe encontrar un hueco por el que quepa, por el que se cuele, ni un solo hueco, ni un milímetro de espacio por el que colarse. No debe encontrar ninguna puerta abierta, no debe encontrar una habitación en la que descansar.

Un maltratador es un maltratador. Y el cómplice, el que lo conoce y no lo denuncia, el que le sonríe, el que no lo mira con desprecio, el que le dirige la palabra, el que lo saluda, es maltratador como él. Lo tenemos que expulsar de la sociedad como se expulsa la pus de una pústula.

Un maltratador es un maltratador. Lo que digo no es un signo de intransigencia, yo no soy un intransigente. Es intransigente el maltratador. Soy intransigente con los intransigentes. Es intransigente el maltratador. Con su compañera o con su hijo. Él es el intransigente. Yo, no, yo no soy intransigente. Debo ser intransigente con la intransigencia, con la injusticia, con quien destroza la vida de otros. Un maltratador destroza la vida de otros, no respeta la vida de otros. Yo no puedo respetar al maltratador. Que nadie me pida respeto para el maltratador, porque denunciaré a quien me lo pida, porque lo pide desde la complicidad, sólo me lo puede pedir un cómplice.

En esta casa no queremos que entren maltratadores, no son bienvenidos. Al contrario, son personas no gratas. No queremos que aquí entren maltratadores. No los quiero. Ni a ellos ni a sus cómplices. No quiero su visita, ni sus comentarios, no quiero nada de ellos. Me ofenden, ofenden a mis amigos, insultan a la gente decente. Si descubro el comentario de algún maltratador, lo borraré, ya que ése es el único medio que tengo de expulsarlo.

Un maltratador no es de izquierdas ni de derechas, carece de ideología. No puede arrogarse nada, no tiene derecho a nada, es un maltratador, es decir, alguien que desprecia la vida de otros. Quien desprecia a un ser humano no puede reclamar para sí la calificación de ser humano. Que se reclame de esto o de aquello no lo disculpa, es un maltratador, ser esto o aquello ni siquiera es un atenuante. No hay atenuantes para el maltratador. Hay que decirlo así de claro, alto y claro: no hay atenuantes para el maltratador. El maltrato no es un acto aislado ni producto de un arrebato, sino un acto persistente y continuado.

¿Que está enfermo? Que lo curen, pero lejos de los maltratados. A quien hay que cuidar, a quien hay que entender es a quien, sufriendo al maltratador, todavía lo aguantan y, en un acto de suprema misericordia o estupidez, lo disculpan o “entienden”. A esos es a los que hay que cuidar y entender. Ellos sí están enfermos. El maltratador no es un enfermo. Es un asesino que, quizás, además, está enfermo. Porque mata poco a poco, a plazos; destruye, mina la personalidad, poco a poco, a plazos.

No queremos aquí maltratadores ni cómplices, NO LOS QUEREMOS.

No vale decir, por ejemplo, “qué majo Neira”, y alabarlo, no, no, y luego justificar al maltratador. No vale decir, por ejemplo, “qué estupendo Vicente Ferrer”, y luego justificar al maltratador. No vale una limosna y ser cómplice. No hay una doble moral, hay una sola moral. Quien utiliza una doble moral carece de moral. Estoy harto, dolorosamente harto de la doble moral. Es inadmisible la doble moral. Eso no es moral. Sustitúyase, si se quiere, la palabra moral (por sus connotaciones religiosas) por la palabra ética.

Insisto: quiero fuera de esta casa a los maltratadores y a sus cómplices. A los de mujeres, de niños o de animales, aunque suelen llevar todas las etiquetas en el mismo paquete. En este momento, específicamente, a los maltratadores de mujeres. Si los descubro, los echaré de mi casa. ¿Queda claro? No quiero maltratadores en esta casa. Lo diré más alto por si acaso no ha quedado suficientemente claro: NO QUIERO MALTRATADORES EN ESTA CASA. Los echaré a patadas si los descubro.

No son ni cucarachas. No son muy distintos de Hitler. Hitler sólo mató a judíos y comunistas, como ellos sólo maltratan a mujeres. ¿Qué diferencia hay entre un judío y una mujer?

No quiero maltratadores en ésta casa. No quiero cómplices de maltratadores. Que se suiciden todos. ¿Necesitan algún producto? Yo se lo suministro gratis. Con garantía de efecto inmediato. No los hará sufrir. No quiero para ellos lo mismo que ellos dan a sus víctimas.

¿Cómo puede alguien, sin desvergüenza ni indignidad, despotricar contra los yanquis por Guantánamo y justificar, al mismo tiempo, el maltrato familiar? ¿No es la familia con maltrato un territorio tan aborrecible como Guantánamo? ¿Cómo puede uno titularse defensor de los trabajadores y ser, al mismo tiempo, comprensivo con los maltratadores? ¿Es una mujer menos que un trabajador? ¿No es la mujer, también, una trabajadora? Trabajadora, mujer y maltratada, vaya paquete de horror, dios mío. ¿Es un subproducto la mujer? Dígase si es un subproducto la mujer.

Aquí no se lapida a las mujeres. Y nos ponemos muy propios cuando toca alzar la voz contra las lapidaciones. Pero, en el fondo, el maltratador y sus cómplices lapidan a escupitajos. A escupitajos y a golpes, ojo. Y no sé qué mata más si una pedrada o un escupitajo y un golpe.

No se pueden justificar, no se pueden justificar los actos de un maltratador, ni un solo acto, ninguno. Son despreciables y, como tales, tienen que ser tratados. Tienen que ser expulsados de nuestro entorno, de este entorno, insisto. ¿Pero es que todavía no sentimos la náusea?

Podemos construir una teoría, si queréis la construimos, como hay una teoría que explica la aparición y permanencia del terrorismo político. La construimos. Yo tengo una teoría. Vinculada a la sociedad de dominadores y dominados que sufrimos. Pero, como la sociedad no va a cambiar, al menos de momento, y, en mi teoría, erradicar el maltrato va unido al cambio de sociedad, como de momento no veo que sea posible erradicarlo, me limito a mantener lejos de mi vida a los maltratadores y a sus cómplices, y a denunciarlos. Y a denunciar cuantas trampas saduceas me ponen quienes entienden a los maltratadores. Y a poner en evidencia las contradicciones en que caen quienes justifican a un maltratador y se reclaman defensores, por ejemplo, de la libertad. Afirmo rotundamente: no son defensores de la libertad, son impostores.

Por eso no creo en tantos revolucionarios, en tantos defensores de lo utópico, en tantos voceros de ilustres palabras. Pregoneros de grandes palabras que olvidan las pequeñas y cotidianas palabras, si pequeñas palabras puede llamarse al maltrato a mujeres. Como no creo en las grandes palabras de dioses y religiones, aunque de esto hace más tiempo. La curia justificando la pederastia. ¿Cómo cabe la pederastia entre el hueco que hay entre dios y el evangelio? Dios padre, hijo y espíritu santo, cuánta farsa. Y cuánta farsa revolucionaria si en la revolución cabe una mujer maltratada, o cabe en el nuevo estatuto de los trabajadores, o cabe en la constitución de la nueva patria. Métanse su religión, su revolución y su patria por donde mejor le quepa si cabe en ellas una mujer maltratada.

No me dicen nada las palabras, las grandes palabras. Fueron inventadas para nombrar una idea, una utopía, un hecho. Cuando se vaciaron la idea, la utopía y el hecho, se vaciaron las palabras. Que no me anden con palabras, no hay nada detrás de las palabras, nada en las palabras prostituidas. Sólo hay algo, y a veces escaso, detrás de los hombres, de las personas. Me importan los hombres, y las palabras a partir de los hombres, pero no los hombres a partir de las palabras. No son las palabras las que dan sentido a los hombres, sino los hombres los que dan contenido y sentido a las palabras.

Muéranse todos. Maltratadores, cómplices y falsarios. Yo pongo pico y pala y hago la fosa, y me encargo de enterrarlos. De cuerpo entero, y con fantasma.

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