Una
entrada de Carmen en su blog Ciberculturalia, otra de Brancalúa en
su blog A Viaxe y algunos comentarios, leídos estos días en este
universo bloguero, sobre el maltrato, me hacen abrir esta entrada que
me gustaría que se tomase con la seriedad que se merece el tema, y
que se leyese con la seriedad que se merece la contundencia que
empleo al escribirla.
Aquí,
en este blog, estamos en contra del maltrato a mujeres, niños y
animales, estamos en contra del maltrato en general y,
específicamente, en contra del maltrato de género, el maltrato a
mujeres, el que aparece en esos blogs y es objeto de comentario estos
días. Y estamos en contra de los maltratadores y de sus cómplices,
entendiendo por cómplice todo aquél que protege al maltratador, no
lo condena, lo ampara, lo justifica.
El
maltratador es un maltratador. Puede ser o estar cojo, ser o estar
manco, ser de Segovia, ser de Marte, puede ser cocainómano, ser o
estar borracho, pero es un maltratador, sin matices. Y diremos que se
trata de un maltratador cojo, manco, segoviano, marciano, cocainómano
o borracho, pero es un maltratador y no dejaremos de decir que se
trata de un maltratador. Y, por lo tanto, es un personaje
despreciable, sin matices, y, como tal, debe ser marginado y apartado
de la sociedad. No ha de contar con ninguna comprensión ni amparo,
no debe contar ni con un mínimo, ni con un mínimo, ni un ápice de
entendimiento, no debe encontrar un hueco por el que quepa, por el
que se cuele, ni un solo hueco, ni un milímetro de espacio por el
que colarse. No debe encontrar ninguna puerta abierta, no debe
encontrar una habitación en la que descansar.
Un
maltratador es un maltratador. Y el cómplice, el que lo conoce y no
lo denuncia, el que le sonríe, el que no lo mira con desprecio, el
que le dirige la palabra, el que lo saluda, es maltratador como él.
Lo tenemos que expulsar de la sociedad como se expulsa la pus de una
pústula.
Un
maltratador es un maltratador. Lo que digo no es un signo de
intransigencia, yo no soy un intransigente. Es intransigente el
maltratador. Soy intransigente con los intransigentes. Es
intransigente el maltratador. Con su compañera o con su hijo. Él es
el intransigente. Yo, no, yo no soy intransigente. Debo ser
intransigente con la intransigencia, con la injusticia, con quien
destroza la vida de otros. Un maltratador destroza la vida de otros,
no respeta la vida de otros. Yo no puedo respetar al maltratador. Que
nadie me pida respeto para el maltratador, porque denunciaré a quien
me lo pida, porque lo pide desde la complicidad, sólo me lo puede
pedir un cómplice.
En
esta casa no queremos que entren maltratadores, no son bienvenidos.
Al contrario, son personas no gratas. No queremos que aquí entren
maltratadores. No los quiero. Ni a ellos ni a sus cómplices. No
quiero su visita, ni sus comentarios, no quiero nada de ellos. Me
ofenden, ofenden a mis amigos, insultan a la gente decente. Si
descubro el comentario de algún maltratador, lo borraré, ya que ése
es el único medio que tengo de expulsarlo.
Un
maltratador no es de izquierdas ni de derechas, carece de ideología.
No puede arrogarse nada, no tiene derecho a nada, es un maltratador,
es decir, alguien que desprecia la vida de otros. Quien desprecia a
un ser humano no puede reclamar para sí la calificación de ser
humano. Que se reclame de esto o de aquello no lo disculpa, es un
maltratador, ser esto o aquello ni siquiera es un atenuante. No hay
atenuantes para el maltratador. Hay que decirlo así de claro, alto y
claro: no hay atenuantes para el maltratador. El maltrato no es un
acto aislado ni producto de un arrebato, sino un acto persistente y
continuado.
¿Que
está enfermo? Que lo curen, pero lejos de los maltratados. A quien
hay que cuidar, a quien hay que entender es a quien, sufriendo al
maltratador, todavía lo aguantan y, en un acto de suprema
misericordia o estupidez, lo disculpan o “entienden”. A esos es a
los que hay que cuidar y entender. Ellos sí están enfermos. El
maltratador no es un enfermo. Es un asesino que, quizás, además,
está enfermo. Porque mata poco a poco, a plazos; destruye, mina la
personalidad, poco a poco, a plazos.
No
queremos aquí maltratadores ni cómplices, NO LOS QUEREMOS.
No
vale decir, por ejemplo, “qué majo Neira”, y alabarlo, no, no, y
luego justificar al maltratador. No vale decir, por ejemplo, “qué
estupendo Vicente Ferrer”, y luego justificar al maltratador. No
vale una limosna y ser cómplice. No hay una doble moral, hay una
sola moral. Quien utiliza una doble moral carece de moral. Estoy
harto, dolorosamente harto de la doble moral. Es inadmisible la doble
moral. Eso no es moral. Sustitúyase, si se quiere, la palabra moral
(por sus connotaciones religiosas) por la palabra ética.
Insisto:
quiero fuera de esta casa a los maltratadores y a sus cómplices. A
los de mujeres, de niños o de animales, aunque suelen llevar todas
las etiquetas en el mismo paquete. En este momento, específicamente,
a los maltratadores de mujeres. Si los descubro, los echaré de mi
casa. ¿Queda claro? No quiero maltratadores en esta casa. Lo diré
más alto por si acaso no ha quedado suficientemente claro: NO QUIERO
MALTRATADORES EN ESTA CASA. Los echaré a patadas si los descubro.
No
son ni cucarachas. No son muy distintos de Hitler. Hitler sólo mató
a judíos y comunistas, como ellos sólo maltratan a mujeres. ¿Qué
diferencia hay entre un judío y una mujer?
No
quiero maltratadores en ésta casa. No quiero cómplices de
maltratadores. Que se suiciden todos. ¿Necesitan algún producto? Yo
se lo suministro gratis. Con garantía de efecto inmediato. No los
hará sufrir. No quiero para ellos lo mismo que ellos dan a sus
víctimas.
¿Cómo
puede alguien, sin desvergüenza ni indignidad, despotricar contra
los yanquis por Guantánamo y justificar, al mismo tiempo, el
maltrato familiar? ¿No es la familia con maltrato un territorio tan
aborrecible como Guantánamo? ¿Cómo puede uno titularse defensor de
los trabajadores y ser, al mismo tiempo, comprensivo con los
maltratadores? ¿Es una mujer menos que un trabajador? ¿No es la
mujer, también, una trabajadora? Trabajadora, mujer y maltratada,
vaya paquete de horror, dios mío. ¿Es un subproducto la mujer?
Dígase si es un subproducto la mujer.
Aquí
no se lapida a las mujeres. Y nos ponemos muy propios cuando toca
alzar la voz contra las lapidaciones. Pero, en el fondo, el
maltratador y sus cómplices lapidan a escupitajos. A escupitajos y a
golpes, ojo. Y no sé qué mata más si una pedrada o un escupitajo y
un golpe.
No
se pueden justificar, no se pueden justificar los actos de un
maltratador, ni un solo acto, ninguno. Son despreciables y, como
tales, tienen que ser tratados. Tienen que ser expulsados de nuestro
entorno, de este entorno, insisto. ¿Pero es que todavía no sentimos
la náusea?
Podemos
construir una teoría, si queréis la construimos, como hay una
teoría que explica la aparición y permanencia del terrorismo
político. La construimos. Yo tengo una teoría. Vinculada a la
sociedad de dominadores y dominados que sufrimos. Pero, como la
sociedad no va a cambiar, al menos de momento, y, en mi teoría,
erradicar el maltrato va unido al cambio de sociedad, como de momento
no veo que sea posible erradicarlo, me limito a mantener lejos de mi
vida a los maltratadores y a sus cómplices, y a denunciarlos. Y a
denunciar cuantas trampas saduceas me ponen quienes entienden a los
maltratadores. Y a poner en evidencia las contradicciones en que caen
quienes justifican a un maltratador y se reclaman defensores, por
ejemplo, de la libertad. Afirmo rotundamente: no son defensores de la
libertad, son impostores.
Por
eso no creo en tantos revolucionarios, en tantos defensores de lo
utópico, en tantos voceros de ilustres palabras. Pregoneros de
grandes palabras que olvidan las pequeñas y cotidianas palabras, si
pequeñas palabras puede llamarse al maltrato a mujeres. Como no creo
en las grandes palabras de dioses y religiones, aunque de esto hace
más tiempo. La curia justificando la pederastia. ¿Cómo cabe la
pederastia entre el hueco que hay entre dios y el evangelio? Dios
padre, hijo y espíritu santo, cuánta farsa. Y cuánta farsa
revolucionaria si en la revolución cabe una mujer maltratada, o cabe
en el nuevo estatuto de los trabajadores, o cabe en la constitución
de la nueva patria. Métanse su religión, su revolución y su patria
por donde mejor le quepa si cabe en ellas una mujer maltratada.
No
me dicen nada las palabras, las grandes palabras. Fueron inventadas
para nombrar una idea, una utopía, un hecho. Cuando se vaciaron la
idea, la utopía y el hecho, se vaciaron las palabras. Que no me
anden con palabras, no hay nada detrás de las palabras, nada en las
palabras prostituidas. Sólo hay algo, y a veces escaso, detrás de
los hombres, de las personas. Me importan los hombres, y las palabras
a partir de los hombres, pero no los hombres a partir de las
palabras. No son las palabras las que dan sentido a los hombres, sino
los hombres los que dan contenido y sentido a las palabras.
Muéranse
todos. Maltratadores, cómplices y falsarios. Yo pongo pico y pala y
hago la fosa, y me encargo de enterrarlos. De cuerpo entero, y con
fantasma.

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