Por más que arrastro
el borde curvilíneo del
mapa
hacia su centro,
no aparece el mar
a las orillas de Madrid.
No es la ola breve o la
resaca
de la penúltima hora
quien se insinúa,
lánguida,
sino la bruma oscura
del vómito urbano.
No se adivina el horizonte
del agua que tirita
bajo los labios azules de
los cielos.
No es tu pie
el que escribe
la huella
que crea las aceras.
Está lejos.
Los ojos de los que dios
aprende,
las manos que hablan,
la voz por la que entiendo
el significado de las
palabras.
Están lejos.
Lejos del mundo cotidiano.
En el abismo dulce de la
playa,
allí,
en el borde impreciso
del mapa,
donde se cierra el mundo
y se dibujan las
fronteras.
Envidio el agua que hoy te
abraza.
Envuelta tú, mecida
en el material de las
lágrimas.
Una vez,
sólo esta vez pensaré en
mañana.
Ninfa ya, renacida,
y sin mácula.
No hay sueño que no
escriba
la perpetua amiga en la
magia.
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