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lunes, 13 de julio de 2009

Muerte en San Fermín



Sé que lo que sigue puede causar controversia. Pero tengo que decirlo. Me lo pide el cuerpo. No sé si la cabeza, no sé si el corazón. Es posible que el corazón sí me lo esté pidiendo, es posible que me lo pida el alma. No soy muy consciente de lo que escribo, no lo pienso, no lo filtro. Surge, como surge la sangre cuando se pincha en vena. Quien me conoce quizá se enfade, suelo reposar mis reflexiones. Esta vez no es posible. Así que es posible que me equivoque, que exagere. Corregiré y pediré disculpas, si es necesario, pero no puedo seguir callado hoy.

Lo digo.

El otro día ha muerto un muchacho de Alcalá de Henares, empitonado por un toro en un encierro de las fiestas de San Fermín. Los periódicos, digitales o en papel, las emisoras de radio, supongo que las de televisión, han llenado y llenan sus espacios con la noticia. Esta misma tarde, ahora mismo se sigue hablando de ello. No voy a reproducir lo que en esos sitios se dice, lo doy por conocido, todos lo hemos oído o lo hemos leído. No quiero imaginar lo que pueda decirse desde el amarillismo o el periodismo rosa. En el mejor de los casos, rinden homenaje al héroe caído, al corazón noble.

Las mujeres muertas este año por el terrorismo machista han ocupado menos espacio, quizá sean menos importantes. Ningún espacio merecen los condenados a morir de hambre cada día en cualquier parte del mundo. Quizá no importa nada que pueda morirse de hambre. Ni las mujeres ni los inanes eligieron a su verdugo, les fue dado. Cuando ellas eligieron compañía o ellos nacieron no sabían que corrían un riesgo tan extremo. Y no están menos muertos que el muchacho de Alcalá de Henares.

¿En cuántos ayuntamientos se ha declarado luto por la muerte de un albañil, por ejemplo, en su puesto de trabajo? Y ellos, los albañiles, muchos otros trabajadores también, sí corren serio riesgo de morir, aunque, como la mujer o el hambriento, tampoco pueden elegir. El eligió una ciudad, unas fechas, una calle en la que correr delante de unos toros, sabía que su vida se podía cruzar con un asta, murió en el riesgo de su fiesta. Ni siquiera el toro tuvo esa oportunidad, que por la tarde fue alanceado cruelmente y muerto a espada. La carrera es, en realidad, parte del rito de muerte al que se condena al animal. Los que corren delante del toro, los que lo miran o los que, por la tarde, se sumergen en la ceremonia de la corrida participan en un ritual cruel, que recuerda las épocas más oscuras de la humanidad.

No todas las vidas tienen el mismo precio. Se ve en el precio de la muerte. Hay vidas que no valen nada. No sé si confiar en que un día las vidas, todas las vidas, cualquier vida no tenga precio.


Tengo que decirlo: si tengo que lamentar una muerte, hoy elijo la del toro.

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