Sé
que lo que sigue puede causar controversia. Pero tengo que decirlo.
Me lo pide el cuerpo. No sé si la cabeza, no sé si el corazón. Es
posible que el corazón sí me lo esté pidiendo, es posible que me
lo pida el alma. No soy muy consciente de lo que escribo, no lo
pienso, no lo filtro. Surge, como surge la sangre cuando se pincha en
vena. Quien me conoce quizá se enfade, suelo reposar mis
reflexiones. Esta vez no es posible. Así que es posible que me
equivoque, que exagere. Corregiré y pediré disculpas, si es
necesario, pero no puedo seguir callado hoy.
Lo
digo.
El
otro día ha muerto un muchacho de Alcalá de Henares, empitonado por
un toro en un encierro de las fiestas de San Fermín. Los periódicos,
digitales o en papel, las emisoras de radio, supongo que las de
televisión, han llenado y llenan sus espacios con la noticia. Esta
misma tarde, ahora mismo se sigue hablando de ello. No voy a
reproducir lo que en esos sitios se dice, lo doy por conocido, todos
lo hemos oído o lo hemos leído. No quiero imaginar lo que pueda
decirse desde el amarillismo o el periodismo rosa. En el mejor de los
casos, rinden homenaje al héroe caído, al corazón noble.
Las
mujeres muertas este año por el terrorismo machista han ocupado
menos espacio, quizá sean menos importantes. Ningún espacio merecen
los condenados a morir de hambre cada día en cualquier parte del
mundo. Quizá no importa nada que pueda morirse de hambre. Ni las
mujeres ni los inanes eligieron a su verdugo, les fue dado. Cuando
ellas eligieron compañía o ellos nacieron no sabían que corrían
un riesgo tan extremo. Y no están menos muertos que el muchacho de
Alcalá de Henares.
¿En
cuántos ayuntamientos se ha declarado luto por la muerte de un
albañil, por ejemplo, en su puesto de trabajo? Y ellos, los
albañiles, muchos otros trabajadores también, sí corren serio
riesgo de morir, aunque, como la mujer o el hambriento, tampoco
pueden elegir. El eligió una ciudad, unas fechas, una calle en la
que correr delante de unos toros, sabía que su vida se podía cruzar
con un asta, murió en el riesgo de su fiesta. Ni siquiera el toro
tuvo esa oportunidad, que por la tarde fue alanceado cruelmente y
muerto a espada. La carrera es, en realidad, parte del rito de muerte
al que se condena al animal. Los que corren delante del toro, los que
lo miran o los que, por la tarde, se sumergen en la ceremonia de la
corrida participan en un ritual cruel, que recuerda las épocas más
oscuras de la humanidad.
No
todas las vidas tienen el mismo precio. Se ve en el precio de la
muerte. Hay vidas que no valen nada. No sé si confiar en que un día
las vidas, todas las vidas, cualquier vida no tenga precio.
Tengo
que decirlo: si tengo que lamentar una muerte, hoy elijo la del toro.

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