Hola, madre;
hola, padre.
Al fin hallados
en la génesis.
Cuánta extensión
en tu regazo
para echarme abandonado,
adormecido por el aroma
untoso de la fraga
y el rumor de las
endechas.
Vuestra voz
y vuestro abrazo.
Tardé en llegar entonces,
atrapado en los geranios
del balcón,
en el crisol
de la fragua.
Y habéis tardado
mil años
en venir y declararos.
Dios y virgen,
útero y semilla,
gaia heliótropa
Somos hijos
advenidos
al templo del padre,
sí, que la madre nutre.
No sabemos,
quizá nunca sepamos,
pero así fue la paz en el
origen,
cuando para ser
se preñó la nada,
la semilla.
Y así hoy el milagro,
el misterio del ave
ventrílocua
en la rama,
la luz que cabe en una
hoja
y el rumor lejano del
agua.
Tú y dios,
nosotros confundidos.
No hace falta la fe
cuando te escucho.
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