El
éxito de los miserables, el fracaso de todos los demás. El éxito
de los cobardes, el fracaso de todos nosotros, también cobardes,
miserables. El éxito de los malvados, el fracaso de la buena gente,
de los curas, los políticos, los vendedores, los albañiles, los
mecánicos, los fontaneros, los escritores,… de todos los que nos
pasamos la vida en el mezquino proyecto personal de cada día que
olvida al otro, y lo recuerda sólo cuando es hora de las grandes
palabras. A todos nos han puesto hoy una bomba lapa bajo el coche, en
la puerta de casa, todos nos hemos abrasado entre las llamas del
coche mientras se consumía la gasolina del depósito, todos hemos
pedido auxilio mientras nuestra carne se consumía en el incendio.
Todos nos hemos quedado inmóviles, sin poder ayudar a un hombre que
moría. Todos hemos viajado hoy hasta Arrigorriaga, con una bomba
lapa bajo el brazo, nos hemos inclinado bajo el coche y hemos ayudado
al terrorista a colocarla. Somos víctimas y somos verdugos. Morimos
y matamos, porque no nos sentimos responsables.
Nos
enfurecemos hoy, viernes, pero mañana es sábado. Para mañana
queda, a lo más, pedir responsabilidad a los políticos. Ya hemos
puesto y hemos oído El canto de los pájaros, un himno en defensa de
la paz. Pero los que matan han sido engendrados en nuestra entraña o
en la entraña de nuestros semejantes, de nuestros vecinos. Y siguen
ahí, acechando, con una pistola u otra bomba lapa entre sus manos.
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