Para vivir hacen falta
pocas cosas.
Un nombre preciso,
tu nombre, por ejemplo,
o su nombre,
y un amanecer
transparente.
Unos ojos
con los que alcanzar a
verte,
estos ojos,
los ojos con los que te
invento
o te vería
aunque estuviera ciego.
Una palabra
en el oído.
Tu palabra
o su palabra.
La uva que estalla
entre tus dientes.
O mil palabras
sin ruidos,
un libro,
carne de olmo,
la voz callada
del hombre
que me habla,
su duda
o su angustia,
su risa invicta,
su sangre
o su alma.
Y Mozart,
por ejemplo,
la mano osada
del genio
que dialoga con el dios
de los sonidos.
Pero,
si estás tú,
lo demás sobra.
Y estás
porque te traigo.
Yo también soy poderoso.
Madrid se hace gigante
para que quepas
en el halda azul de su
verano.
Madrid te ama.
Y me da su mapa.
Vienes siempre.
París despierta
en el Parque del Oeste.
O en El Retiro,
si quieres que despierte
en El Retiro.
Y ya es el mar,
camino sin orillas
por el que se va al
paraíso.
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