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martes, 23 de junio de 2009

Para vivir...





Para vivir hacen falta pocas cosas.
Un nombre preciso,
tu nombre, por ejemplo,
o su nombre,
y un amanecer transparente.

Unos ojos
con los que alcanzar a verte,
estos ojos,
los ojos con los que te invento
o te vería
aunque estuviera ciego.

Una palabra
en el oído.
Tu palabra
o su palabra.
La uva que estalla
entre tus dientes.

O mil palabras
sin ruidos,
un libro,
carne de olmo,
la voz callada
del hombre
que me habla,
su duda
o su angustia,
su risa invicta,
su sangre
o su alma.

Y Mozart,
por ejemplo,
la mano osada
del genio
que dialoga con el dios
de los sonidos.

Pero,
si estás tú,
lo demás sobra.
Y estás
porque te traigo.
Yo también soy poderoso.

Madrid se hace gigante
para que quepas
en el halda azul de su verano.
Madrid te ama.
Y me da su mapa.
Vienes siempre.
París despierta
en el Parque del Oeste.
O en El Retiro,
si quieres que despierte
en El Retiro.
Y ya es el mar,
camino sin orillas

por el que se va al paraíso.

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