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miércoles, 17 de junio de 2009

David Cañada




Ya he dicho aquí que veo poco la televisión. Sin embargo, soy un adicto a la radio: me duermo y me despierto con ella, y la llevo conectada en el teléfono. Aparte de los comunes de la calle, los únicos sonidos que me alcanzan son los de la radio o los de la música y las palabras. Así que la noche pasada escuchaba la radio cuando contaron el caso de un ciclista, de esos que llaman del pelotón. Se trata de David Cañada, aragonés, de 34 años, que ahora sigue tratamiento por un cáncer linfático. Espera reponerse para volver a subirse a la bicicleta, a pesar de que su vida profesional, por la edad, ya será necesariamente corta. Es una decisión admirable, porque viene de una historia terrible y desgraciada: ha sufrido la fractura de ambas muñecas, de ambas clavículas, de cúbito y radio, ha sufrido la necrosis de una muñeca, la rotura de ambos talones de Aquiles, taquicardia (hasta 240 ppm), un melanoma,… Si uno busca imágenes suyas en internet, encuentra, sobre todo, las referidas a accidentes, caídas, lesiones… Cada accidente o enfermedad es una parada, y volver a empezar. Pero ha tenido tiempo para formar parte del antiguo equipo Once, de Quick-Step o Sanier Duval, ganar las vueltas a Cataluña y Murcia, varias etapas en la vuelta a España y el Tour y ser un ciclista importante en sus equipos. A todo se ha sobrepuesto y siempre ha seguido corriendo. No lo considera una desgracia, sino un avatar, circunstancias de un deporte y de la vida, y piensa volver a correr.


Me pregunto por los ciclistas, por el deportista en general. Se dice que están hechos de un material diferente. Y recuerdo una antigua entrada en la que hablaba de Nadal. Éste aprendió a convivir y manejar el triunfo y el éxito, mientras Cañada ha aprendido a convivir con el fracaso, con la adversidad, pero en ambos creo ver el mismo espíritu, la superación, la voluntad irreductible para alcanzar un objetivo. Nada los vence, nada los derrota, ni siquiera la derrota misma, el fracaso mismo, a todo se sobreponen. Una derrota forma parte de su día a día, que otorga, al tiempo, la oportunidad de superarla con una victoria. Ni siquiera cuando la derrota tiene que ver con la vida misma. Se hace de noche y se hace inmediatamente de día por voluntad de los interesados. O encienden ellos mismos las luces si el día se resiste a venir.

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