Como si viniera de dios,
suavemente hacia las
huellas
del esfuerzo,
derramándose,
líquidas serpentinas,
el agua hacia las manos
recias
en esa fotografía.
Una catarata dulce
para las manos duras
del trabajo,
el bálsamo
y la redención.
Ya no hay memoria
del día,
resplandor tan sólo
de lo pequeño
o de lo perfecto
e inmaculado.
Podrían ser mis manos,
si no fuera porque mis
manos
ocuparon
un día
la compleja superficie
de quien llegó sin
nombre,
para nombrarse
en el aguafuerte de las
líneas
de la vida.
Serían mis manos,
si no fuera porque allí
quedaron
las risas y los llantos de
los hijos
que tuve porque quise,
continentes por sí mismos
en ese mapamundi.
Hay derrotas
parecidas a las mías
en las manos de la
fotografía.
Y minutos
que ha medido
el reloj del paraíso.
Están ahí,
en su destino,
todos los dioses.
Y la miseria.
Seguramente no falta
nada ni nadie.
¿O es, también, el agua
trasgo
que rapta
la memoria
y la conduce
al océano confuso de
todos
desde la fotografía?
Reconozco estas manos
que escriben,
imperfectas y sucias .
Me gustan.
Son las mías,
no tengo otras.
Con ellas me entiendo
a ratos
y puedo decir
que amo.
Aprendieron su oficio
de los dioses.
Son lo que soy,
profuso prisma
del que la luz compone
los personajes.
Es sólo una fotografía,
naturaleza muerta
que va de la sombra
a lo amado,
el recorrido de Dante.
Y yo pongo el corazón en
hora.
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