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lunes, 25 de mayo de 2009

Mesa camilla




Otra vez en una mesa camilla.
A aquella fecha añadimos trece años,
la medida de una nueva adolescencia.
Tenía que pasar este tiempo:
han sido tres hijos y una historia rota.
Otra vez el encuentro con el idioma,
con el reto del papel en blanco.
Cuánto tiempo nos tuvimos olvidados:
las palabras solas, yo deshabitado.
Otra vez con ellas la lucha fratricida
hasta herirnos y sangrar;
hasta abrazarnos luego, cómplices
de mil finales, del amor,
del proyecto de vivir.

La mesa y yo no somos los mismos.
Nos reconocemos, surge el guiño,
pero no somos los mismos.
Ella, condenada para emerger de nuevo.
A mí me ha ido cambiando el viento;
el sol, también; también los cielos.
Algo ha ido muriendo
y algo ahora es aquí nuevo.
Las palabras son las mismas
pero su desafío es otro.
Amor, orden en el mundo,
luz, flecha, manzana, signo
continúan significando lo mismo.
El corazón no ha cambiado de sitio.
Ni la mano que escribe;
el lápiz, sí; el lápiz, el papel,
el liso desierto circular

y el tiempo en el que escribo.

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