Imagino la noche todavía
adormecida,
la difusa noche, la sombra
líquida
que te alcanza y te
disuelve.
Imagino que sueñas o
imaginas
tu dedo dubitativo en el
horizonte,
alzando la blanca pestaña
vespertina.
Imagino en el sol a tu
enemigo,
a golpes de luz
reconstruida.
El día que te ve en su
maraña
y el día que ves con
osadía.
La flor que, en la mano,
aprietas,
la invencible margarita.
Te imagino en la batalla
de la luz, el viento y la
colina.
Te imagino ya en las
calles,
como las pioneras
antiguas,
en el debate de ser entre
las piedras
como piedra de piedra
combativa.
Imagino Zamora
a tus pies, rendida.
Imagino el Duero
entregado a ti, con su
misiva.
Ése es hoy el universo.
Y así es la vida.
Te imagino despertando el
mundo
inanimado de la plaza
austera,
llamando a los rincones
por su nombre,
como hacen las hijas de la
tierra.
Te imagino imaginando la
aventura
por las calles
melancólicas y estrechas,
la mímesis del crisol y
del silencio.
Te imagino extendida en la
pradera,
en la tarde verde junto al
río,
hija, madre y primavera,
como en los sueños de las
diosas.
Imagino tus ojos, como
estrellas
de un mundo de luz
inusitada,
señalando lo que es para
que sea.
Imagino tu mirada
transparente,
la tarde esperanzada y
lívida
y una orilla agreste del
Duero
inesperada e invicta ,
el lugar al que no fuimos.
Te imagino en las
fotografías:
la melena es un leve
pincel entre las manos del viento.
También así es la vida.
Imagino tu nuca, tu
cuello,
la sombra de otra noche
que te alcanza,
el sueño que osa
respirar,
tus hombros como efímera
posada,
el camino de las manos
hasta los límites de la
noche trasnochada.
Morir así para morir.
Y ya no imagino nada.
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