Páginas

lunes, 27 de abril de 2020

Viejos, malandrines y mentecatos




Nos gobiernan los viejos. No digo la gente de muchos años, sino los viejos, es decir, los gastados, los antiguos, los que tienen su pensamiento anclado en el tránsito de la Edad Media a la Moderna, cuando la última batalla de Granada, en 1492, montados en el caballo que cabalgaba Isabel o Fernando, los mal llamados Reyes Católicos, riéndose del último califa expulsado de su territorio, que lo había sido por cerca de 800 años. O los que llegaron tras Colón al nuevo continente para expoliarlo e imponer este mundo retrógrado y absurdo del Concilio de Trento, a aquel mundo que no podían comprender porque era otro e, incluso, tenía la piel de color distinto. Inclusive más atrás se quedaron algunos de los que nos mandan en la historia, allá por el 711, o más atrás, por el 476. Viejos de 20 y de 70 años, y de cerca de los 90, todos viejos, perdidos en los vericuetos de la historia antigua, que sentó las bases de esta actualidad injusta, herederos del felón y corrupto Fernando VII. En la España imperial, víctima del patetismo franquista. Carcamales. No ancianos, no sabios, viejos, dogmáticos, antiguallas prehistóricas que han decidido fastidiarnos la vida, imponiéndonos un guión extraído de un palimpsesto.
No sólo viejos, sino también idiotas y analfabetos, gentes que apenas saben hacer la O con un canuto, pero que han sabido cómo hacerse con títulos, nobiliarios o académicos, falsos muchos de los académicos, porque se retribuyen entre ellos, y gratuitos todos los nobiliarios para dar lustre a la palurdez, entendiendo por nobiliarios no sólo los tradicionales, sino también todos los emeritazgos. Digo viejos, pero no por los años, y digo analfabetos, aunque sepan leer y tengan carreras, viejos y analfabetos porque son incapaces de mirar con ojos resueltos hacia adelante y de ser sensibles con la naturaleza y sus semejantes. Con el inevitable nuevo mundo que necesitamos, si queremos sobrevivir como especie, bajo la condición de seres humanos. Palurdos, aunque citadinos. Personajes de números y estadísticas, que desprecian los nombres que constituyen los números.
Nos gobiernan los viejos y los cretinos, incluso casposos, porque no hay nada más viejo en el mundo que la caspa y la estupidez. Aunque se disfracen de modernos, y acudan acá y allá organizando campañas publicitarias o escenificaciones y rituales propagandísticos, que pareciera que los hace modernos, pero sólo son disfraces de personajes menores, ni siquiera principales, de esta obra de despropósitos, cruel e injusta, que escriben, dirigen y representan otros en sus papeles principales. El traje no hace al monje, y estamos ante el monje dogmático de siempre. Han cambiado de herramientas, pero siguen con los mismos moldes fabricando los mismos idolillos baratos.
Hace un par de días se ha difundido un supuesto manifiesto en defensa de la democracia en tiempos del coronavirus, cuyas firmas encabezan Mario Vargas Llosa y José María Aznar, dos paradigmas de la vejez y el cretinismo. Gentes a las que nunca ha interesado la democracia ni se han comprometido con ella, salvo como parte de un argumentario. La web del PP y la prensa lo han presentado como un manifiesto. En realidad, apenas es un panfletillo de 281 palabras y 1856 caracteres, lleno de lugares comunes, medias verdades y mentiras, que pareciera haber escrito Esperanza Aguirre, una de las firmantes, aunque seguramente lo haya redactado el hijo de Vargas Llosa, otro firmante.
Por España firman los de siempre: los políticos mediocres y corruptos, los intelectuales de pesebre, los economistas de la nómina neocon, es decir, papagayos, y la nueva casta de empresarios, que no produce, que no genera riqueza, especuladores y sacerdotes de la renovada religión neoconservadora, cuya ocupación es la creación de madrasas carcas, plataformas y foros para difundir su catecismo. Pero son viejos, son los mismos, siguen defendiendo las mismas recetas, aunque, ahora, a las viejas recetas les incorporen la deconstrucción y un cierto acicalamiento.
El mundo viejo agoniza, y, con él, el mundo entero, porque el viejo mundo vive gracias a la destrucción del propio mundo en el que depreda y devasta. Pero, mientras sale a la luz el mundo nuevo, en medio de un parto prolongado y dolorosísimo, están ahí los mismos de siempre, con trajes nuevos, con corbatas nuevas, con peinados elaborados por los estilistas de moda, pero con el mismo lenguaje morralla, olvidadizo del hombre, mientras permanecen ocultos, aplastados por la inmisericorde bota del sistema, la savia joven, las nuevas ideas, de ancianos y jóvenes, porque aquí la edad tampoco importa, pero sensibles y sabios, las propuestas atrevidas, las iniciativas renovadoras, que respetan a la naturaleza y defienden la vida, otro modelo, que necesariamente acabará con éste.
Lo viejo está jubilado, ahora sólo falta que lo llevemos al cementerio.

No hay comentarios: