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miércoles, 1 de abril de 2020

Basta




Mañana, por ejemplo,
u hoy mismo,
esta tarde,
cuando resuenen los aplausos
para abrazar sin abrazar a quienes nos salvan,
los nuestros, que sólo en nosotros piensan,
no en sus vidas, en nosotros,
y los gritos y los vivas,
el himno a la vida de los balcones y las ventanas,
esa ola poderosa
que recorre los patios y las calles como un tsunami,
no para arrasar nada,
sino para poner los corazones en orden,
entonces,
justo entonces,
tú mismo
o cualquiera del vecindario,
yo,
ambos,
un hombre o una mujer cualquiera,
un mujer y un hombre son lo mismo,
al fin y al cabo sólo se distinguen por las casillas de los formularios,
todos juntos con una voz única,
levantados,
de puntillas si es necesario,
con el puño en alto
quien quiera levantar el puño,
iremos al lugar donde residen las letras del abecedario
para elegir los cinco signos precisos y exactos,
be, a, ese, te, a,
uno por dedo de la mano abierta,
be, a, ese, te, a,
del meñique al pulgar
o del pulgar al meñique,
con un jeme inabarcable,
be, a, ese, te, a,
puede ser la izquierda o la derecha,
aquélla donde puedas concentrar toda tu fuerza,
toda la fuerza de tu cuerpo y de tu alma,
la poderosa fuerza que nos trajo aquí para juntarnos
y reconocernos,
sin desfallecer,
y, aun desfalleciendo, enhiestos y decididos,
despojados de todos los miedos y cuentos
con que nos acunan y duermen,
con los que nos han vencido tantas veces,
para estampar la airada mano
contra el execrable rostro
de la roca,
be, a, ese, te, a,
derrubio de una ética a medida del escenario,
que sedimenta y endurece la patraña
y la insolencia del poder,
y de los que al servicio del poder enarbolan las albardas,
para dejar ahí impresa
la huela indeleble
de la palabra terminada:
be, a, ese, te, a,
basta.
Basta.
Y gritar al tiempo:
¡basta!
Idos con vuestras banderas a media asta
y dejadnos velar y llorar a nuestros muertos.
Necrófagos malditos,
nuestros muertos son nuestros,
ni siquiera del virus que los mata,
sólo nuestros,
cuerpos de la tierra que los alumbrara,
que a la tierra regresan para honrarla.
Idos con vuestros reyes de hojalata,
podridos entre el metal
sumiso y desalmado
de quienes convierten la vida en un renglón
de una cuenta de resultados;
con los patriotas de saldo,
andrajos de charlatanes vocingleros;
con vuestros voceros apesebrados,
pobres juntaletras de tertulias y diarios;
con vuestros amos,
que sólo tienen dinero
y morirán desnudos cuando les toque,
aunque eludan ahora el virus en sus refugios dorados.
Idos con vuestras donaciones y migajas:
no se puede renombrar con sobras la justicia.
Idos a vuestros comercios
y a vuestros cuerpos de saldo,
llevaos vuestros argumentarios,
llevaos las palabras que corrompen los diccionarios,
llevaos todo,
llevaos las cosas,
todas las cosas,
sólo son cosas,
las grandiosas y las insignificantes.
Cosas,
es decir,
nada.
Nosotros tenemos balcones y ventanas.
Basta.
La voz poderosa de la gente ya ha pronunciado la palabra:
basta.
Y la repite:
basta.
Oídla bien:
basta.
Está grabada letra a letra:
be, a, ese, te, a,
basta.
Idos.
Quien pretendió arrebatarnos la vida
para rellenar con cadáveres
los manuales de los economistas de cabecera,
no convertirá ahora a nuestros muertos
en despojos de casquería para comerciar con ellos.
Dejad de contarlos:
uno o diez mil,
son nuestros.
Muertos ellos y nosotros
mucho antes por la inmisericorde mano
de un sistema que nos usa, excluye y abandona.
No nos mata el virus,
el virus sólo nos remata.
Basta.


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