Mañana,
por ejemplo,
u
hoy mismo,
esta
tarde,
cuando
resuenen los aplausos
para
abrazar sin abrazar a quienes nos salvan,
los
nuestros, que sólo en nosotros piensan,
no
en sus vidas, en nosotros,
y
los gritos y los vivas,
el
himno a la vida de los balcones y las ventanas,
esa
ola poderosa
que
recorre los patios y las calles como un tsunami,
no
para arrasar nada,
sino
para poner los corazones en orden,
entonces,
justo
entonces,
tú
mismo
o
cualquiera del vecindario,
yo,
ambos,
un
hombre o una mujer cualquiera,
un
mujer y un hombre son lo mismo,
al
fin y al cabo sólo se distinguen por las casillas de los formularios,
todos
juntos con una voz única,
levantados,
de
puntillas si es necesario,
con
el puño en alto
quien
quiera levantar el puño,
iremos
al lugar donde residen las letras del abecedario
para
elegir los cinco signos precisos y exactos,
be,
a, ese, te, a,
uno
por dedo de la mano abierta,
be,
a, ese, te, a,
del
meñique al pulgar
o
del pulgar al meñique,
con
un jeme inabarcable,
be,
a, ese, te, a,
puede
ser la izquierda o la derecha,
aquélla
donde puedas concentrar toda tu fuerza,
toda
la fuerza de tu cuerpo y de tu alma,
la poderosa fuerza que nos trajo aquí para juntarnos
y
reconocernos,
sin
desfallecer,
y,
aun desfalleciendo, enhiestos y decididos,
despojados
de todos los miedos y cuentos
con
que nos acunan y duermen,
con
los que nos han vencido tantas veces,
para
estampar la airada mano
contra el execrable rostro
de la roca,
contra el execrable rostro
de la roca,
be,
a, ese, te, a,
derrubio de una ética a medida del escenario,
derrubio de una ética a medida del escenario,
que
sedimenta y endurece la patraña
y
la insolencia del poder,
y
de los que al servicio del poder enarbolan las albardas,
para
dejar ahí impresa
la
huela indeleble
de
la palabra terminada:
be,
a, ese, te, a,
basta.
Basta.
Y
gritar al tiempo:
¡basta!
Idos
con vuestras banderas a media asta
y
dejadnos velar y llorar a nuestros muertos.
Necrófagos
malditos,
nuestros
muertos son nuestros,
ni
siquiera del virus que los mata,
sólo
nuestros,
cuerpos
de la tierra que los alumbrara,
que
a la tierra regresan para honrarla.
Idos
con vuestros reyes de hojalata,
podridos
entre el metal
sumiso y desalmado
de
quienes convierten la vida en un renglón
de
una cuenta de resultados;
con los patriotas de saldo,
andrajos de charlatanes vocingleros;
con
vuestros voceros apesebrados,
pobres
juntaletras de tertulias y diarios;
con
vuestros amos,
que
sólo tienen dinero
y
morirán desnudos cuando les toque,
aunque
eludan ahora el virus en sus refugios dorados.
Idos
con vuestras donaciones y migajas:
no
se puede renombrar con sobras la justicia.
Idos
a vuestros comercios
y
a vuestros cuerpos de saldo,
llevaos
vuestros argumentarios,
llevaos
las palabras que corrompen los diccionarios,
llevaos
todo,
llevaos
las cosas,
todas
las cosas,
sólo
son cosas,
las
grandiosas y las insignificantes.
Cosas,
es
decir,
nada.
Nosotros
tenemos balcones y ventanas.
Basta.
La
voz poderosa de la gente ya ha pronunciado la palabra:
basta.
Y
la repite:
basta.
Oídla
bien:
basta.
Está grabada letra a letra:
Está grabada letra a letra:
be,
a, ese, te, a,
basta.
Idos.
Quien
pretendió arrebatarnos la vida
para
rellenar con cadáveres
los
manuales de los economistas de cabecera,
no
convertirá ahora a nuestros muertos
en
despojos de casquería para comerciar con ellos.
Dejad
de contarlos:
uno
o diez mil,
son
nuestros.
Muertos
ellos y nosotros
mucho
antes por la inmisericorde mano
de
un sistema que nos usa, excluye y abandona.
No
nos mata el virus,
el
virus sólo nos remata.
Basta.
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