Defendiendo el confinamiento en un
discurso, he oído decir a un alcalde, del PSOE a mayor abundamiento:
“Lo más importante es la salud”. Franco decía: “Lo más
importante es España”. Casado, Abascal, Aznar, todos estos no se
cansan de repetirnos: “Lo importante es la patria”. Como si la
patria fuera un concepto abstracto. O “lo más importante es la
bandera”. Y por eso pretenden que pongamos las banderas a media
asta, que llenemos los parques y las plazas de banderas, cuanto más
grandes mejor, más ondearán y desde más lejos serán vistas. Como
si la bandera, que es un elemento material concreto, no la hubieran
transformado en el mismo concepto abstracto que la patria. Patria y
bandera son lo mismo, y tienen el mismo significado vacío al que no
podemos asirnos. La vida necesita asideros. La salud, como argumento
para defender el confinamiento, parece un concepto preciso y
concreto. Todos necesitamos salud para vivir. Sin salud nos
encaminamos al cementerio. Parece un concepto concreto, pero deviene en un concepto abstracto para sobrecogernos y atraparnos.
En todos esos discursos salud,
España, patria y bandera excluyen cualquier otra consideración. No cabe nada fuera de ellos. La
libertad, por ejemplo, y la democracia. Primero la salud, ya
hablaremos de democracia cuando estemos sanos. Primero España, la
patria, la bandera, la libertad y la democracia no son valores
estrictamente necesarios, incluso pueden ser dañinos para el país,
Franco pensaba que eran un cáncer para España y por eso echó el
cerrojo y convirtió a España en un presidio durante 40 años.
No. Lo primero no es España, ni la
patria, ni la bandera, lo primero es la ciudadanía. Sin ciudadanos
no hay España ni patria ni bandera. Es la ciudadanía la que
construye España y construye patria y se dota de bandera,
construyendo el pueblo sobre las que se asienta.
No. Lo primero no es la salud. Lo
primero es que la vida merezca la pena Para eso hace falta salud,
claro, pero quienes entregaron su vida o su libertad por conquistar
precisamente la libertad y la democracia no pensaron en la salud. Ni siquiera pensaron en la vida. No les valía una vida cualquiera. La
salud no es lo primero. Si es lo primero, ¿para cuándo lo demás?
¿Para cuándo lo esencial? ¿Para cuándo aquello que constituye lo
sustantivo de la vida de los seres humanos? Aplazamos las elecciones.
Franco las aplazó durante 40 años. ¿Aplazamos la libertad?
Un concejal de ese mismo
ayuntamiento, para defender el otro día la necesidad del
confinamiento amenazaba a los ciudadanos de su pueblo con la ley
mordaza. No apeló a la responsabilidad, a la solidaridad, al mutuo
respeto por la vida, amenazó con multas de entre 600 y 30.000 € e
hizo un detallado relato de las actuaciones de la guardia civil y la
policía municipal para garantizar el cumplimiento del estado de
alarma. No apeló al sentido cívico y ciudadano, amenazó con la ley
mordaza. Una ley hecha a la medida de una concepción represora del
estado y restrictiva de la libertad y la democracia, precisamente, que el PSOE y la izquierda se comprometieron a derogar cuando llegaran al gobierno, pero ahí sigue, tan lozana. Las
denuncias que ha venido haciendo la policía se basan en la ley
mordaza.
El problema de las excepcionalidades
es que no se sabe cuánto duran. Incluso hay algunas que perviven
tras superar el problema que dio lugar a la excepción, como los
atentados terroristas del pasado. El problema del después es que
después no tiene fecha fija. Puede ser mañana, la semana que viene
o tras el verano. El verano de Franco duró 40 años.
El problema lo señalaba bien Yuval
Haari, el filósofo israelí, el otro día en su artículo de La
Vanguardia: El mundo después del coronavirus.
La salud no puede ser incompatible
con la libertad ni con la democracia. No puede haber después, ha de
haber ahora, como ha de haber ahora cultura, porque sin cultura
tampoco hay libertad ni democracia. La cultura también ha sido aplazada para después.
La libertad nos compromete a
hacernos cargo de nosotros mismos y de nuestros conciudadanos, la
libertad nos reclama responsables. Lo sabemos por Erich Fromm. El
confinamiento tiene que ser consecuencia de un acto de libertad, no
resultado de una amenaza. Aquello que es resultado de un acto de
libertad profundiza en la libertad, lo que es consecuencia de una
amenaza o una coerción acaba por menoscabar la libertad. La libertad
no es negociable. La democracia, tampoco. No estamos en el mejor
camino y tantos militares en las ruedas de prensa sobre la crisis
sanitaria, tanta alegría en el uso de los militares, como el grupo
de paracaidistas que envió Margarita Robles a un pueblo de Toledo
(Aldea en Cabo, 160 habitantes) simplemente para que los vieran, son
unas pistas preocupantes, que hacen temblar a cualquier demócrata
sensible. No ayuda hablar de guerra. No ayudan las arengas de combate. Tampoco ayudan los abusos policiales, muchos y escandalosos. El confinamiento no
puede ser consecuencia de una negación sino un acto de afirmación
contundente; propositivo, no coactivo.
La libertad y la democracia no son
negociables y no pueden posponerse. O son hoy o no serán nunca, o,
en caso de serlo, estarán demediadas, que es como no estar. A eso juega la derecha extrema del PP y Vox, pero no puede caer en esa trampa la izquierda ni el pueblo español.
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