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jueves, 26 de marzo de 2020

Covid-19, los muertos y la vida



Vamos a hablar de muertos. Hoy que hemos sabido que un tercio de las víctimas del covid-19 en España eran ancianos internados en residencias, la mayoría en Madrid, unos 1000. Esos sitios donde Casado prefiere que no entren a poner orden los militares. Poner orden significa recoger a los muertos abandonados por las habitaciones.
Vamos a hablar de muertos. Cuando sabemos que el vicegobernador de Texas, Dan Patrick dijo ayer o anteayer: “Los abuelos deberían sacrificarse y dejarse morir para salvar la economía por el bien de sus nietos y no paralizar el país”. Luego añadió, al parecer, que él también estaba dispuesto a sacrificar su vida por sus nietos y por América. “America, first”, que decía Trump. Primero el país, la nación, su economía, por lo tanto, su fortaleza, y luego todo lo demás, incluso la vida de los americanos, incluso las vidas, a tenor de Dan Patrick. Trump está pensando en levantar las restricciones y normalizar la actividad económica, aunque eso signifique resignarse a las palabras de Patrick.
Dan Patrick seguramente sea un patriota, el paradigma del patriotismo. Y Trump.
Adolf Hitler era un patriota. Franco era un patriota. Ortega Smith, Abascal, Casado son patriotas.
La comunidad de Madrid entregó la gestión de las residencias de ancianos a las empresas privadas, porque las empresas privadas gestionan mucho mejor todas estas cosas, en palabras de Esperanza Aguirre, que también es una patriota y por eso organizó el tamayazo y la financiación irregular del PP de Madrid, detrayendo parte del coste de los hospitales para financiar sus campañas electorales.
Primero vinieron a buscar a...”, avisó hace ochenta años Martin Niemöller. Y hoy: primero los abuelos, para salvar a los nietos. Luego serán los cojos o los tuertos, los que padecen algún síndrome que cueste dinero al país, después serán los de piel oscura, más tarde los homosexuales o los ateos, los menores no acompañados acogidos en residencias,... Siempre hay alguien que estorba o cuesta dinero. Alguna vez, cualquiera de nosotros será uno de esos que estorba.
La vida cuesta dinero. O no. Sí. Aunque la vida no necesita el dinero.
Los opulentos prefieren estar solos con su dinero.
Hablemos de los muertos.
El PP los clasifica: más de 4000 muertos de hepatitis por negarles el Sovaldi no son nada con los cerca de 4000 que lleva del covid-19. Ana Mato dijo que el tratamiento era muy caro y que España no podía permitírselo. 4000 muertos. Era caro tenerlos vivos. Hoy el problema para el PP no es el dinero, es el gobierno socialcomunista. El problema, de verdad, es que los muertos del covid-19 son de otro gobierno. Y los quieren hacer suyos para derribar al gobierno.
Los muertos del 11M tampoco tenían importancia. Comerciaron con ellos para ganar unas elecciones que al final perdieron. El PP es un partido necrófago. Vive de los muertos, se alimenta de muertos. Para intentar sacar rédito político o para colocar a quienes no tienen otro mérito que contar con un muerto en la familia. Hoy tratan de obtener ventaja con estos muertos, aunque muchos de estos muertos sean de su responsabilidad política, porque son muertos de residencias de ancianos.
El sistema, el capitalismo, también clasifica a los muertos. Los muertos en carretera no tienen importancia. Aunque sean miles. El transporte privado es una conquista que estamos dispuestos a pagar con vidas. Son números, nadie ahí tiene nombre. Son un coste colateral del sistema.
O los accidentes de trabajo. Las muertes por accidente de trabajo también son un tributo marginal del sistema. Hay unos límites que estamos dispuestos a soportar, y por eso tampoco nos importan los nombres, y apenas introducimos elementos correctores para que no sea muy escandaloso.
¿Cuántos muertos produjo el franquismo? ¿Dónde están sus cuerpos? Sus nombres. Cientos de miles en las cunetas, en los barrancos o en las fosas comunes de los cementerios. No hacemos nada por devolverles la dignidad arrebatada. No murieron en accidente ni por el ataque de ningún virus, sino deliberadamente, porque quien mataba tenía el poder de decidir sobre la vida y la muerte, y dispuso que la vida no le importaba, aquellas vidas no le importaban. Y no le importan tampoco hoy a los herederos de aquellos asesinos, que se atreven a vilipendiarlas, pero se muestran muy preocupados por los muertos del covid-19. Cuando estos días pasen y abandonemos nuestros confinamientos, quizá deberíamos ocuparnos en serio también de los muertos del franquismo, porque significaría devolver el respeto a sus vidas.
¿Cuántas muertes por gripe común cada año? Vale le pena contarlas, y las contamos, pero no las tomamos en cuenta, no nos escandalizan, porque forman parte de la rutina cotidiana. Tomamos en cuenta el goteo diario de los números del covid-19, aunque los muertos no alcancen nunca a los muertos por la gripe común.
Valían las muertes de ETA para hacer leyes especiales contra los terroristas, pero no valen las muertes de las mujeres. Las muertes de las mujeres siempre siembran dudas. Las mujeres siguen estando señaladas. Por eso el 8M es culpable de la expansión del covid-19, y porque así hay otro argumento para atizar al gobierno. El virus no se expandió en Vistalegre, ni en los partidos de fútbol, ni en los cines, ni en las fiestas, ni en las misas, en las iglesias no entran los virus porque están las vírgenes para detenerlos.
¿Y los muertos del Mediterráneo? Esa fosa común que tiene el nombre mágico de Mediterráneo. Nos escandalizamos con el cuerpo de un niño varado en la playa, pero no contamos todos los muertos, aunque haya por ahí estadísticas que los recogen uno a uno, pero sin nombre, porque los muertos del Mediterráneo, sobre todo, tampoco tienen nombre. Son extraños. Las muertes de extraños carecen de importancia. Y por eso a tales extraños les levantamos barreras, aun sabiendo que los valladares serán causa de muerte por miles.
Las muertes de las guerras de Irak o Afganistán, ¿cuántas? Muertes nuestras muchas de ellas, provocadas por nuestros actos, nuestra negligencia o nuestros silencios. Las muertes de Siria. Las de Somalia. Las muertes de Yemen, causadas por una dictadura atroz y sanguinaria a la que vendemos armas y de la que obtiene sustanciosos réditos nuestro rey emérito para sus juegas. Cobramos las armas y miramos para otro lado, y seguimos respaldando a la monarquía corrupta.
Una muerte no importa cuando el fallecido formaba parte en vida de una cuenta de resultados.
¿Por qué tanto escandalizarse, tanto aspaviento con las muertes del covid-19? Quizá porque el covid-19 no distingue mucho y nos puede tocar a cualquiera. O por ominoso cálculo político. Por miedo. De aquí que algunos hablen de guerra, cuando, en realidad se trata de otra cosa. Las guerras buscan la muerte del enemigo y salvaguardar la propia. Pero esto es una pelea por la vida, el reto es la vida, la vida que queremos, la vida que merece la pena vivir, si esa vida es la de los números o es la vida de quienes se aplauden desde los balcones o se abrazan a través de mensajes o de gestos. No se trata de evitar muertes, se trata de salvar vidas para la vida. Y si, cuando esto pase, sigue habiendo gentes sin techo, sin alimento, sin sanidad pública, sin educación pública, sin vestido, sin recursos para llevar una vida digna y decente, abandonados, otra vez sumergidos en la lógica cruel del mercado, que te expulsa cuando no te necesita, habremos perdido la batalla de la vida y no merecerá la pena haber sobrevivido al virus.
Cuando la obscenidad de quienes se alimentan de los muertos venga a por nosotros, no habrá nadie para defendernos ni para hablar en nuestro nombre.

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