Vamos a hablar de muertos. Hoy que
hemos sabido que un tercio de las víctimas del covid-19 en España
eran ancianos internados en residencias, la mayoría en Madrid, unos
1000. Esos sitios donde Casado prefiere que no entren a poner orden
los militares. Poner orden significa recoger a los muertos
abandonados por las habitaciones.
Vamos a hablar de muertos. Cuando
sabemos que el vicegobernador de Texas, Dan Patrick dijo ayer o
anteayer: “Los abuelos deberían sacrificarse y dejarse morir para
salvar la economía por el bien de sus nietos y no paralizar el
país”. Luego añadió, al parecer, que él también estaba
dispuesto a sacrificar su vida por sus nietos y por América.
“America, first”, que decía Trump. Primero el país, la nación,
su economía, por lo tanto, su fortaleza, y luego todo lo demás,
incluso la vida de los americanos, incluso las vidas, a tenor de Dan
Patrick. Trump está pensando en levantar las restricciones y
normalizar la actividad económica, aunque eso signifique resignarse
a las palabras de Patrick.
Dan Patrick seguramente sea un
patriota, el paradigma del patriotismo. Y Trump.
Adolf Hitler era un patriota. Franco
era un patriota. Ortega Smith, Abascal, Casado son patriotas.
La comunidad de Madrid entregó la
gestión de las residencias de ancianos a las empresas privadas,
porque las empresas privadas gestionan mucho mejor todas estas cosas,
en palabras de Esperanza Aguirre, que también es una patriota y por
eso organizó el tamayazo y la financiación irregular del PP de
Madrid, detrayendo parte del coste de los hospitales para financiar
sus campañas electorales.
“Primero vinieron a buscar a...”,
avisó hace ochenta años Martin Niemöller. Y hoy: primero los
abuelos, para salvar a los nietos. Luego serán los cojos o los
tuertos, los que padecen algún síndrome que cueste dinero al país,
después serán los de piel oscura, más tarde los homosexuales o los
ateos, los menores no acompañados acogidos en residencias,...
Siempre hay alguien que estorba o cuesta dinero. Alguna vez,
cualquiera de nosotros será uno de esos que estorba.
La vida cuesta dinero. O no. Sí.
Aunque la vida no necesita el dinero.
Los opulentos prefieren estar solos
con su dinero.
Hablemos de los muertos.
El PP los clasifica: más de 4000
muertos de hepatitis por negarles el Sovaldi no son nada con los
cerca de 4000 que lleva del covid-19. Ana Mato dijo que el
tratamiento era muy caro y que España no podía permitírselo. 4000
muertos. Era caro tenerlos vivos. Hoy el problema para el PP no es el
dinero, es el gobierno socialcomunista. El problema, de verdad, es
que los muertos del covid-19 son de otro gobierno. Y los quieren
hacer suyos para derribar al gobierno.
Los muertos del 11M tampoco tenían
importancia. Comerciaron con ellos para ganar unas elecciones que al
final perdieron. El PP es un partido necrófago. Vive de los muertos,
se alimenta de muertos. Para intentar sacar rédito político o para
colocar a quienes no tienen otro mérito que contar con un muerto en
la familia. Hoy tratan de obtener ventaja con estos muertos, aunque
muchos de estos muertos sean de su responsabilidad política, porque
son muertos de residencias de ancianos.
El sistema, el capitalismo, también
clasifica a los muertos. Los muertos en carretera no tienen
importancia. Aunque sean miles. El transporte privado es una
conquista que estamos dispuestos a pagar con vidas. Son números,
nadie ahí tiene nombre. Son un coste colateral del sistema.
O los accidentes de trabajo. Las
muertes por accidente de trabajo también son un tributo marginal del
sistema. Hay unos límites que estamos dispuestos a soportar, y por
eso tampoco nos importan los nombres, y apenas introducimos elementos
correctores para que no sea muy escandaloso.
¿Cuántos muertos produjo el
franquismo? ¿Dónde están sus cuerpos? Sus nombres. Cientos de
miles en las cunetas, en los barrancos o en las fosas comunes de los
cementerios. No hacemos nada por devolverles la dignidad arrebatada.
No murieron en accidente ni por el ataque de ningún virus, sino
deliberadamente, porque quien mataba tenía el poder de decidir sobre
la vida y la muerte, y dispuso que la vida no le importaba, aquellas
vidas no le importaban. Y no le importan tampoco hoy a los herederos
de aquellos asesinos, que se atreven a vilipendiarlas, pero se
muestran muy preocupados por los muertos del covid-19. Cuando estos
días pasen y abandonemos nuestros confinamientos, quizá deberíamos
ocuparnos en serio también de los muertos del franquismo, porque
significaría devolver el respeto a sus vidas.
¿Cuántas muertes por gripe común
cada año? Vale le pena contarlas, y las contamos, pero no las
tomamos en cuenta, no nos escandalizan, porque forman parte de la
rutina cotidiana. Tomamos en cuenta el goteo diario de los números
del covid-19, aunque los muertos no alcancen nunca a los muertos por
la gripe común.
Valían las muertes de ETA para
hacer leyes especiales contra los terroristas, pero no valen las
muertes de las mujeres. Las muertes de las mujeres siempre siembran
dudas. Las mujeres siguen estando señaladas. Por eso el 8M es
culpable de la expansión del covid-19, y porque así hay otro
argumento para atizar al gobierno. El virus no se expandió en
Vistalegre, ni en los partidos de fútbol, ni en los cines, ni en las
fiestas, ni en las misas, en las iglesias no entran los virus porque
están las vírgenes para detenerlos.
¿Y los muertos del Mediterráneo?
Esa fosa común que tiene el nombre mágico de Mediterráneo. Nos
escandalizamos con el cuerpo de un niño varado en la playa, pero no
contamos todos los muertos, aunque haya por ahí estadísticas que
los recogen uno a uno, pero sin nombre, porque los muertos del
Mediterráneo, sobre todo, tampoco tienen nombre. Son extraños. Las
muertes de extraños carecen de importancia. Y por eso a tales
extraños les levantamos barreras, aun sabiendo que los valladares
serán causa de muerte por miles.
Las muertes de las guerras de Irak o
Afganistán, ¿cuántas? Muertes nuestras muchas de ellas, provocadas
por nuestros actos, nuestra negligencia o nuestros silencios. Las
muertes de Siria. Las de Somalia. Las muertes de Yemen, causadas por
una dictadura atroz y sanguinaria a la que vendemos armas y de la que
obtiene sustanciosos réditos nuestro rey emérito para sus juegas.
Cobramos las armas y miramos para otro lado, y seguimos respaldando a
la monarquía corrupta.
Una muerte no importa cuando el
fallecido formaba parte en vida de una cuenta de resultados.
¿Por qué tanto escandalizarse,
tanto aspaviento con las muertes del covid-19? Quizá porque el
covid-19 no distingue mucho y nos puede tocar a cualquiera. O por
ominoso cálculo político. Por miedo. De aquí que algunos hablen de
guerra, cuando, en realidad se trata de otra cosa. Las guerras buscan
la muerte del enemigo y salvaguardar la propia. Pero esto es una
pelea por la vida, el reto es la vida, la vida que queremos, la vida
que merece la pena vivir, si esa vida es la de los números o es la
vida de quienes se aplauden desde los balcones o se abrazan a través
de mensajes o de gestos. No se trata de evitar muertes, se trata de
salvar vidas para la vida. Y si, cuando esto pase, sigue habiendo
gentes sin techo, sin alimento, sin sanidad pública, sin educación
pública, sin vestido, sin recursos para llevar una vida digna y
decente, abandonados, otra vez sumergidos en la lógica cruel del
mercado, que te expulsa cuando no te necesita, habremos perdido la
batalla de la vida y no merecerá la pena haber sobrevivido al virus.
Cuando la obscenidad de quienes se
alimentan de los muertos venga a por nosotros, no habrá nadie para
defendernos ni para hablar en nuestro nombre.
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