Hoy se ha exhumado a Franco del
mausoleo faraónico que se construyó para su gloria. Algunos de sus
familiares varones lo han sacado a hombros del interior de la
basílica. Apenas había dos mujeres entre los 22 familiares
asistentes al acto. Entre ellos, Luis Alfonso de Borbón, aspirante
al trono de Francia y con negocios en Panamá, y Francis Franco, el
nietísimo, recientemente absuelto por la Audiencia Provincial de
Teruel, en una de esas resoluciones curiosas de la justicia española
cuando toca juzgar a ciertos individuos, de los delitos de atentado
contra la autoridad, por intentar atropellar a dos guardias civiles
de tráfico, y amenazas con arma de fuego a los mismos agentes. Todos
tienen vidas regaladas y viven en domicilios amplios y cómodos,
fruto no de su trabajo, porque suelen trabajar poco, sino de la
herencia del dictador, cuyos único ingreso era su sueldo de militar.
Tras depositar el féretro en el coche fúnebre, rezaron un responso
con el abad del sitio, se pusieron firmes y gritaron marciales:
“¡Viva España! ¡Viva Franco!” Viva, viva, varios vivas a
continuación, como suele suceder en estos casos. Estos vivas,
construidos con expresiones grandes y huecas, suelen pronunciarlos
gentes que carecen de palabras, porque nunca tuvieron ideas. No todo
sonido articulado por la voz constituye una palabra. La palabra es un
acto de libertad, por eso los dictadores carecen de palabras, sólo
saben pronunciar órdenes. Y una orden es un estacazo, no es una
palabra. Los fieles de los dictadores también carecen de palabras,
cumplen órdenes, las reproducen o emulan. En realidad los vivas son
amenazas. Y por eso dejan tras de sí un reguero siniestro de
cadáveres, porque carecen de palabras. Quien tiene palabras no mata,
porque la vida es la primera palabra.
En el mausoleo quedan 33.000
cadáveres. O 34.000, no sé cuántos, muchos. Casi ninguno tiene
nombre, así que no hay familiares que vengan a rescatarlos. Esos
33.000 cadáveres necesitan sentir el respeto de la memoria. Con
ellos, los 130.000, o los que sean, que nadie pueden asegurar un
número, muchos, demasiados, que yacen en cunetas y fosas comunes,
todos sin nombre también. Las víctimas del genocida, que hoy ha
sido exhumado del mausoleo y reinhumado en Mingorrubio. Con el
respeto que se merecen las víctimas. Todos han de ser identificados
y entregados a sus familias, con el reconocimiento del país. Para
que la democracia sea respetable tiene que ganarse el respeto de
todos sus ciudadanos, especialmente de los que fueron maltratados.
Pero aún hay más. Debe haber más.
No podemos quedarnos en el traslado de la momia. Para cerrar este
ominoso capítulo de la Historia. Hay que reescribir los libros de
las escuelas; borrar cualquier vestigio del franquismo de los
espacios públicos; revisar, incluso dar por caducados, los acuerdos
con la Iglesia, todos los acuerdos; señalar a los felones como
golpistas y traidores; vaciar los lugares de homenaje de asesinos,
Queipo de Llano y Moscardó, entre otros, todos; limpiar los nombres
de los enjuiciados por los tribunales ilegítimos de la dictadura y
devolverles la dignidad arrebatada; examinar los patrimonios de los
que se enriquecieron medrando con la victoria; derogar la Ley de
Amnistía de 1977 y juzgar a todos los cómplices de la dictadura,
especialmente a aquellos con responsabilidades criminales, por
asesinatos o por torturas, Billy el Niño, entre ellos, cómo no. Sin
odio, sin ánimo de revancha, sin venganzas de por medio, en nombre
de la justicia, para hacer justicia, porque un país sólo puede ser
respetable cuando hace justicia.
Franco ha salido del mausoleo, el
lugar de su homenaje, pero el franquismo ha vuelto a ocupar con
insolencia las calles para levantar el brazo y cantar el Cara al Sol,
exhibir el aguilucho, reventar manifestaciones y agredir a los
demócratas. Quizá no parezcan muchos, pero los que vociferan sólo
son los rizos de las superficies calmas, la bicha crece y se
reacomoda debajo. El fascismo es un recurso al que el poder acude
cuando no se siente cómodo en su asiento, y hace tiempo que le
resulta incómodo. Lo que sucede por ahí, en Bulgaria, en Polonia o
Sudamérica, fijémonos en Chile, son avisos de la bicha. El
franquismo no ha salido de las instituciones, sigue parasitando y
carcomiendo la policía, la justicia, el ejército, los poderes
económicos, los medios de comunicación,... Los cabildeos, la
corrupción y las cloacas son una expresión de su paradigma. Vox
sólo es su manifestación más descarada, pero los partidos que
comparten con él los gobiernos y las políticas son la prueba de que
la transición no ha hecho su labor quirúrgica, ni parece que tenga
ya capacidad para practicarla. Así que nos consolamos con una
democracia demediada, que sólo cambia al dictador de sitio.
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