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domingo, 11 de enero de 2015

Je suis Charlie Hebdo



Es decir, yo soy Charlie Hebdo, el semanario satírico. Es como decir que estoy hecho de la misma sustancia de la revista o de aquéllos que la alumbraban y nutrían. He muerto y estoy herido, como los muertos y heridos por los AK64 que asaltaron el semanario. Y mi sangre se mezcla con la sangre que recorre las venas de Charlie Hebdo. Soy cada uno de los periodistas y policías que fueron baleados por el yihadismo, para hacerles entrar en razón mediante las supremas razones de los Kalashnikov. Con las razones escritas en el Corán, aunque algunos olvidan, interesadamente, me columbro, que hay razones idénticas escritas en las páginas del Antiguo Testamento.
La masacre en el semanario Charlie Hebdo y los brutales hechos posteriores son una ataque frontal a la libertad de expresión y una demostración de la capacidad del ser humano para exhibir su barbarie. Pero no son sólo eso: atentados contra la libertad de expresión se cometen todos los días y no nos escandalizamos, y las manifestaciones de barbarie suelen ser habituales en nuestros telediarios. Son, sobre todo y esencialmente, la prueba disparatada de la voluntad de unos pocos de imponerse a la mayoría por cualquier procedimiento, incluso a costa de la libertad de todos. Es exactamente lo mismo que trata de hacerse con la resolución de la crisis, con desahucios, despidos y recortes en lugar de Kalashnikov, pero tan efectivos y definitivos como ellos.
Soy de los que resisten con su razón ante las razones de los que imponen su razón acabando con la vida de los que los discuten.
Pero no soy de los que convertirán a todos aquéllos que lleven túnica o turbante en terroristas o asesinos, o al islamismo en paradigma del terrorismo. Como no confundo, por citar nombres concretos de este lado de las creencias, a Benito XVI, en otra época jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe, o Inquisición, con Ernesto Cardenal. Ni seré de los que aboguen por desterrarlos de nuestros países o recluirlos en guetos, separarlos de entre nosotros, como quien trata de librarse de una pústula o una enfermedad. Ni de los que les exigirá ser como uno de nosotros, vestirse como uno de nosotros, rezar a los mismos dioses que nosotros. Aunque también cabría preguntarse qué y cómo somos nosotros, todos nosotros y cada uno de nosotros, y quiénes somos nosotros, nosotros, ese pronombre colectivo tan difuso. ¿Nosotros incluye a Le Pen, Rajoy y García Albiol, el alcalde racista del PP, al arzobispo de Murcia, protector de pederastas, y al de Alcalá de Henares, adalid de la homofobia, entre otros, a los Botín y demás calaña bancaria? Si nosotros me incluye con todos estos en el mismo pronombre personal, habré de plantearme idear otros pronombres personales que admitan más matices, porque yo no soy un desalmado, y estos son unos desalmados. No los devolveré a Marruecos, Libia, Egipto,... No distinguiré entre seres humanos, no defenderé el sistema de apartheid sudafricano, aquel que extendía carnés por razas, como el nazismo imponía estrellas de colores. No defenderé la venganza como forma de hacer justicia. No justificaré ninguna muerte. Tampoco justificaré la injusticia. No cabe justificación para la injusticia, ni siquiera cabe la explicación. La injusticia también está detrás de los comportamientos bárbaros.
Los terroristas eran, al parecer, de Al Qaeda Yemen. ¿Hemos olvidado que Al Qaeda fue una creación de la CIA, financiado durante años por EEUU? Algunos querrían y necesitan que lo olvidemos.
Siento aversión por los terroristas. Por todos los terroristas. Al margen de su apariencia o sus motivos. Y por aquellos que, sin llamarse terroristas, porque toda perversión humana tiene el eufemismo adecuado, sobre todo si está planificada desde la atalaya del poder, persiguen con sus actos fines semejantes. Por ejemplo: los asesinos e ideólogos del 11M y el 11S, los autores materiales e intelectuales de las masacres de Sabra y Chatila, los promotores y ejecutores de las recientes guerras de Irak y Afganistán, y de otras geográficamente más próximas como las de los Balcanes, Chechenia o Ukrania. Muchos de estos últimos son personas respetables que dan lecciones de moral y han tenido la desvergüenza de escandalizarse por el atentado de París e incluso es posible que se manifiesten el domingo. Sólo son la personificación del cinismo más obsceno. Por poner nombres, pongamos los nombres de los cuatro de las Azores, los de los parlamentarios que con su voto convalidaron sus decisiones y los de los medios de comunicación que los justificaron, torciendo incluso la verdad, porque la verdad, en estos casos, es un producto más en el mercado y tiene un precio.
Siento desprecio por quienes quieren administrar la democracia y la libertad con un dogal de miedo. Y también aborrezco a los miserables, aunque se den golpes de pecho. No tienen derecho a abanderar la libertad de expresión quienes pretenden administrarla en medios de comunicación propios, mediante leyes mordaza o consejos de redacción o administración obedientes o sumisos. Rechazo a los que desde cabeceras periodísticas, radiofónicas o televisivas se reputan defensores de la libertad de expresión, cuando hace tiempo que vendieron su opinión por un plato de lentejas. Detesto a los que se escandalizan por alegatos como Alá es grande pero comparten sentencias como la de que Jesús es el hijo unigénito del único dios verdadero, le único dios verdadero, ahí es nada. Quizá convendría recordar que las tres grandes religiones monoteístas, el judaísmo, el cristianismo y el islamismo surgen de la misma raíz semítica, brotan del mismo tronco y se reconocen en el mismo patriarca, Abraham, que se enriqueció gracias a la esclavitud, que repudió a una esclava y al hijo común, Ismael, y que no dudó en asesinar a su hijo Isaac, tras un monstruoso mandato divino que se lo exigió en sacrificio. La estrella de David, la media luna y la cruz sirven para provocar las mismas víctimas y justificar a los mismos bárbaros, independientemente del vestido que se pongan o el idioma en que hablen. Los tres símbolos son refugio de la misma intransigencia y espada de cadalso para los mismos desvalidos. Y usan lenguajes ampulosos y rebuscados para imponer sus dogmas en el lugar de las verdades.
La cuarta religión monoteísta, el mercado, también usa el lenguaje pretencioso y vacuo de la economía para confundirnos y hacernos responsables del destino al que nos han condenado. Aquello de habéis vivido por encima de vuestras posibilidades, condenados insensatos.
Por todo esto soy Charlie Hebdo. Ser humano y Charlie Hebdo seguramente sean la misma cosa. Aunque soy muchas más cosas y muchos más seres humanos, no quiero olvidarlo ni dejar de reseñarlo en esta hora crucial, aunque la relación resultará incompleta. Por ejemplo:
Soy Salman Rushdie, condenado en un fatwa a ser muerto por cualesquiera que pueda tener la oportunidad para ello por haber escrito un libro, Los versos satánicos, que permanece prohibido en India, Sudáfrica, Pakistán, Arabia Saudí, Egipto, Somalia, Bangladés, Sudán, Indonesia, Malasia y Qatar.
Soy todas y cada una de las víctimas degolladas por ISIS, que no tendrán manifestación que las reivindique, y soy cada uno de sus cautivos que esperan su degüello.
Soy la mujer o la niña secuestradas por Boko Haram, para ser convertidas en esclavas sexuales o en bombas ambulantes. Y soy cualquiera de los niños de la guerra. O de los que han sido arrastrados a una vida de violencia por la locura de los diamantes de sangre o de las minas de coltan.
Soy una niña condenada al analfabetismo y la invisibilidad, y por eso me reconozco en la voz valiente de Malala Yousafzay.
Soy un estudiante mejicano de entre los 4000 asesinados por el ejército en la plaza de Tlatelolco en 1968 en un ejercicio de tiro al blanco. Y soy otro estudiante mejicano de magisterio, secuestrado y asesinado por la alianza de políticos y mafias del narcotráfico hace unos meses.
Soy cualquier de los negros norteamericanos asesinados por la policía por el mero hecho de ser negros. Ha sucedido en las últimas semanas, pero es una historia que se repite desde que fueron llevados desde África para convertirlos en esclavos.
Soy un manifestante de Tianamen.
Soy un manifestante en la primavera de Praga en 1968, por lo que fui perseguido y encarcelado o muerto. O un alemán en los ficheros de la Stasi.
Soy un comunista perseguido por el estalinismo, y encarcelado, torturado o muerto.
Soy judío en el gueto de Varsovia y en los campos de exterminio nazi. Y soy prisionero en Guantánamo, de cuya ignominia el mundo entero tiene noticia sin que nadie en el universo todo mueva un dedo para acabar con ella.
Soy un judío víctima del pogromo nazi de la noche de los cristales rotos, que culminó con el incendio del parlamento alemán y el fin de la democracia en Alemania.
Soy una víctima del sionismo, que entre 1930 y 1948, con Ben Gurión como jefe, sembró Palestina de atentados terroristas con miles de muertos.
Soy un preso de Bagram, vejado y torturado por tropas estadounidenses. Y un detenido en Diwaniya, torturado por soldados españoles.
Soy Miguel Servet, Giordano Bruno y Galileo, condenados a la hoguera los dos primeros y obligado a renegar de la verdad científica el último, por contradecir a las autoridades eclesiásticas de la época, acaso no muy distintas de los clérigos actuales que imparten la verdad desde los púlpitos, de un modo no muy distinto y revestidos de una manera parecida a los ayatolás.
Soy El Papus y El País, que sufrieron las bombas de la triple A en una España no tan lejana. Y las librerías Antonio Machado y Rafael Alberti, arrasadas por los Guerrilleros de Cristo Rey un poco antes.
Soy Facu Díaz, de la Tuerka, imputado por parodiar la corrupción del PP. Como fui Javier Krahe, imputado por blasfemo. O Leo Bassi, amenazado por los Guerrilleros de Cristo Rey por insultos a la religión católica, a quien se le puso una bomba en el camerino del teatro Alfil.
Soy José Couso y Juantxu Rodríguez, asesinados por tropas americanas cuando informaban de guerras promovidas por EEUU.
Soy García Lorca y Miguel Hernández.
Soy uno cualquiera de los 200 000 republicanos españoles que permanecen en las cunetas o en fosas comunes, asesinados vil e impunemente por el franquismo triunfante.
Soy un abogado de Atocha, 55, la noche del 24 de enero de 1977, asesinado a sangre fría por el fascismo tardofranquista alimentado en las alcantarillas del estado español.
Soy uno de los trabajadores asesinados en Vitoria el 3 de marzo de 1976 por la policía. Manuel Fraga era el ministro de Gobernación y Martín Villa el ministro del sindicalismo vertical.
Soy Arturo Ruiz, asesinado por la ultraderecha, María Luz Nájera, muerta por la policía, y Yolanda González, secuestrada y asesinada por militantes de Fuerza Nueva, estudiantes, símbolo y referencia de las decenas de muertos de la transición española, trabajadores o estudiantes, manifestantes u opositores, provocados por la ultraderecha de la Triple A, el Batallón Vasco o Fuerza Nueva y la policía o la Guardia Civil en el período de 1977 a 1980.
Soy Julián Grimau y Puig Antich, ejecutados por el franquismo, tras ser torturados salvajemente y condenados en juicios amañados, sin garantías. Dos nombres entre las decenas de miles que corrieron similar suerte entre 1936 y 1975.
Soy Enrique Ruano, estudiante, asesinado por la policía política franquista, y Pedro Patiño, albañil y sindicalista de CCOO, asesinado por la Guardia Civil que reprimía una huelga, dos entre los muchos muertos de la represión política del franquismo, que contaba con policías, jueces, fiscales y tribunales encargados de la persecución y represión política. Y soy cualquiera de los torturados por la policía franquista en la DGS, hoy sede del gobierno regional de Madrid, o en cualquier comisaría o cuartel, cuya autoría tiene nombres y apellidos que la casta política actual sigue protegiendo.
Soy Tierno Galván, García Calvo y López Aranguren, catedráticos expulsados de la universidad por el franquismo, por solidarizarse con las protestas de los estudiantes. Y soy cualquiera de los maestros, maestras y profesores republicanos purgados por el franquismo al final de la guerra civil.
Soy Aitor Zabaleta, asesinado por miembros del Frente Atlético el 8/12/98 por ser vasco.
Soy cualquiera de las víctimas inocentes de ETA o el Grapo.
Soy una de las 59 mujeres asesinadas por el terrorismo machista durante 2014 en España. O una de las 57 de 2013, de las 57 de 2012, de las 67 de 2011, de las 85 de 2010, de las 68 de 2009, de las 84 de 2008, de las 71 de 2007,... Tengo nombre y apellidos, pero nadie se manifestará en mi nombre ni hará nada por acabar con la lacra, algo de postureo al día siguiente de cada muerte como mucho.
Soy vasco, catalán, gallego, andaluz, manchego, extremeño,... Y soy charnego y catalino.
Soy un enfermo de hepatitis C, esperando a ser otro de los 11 que diariamente mueren por negársenos el tratamiento que nos curaría.
Soy un sintecho, al que han apaleado o al que han intentado quemar en la caseta o en el cajero en el que dormía, y en alguna ocasión lo han conseguido.
Soy un desahuciado.
Soy un parado de larga duración, sin recursos, sin subsidios, y en mi situación está toda mi familia. Si rebusco en contenedores la comida que los distribuidores arrojan, arrostro el riesgo de ser multado con hasta 750 €.
Soy uno de los estafados con las preferentes.
Soy Alfon, soy una víctima de los montajes policiales para amplificar la persecución y criminalizar la protesta contra la crisis, soy cualquiera de los manifestante movilizados por el 15M o el 22S, de los que se reúnen en los barrios, en las plazas, en el Retiro para debatir sobre la estafa de la crisis y son identificados y multados por el mero hecho de reunirse.
Soy gitano, soy homosexual, soy negro, soy moro, soy sudaca, soy mujer,...
Soy un subsahariano al otro lado de las vallas de Ceuta y Melilla.
Soy tantas personas y tantas cosas invisibles, hechas desaparecer por le fulgor terrible del atentado de Charlie Hebdo, por el interés de los que atentaron y por el interés de quienes administran las noticias y los hechos y escriben la historia, de los que ponen notas y conceden o niegan importancia a los acontecimientos y a las personas. Hoy les toca el foco a los asesinos de Al Qaeda y ayer tocó a los asesinos de ETA, nunca nos toca a las víctimas de nada. Alguien dijo en sede parlamentaria “que se jodan” refiriéndose a los parados, pero quieren decir que nos jodamos todos, todos sin excepción.
¿Por qué hay que manifestarse el domingo? Yo seré uno de los que también estará en París, aunque no me mueva de Madrid, pero ¿por qué hay que manifestarse en París el domingo? ¿Contra el terrorismo y por la libertad de expresión? Habría que definir que entienden por terrorismo y por libertad de expresión los convocantes y asistentes. ¿Están legitimados para salir en defensa del semanario aquéllos que propugnan imponer el catecismo en las escuelas? ¿Qué diferencia hay entre el adoctrinamiento cristiano y las escuelas coránicas? ¿Legitimados a hablar de terrorismo y libertad de expresión aquéllos que mantienen los símbolos y los nombres franquistas en las calles, o la vigencia del Valle de los Caídos, símbolo de la apología del franquismo, o cualesquiera otro monumento similar, se niegan a dar cumplimiento a la Ley de Memoria Histórica o siguen celebrando misas y festivales en honor de los golpistas del 36, con la parafernalia de la bandera del aguilucho incluida? ¿Qué hará Rajoy el domingo en París: decidirá retirar la ley mordaza con la que quiere gestionar nuestra opinión en España? ¿Estarán de Guindos, Montoro, Wert y Santamaría, por ejemplo? ¿Estará Merkel del brazo del Deutsche Bank? ¿Estarán los hombres de negro de Bruselas? ¿Qué interés tienen en la vida o en la palabra los que aparecerán en las fotografías de la manifestación del domingo? O los que guardaron un minuto de silencio al día siguiente de los hechos en la puerta de las instituciones que dirigen. ¿Hasta dónde les llega su interés por las personas, si es que tienen algún interés en las personas?
El hombre no es un lobo para el hombre, en contra del aserto de Hobbes. Hobbes sólo era un pensador perezoso, que no profundizaba en las verdaderas causas. La masacre de París no es un producto del mal. La crisis que nos asuela no es un producto del mal. Todo esto no es un producto del mal. Todo esto no es cosa de buenos y malos. Hay buenos y hay malos, claro, hay mejores y hay peores, pero ni la crisis ni la masacre es cosa de los malos. Del mal absoluto. El mal absoluto no existe y no existe el bien absoluto. El bien y el mal están en cada uno de nosotros y depende de nosotros cuál de ellos se manifieste. La crisis y la masacre son una cuestión de intereses. La manifestación del domingo será para muchos una impostura o, como suele decirse ahora, mero postureo: defender en París lo contrario de lo que es práctica diaria.
A pesar de todo, yo soy Charlie Hebdo. Charlie Hebdo somos todos los decentes, aunque a la manifestación del domingo acudan también los indecentes. Je suis Charlie Hebdo.

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