Es decir, yo soy Charlie Hebdo, el
semanario satírico. Es como decir que estoy hecho de la misma
sustancia de la revista o de aquéllos que la alumbraban y nutrían.
He muerto y estoy herido, como los muertos y heridos por los AK64 que
asaltaron el semanario. Y mi sangre se mezcla con la sangre que
recorre las venas de Charlie Hebdo. Soy cada uno de los periodistas y
policías que fueron baleados por el yihadismo, para hacerles entrar
en razón mediante las supremas razones de los Kalashnikov. Con las
razones escritas en el Corán, aunque algunos olvidan,
interesadamente, me columbro, que hay razones idénticas escritas en
las páginas del Antiguo Testamento.
La masacre en el semanario Charlie
Hebdo y los brutales hechos posteriores son una ataque frontal a la
libertad de expresión y una demostración de la capacidad del ser
humano para exhibir su barbarie. Pero no son sólo eso: atentados
contra la libertad de expresión se cometen todos los días y no nos
escandalizamos, y las manifestaciones de barbarie suelen ser
habituales en nuestros telediarios. Son, sobre todo y esencialmente,
la prueba disparatada de la voluntad de unos pocos de imponerse a la
mayoría por cualquier procedimiento, incluso a costa de la libertad
de todos. Es exactamente lo mismo que trata de hacerse con la
resolución de la crisis, con desahucios, despidos y recortes en
lugar de Kalashnikov, pero tan efectivos y definitivos como ellos.
Soy de los que resisten con su razón
ante las razones de los que imponen su razón acabando con la vida de
los que los discuten.
Pero no soy de los que convertirán
a todos aquéllos que lleven túnica o turbante en terroristas o
asesinos, o al islamismo en paradigma del terrorismo. Como no
confundo, por citar nombres concretos de este lado de las creencias,
a Benito XVI, en otra época jefe de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, o Inquisición, con Ernesto Cardenal. Ni seré de
los que aboguen por desterrarlos de nuestros países o recluirlos en
guetos, separarlos de entre nosotros, como quien trata de librarse de
una pústula o una enfermedad. Ni de los que les exigirá ser como
uno de nosotros, vestirse como uno de nosotros, rezar a los mismos
dioses que nosotros. Aunque también cabría preguntarse qué y cómo
somos nosotros, todos nosotros y cada uno de nosotros, y quiénes
somos nosotros, nosotros, ese pronombre colectivo tan difuso.
¿Nosotros incluye a Le Pen, Rajoy y García Albiol, el alcalde
racista del PP, al arzobispo de Murcia, protector de pederastas, y al
de Alcalá de Henares, adalid de la homofobia, entre otros, a los
Botín y demás calaña bancaria? Si nosotros me incluye con todos
estos en el mismo pronombre personal, habré de plantearme idear
otros pronombres personales que admitan más matices, porque yo no
soy un desalmado, y estos son unos desalmados. No los devolveré a
Marruecos, Libia, Egipto,... No distinguiré entre seres humanos, no
defenderé el sistema de apartheid sudafricano, aquel que extendía
carnés por razas, como el nazismo imponía estrellas de colores. No
defenderé la venganza como forma de hacer justicia. No justificaré
ninguna muerte. Tampoco justificaré la injusticia. No cabe
justificación para la injusticia, ni siquiera cabe la explicación.
La injusticia también está detrás de los comportamientos bárbaros.
Los terroristas eran, al parecer, de
Al Qaeda Yemen. ¿Hemos olvidado que Al Qaeda fue una creación de la
CIA, financiado durante años por EEUU? Algunos querrían y necesitan
que lo olvidemos.
Siento aversión por los
terroristas. Por todos los terroristas. Al margen de su apariencia o
sus motivos. Y por aquellos que, sin llamarse terroristas, porque
toda perversión humana tiene el eufemismo adecuado, sobre todo si
está planificada desde la atalaya del poder, persiguen con sus actos
fines semejantes. Por ejemplo: los asesinos e ideólogos del 11M y el
11S, los autores materiales e intelectuales de las masacres de Sabra
y Chatila, los promotores y ejecutores de las recientes guerras de
Irak y Afganistán, y de otras geográficamente más próximas como
las de los Balcanes, Chechenia o Ukrania. Muchos de estos últimos
son personas respetables que dan lecciones de moral y han tenido la
desvergüenza de escandalizarse por el atentado de París e incluso
es posible que se manifiesten el domingo. Sólo son la
personificación del cinismo más obsceno. Por poner nombres,
pongamos los nombres de los cuatro de las Azores, los de los
parlamentarios que con su voto convalidaron sus decisiones y los de
los medios de comunicación que los justificaron, torciendo incluso
la verdad, porque la verdad, en estos casos, es un producto más en
el mercado y tiene un precio.
Siento desprecio por quienes quieren
administrar la democracia y la libertad con un dogal de miedo. Y
también aborrezco a los miserables, aunque se den golpes de pecho.
No tienen derecho a abanderar la libertad de expresión quienes
pretenden administrarla en medios de comunicación propios, mediante
leyes mordaza o consejos de redacción o administración obedientes o
sumisos. Rechazo a los que desde cabeceras periodísticas,
radiofónicas o televisivas se reputan defensores de la libertad de
expresión, cuando hace tiempo que vendieron su opinión por un plato
de lentejas. Detesto a los que se escandalizan por alegatos como Alá
es grande pero comparten sentencias como la de que Jesús es el hijo
unigénito del único dios verdadero, le único dios verdadero, ahí
es nada. Quizá convendría recordar que las tres grandes religiones
monoteístas, el judaísmo, el cristianismo y el islamismo surgen de
la misma raíz semítica, brotan del mismo tronco y se reconocen en
el mismo patriarca, Abraham, que se enriqueció gracias a la
esclavitud, que repudió a una esclava y al hijo común, Ismael, y
que no dudó en asesinar a su hijo Isaac, tras un monstruoso mandato
divino que se lo exigió en sacrificio. La estrella de David, la
media luna y la cruz sirven para provocar las mismas víctimas y
justificar a los mismos bárbaros, independientemente del vestido que
se pongan o el idioma en que hablen. Los tres símbolos son refugio
de la misma intransigencia y espada de cadalso para los mismos
desvalidos. Y usan lenguajes ampulosos y rebuscados para imponer sus
dogmas en el lugar de las verdades.
La cuarta religión monoteísta, el
mercado, también usa el lenguaje pretencioso y vacuo de la economía
para confundirnos y hacernos responsables del destino al que nos han
condenado. Aquello de habéis vivido por encima de vuestras
posibilidades, condenados insensatos.
Por todo esto soy Charlie Hebdo. Ser
humano y Charlie Hebdo seguramente sean la misma cosa. Aunque soy
muchas más cosas y muchos más seres humanos, no quiero olvidarlo ni
dejar de reseñarlo en esta hora crucial, aunque la relación
resultará incompleta. Por ejemplo:
Soy Salman Rushdie, condenado en un
fatwa a ser muerto por cualesquiera que pueda tener la
oportunidad para ello por haber escrito un libro, Los versos
satánicos, que permanece prohibido en India, Sudáfrica, Pakistán,
Arabia Saudí, Egipto, Somalia, Bangladés, Sudán, Indonesia,
Malasia y Qatar.
Soy todas y cada una de las víctimas
degolladas por ISIS, que no tendrán manifestación que las
reivindique, y soy cada uno de sus cautivos que esperan su degüello.
Soy la mujer o la niña secuestradas
por Boko Haram, para ser convertidas en esclavas sexuales o en bombas
ambulantes. Y soy cualquiera de los niños de la guerra. O de los que
han sido arrastrados a una vida de violencia por la locura de los
diamantes de sangre o de las minas de coltan.
Soy una niña condenada al
analfabetismo y la invisibilidad, y por eso me reconozco en la voz
valiente de Malala Yousafzay.
Soy un estudiante mejicano de entre
los 4000 asesinados por el ejército en la plaza de Tlatelolco en
1968 en un ejercicio de tiro al blanco. Y soy otro estudiante
mejicano de magisterio, secuestrado y asesinado por la alianza de
políticos y mafias del narcotráfico hace unos meses.
Soy cualquier de los negros
norteamericanos asesinados por la policía por el mero hecho de ser
negros. Ha sucedido en las últimas semanas, pero es una historia que
se repite desde que fueron llevados desde África para convertirlos
en esclavos.
Soy un manifestante de Tianamen.
Soy un manifestante en la primavera
de Praga en 1968, por lo que fui perseguido y encarcelado o muerto. O
un alemán en los ficheros de la Stasi.
Soy un comunista perseguido por el
estalinismo, y encarcelado, torturado o muerto.
Soy judío en el gueto de Varsovia y
en los campos de exterminio nazi. Y soy prisionero en Guantánamo, de
cuya ignominia el mundo entero tiene noticia sin que nadie en el
universo todo mueva un dedo para acabar con ella.
Soy un judío víctima del pogromo
nazi de la noche de los cristales rotos, que culminó con el incendio
del parlamento alemán y el fin de la democracia en Alemania.
Soy una víctima del sionismo, que
entre 1930 y 1948, con Ben Gurión como jefe, sembró Palestina de
atentados terroristas con miles de muertos.
Soy un preso de Bagram, vejado y
torturado por tropas estadounidenses. Y un detenido en Diwaniya,
torturado por soldados españoles.
Soy Miguel Servet, Giordano Bruno y
Galileo, condenados a la hoguera los dos primeros y obligado a
renegar de la verdad científica el último, por contradecir a las
autoridades eclesiásticas de la época, acaso no muy distintas de
los clérigos actuales que imparten la verdad desde los púlpitos, de
un modo no muy distinto y revestidos de una manera parecida a los
ayatolás.
Soy El Papus y El País, que
sufrieron las bombas de la triple A en una España no tan lejana. Y
las librerías Antonio Machado y Rafael Alberti, arrasadas por los
Guerrilleros de Cristo Rey un poco antes.
Soy Facu Díaz, de la Tuerka,
imputado por parodiar la corrupción del PP. Como fui Javier Krahe,
imputado por blasfemo. O Leo Bassi, amenazado por los Guerrilleros de
Cristo Rey por insultos a la religión católica, a quien se le puso
una bomba en el camerino del teatro Alfil.
Soy José Couso y Juantxu Rodríguez,
asesinados por tropas americanas cuando informaban de guerras
promovidas por EEUU.
Soy García Lorca y Miguel
Hernández.
Soy uno cualquiera de los 200 000
republicanos españoles que permanecen en las cunetas o en fosas
comunes, asesinados vil e impunemente por el franquismo triunfante.
Soy un abogado de Atocha, 55, la
noche del 24 de enero de 1977, asesinado a sangre fría por el
fascismo tardofranquista alimentado en las alcantarillas del estado
español.
Soy uno de los trabajadores
asesinados en Vitoria el 3 de marzo de 1976 por la policía. Manuel
Fraga era el ministro de Gobernación y Martín Villa el ministro del
sindicalismo vertical.
Soy Arturo Ruiz, asesinado por la
ultraderecha, María Luz Nájera, muerta por la policía, y Yolanda
González, secuestrada y asesinada por militantes de Fuerza Nueva,
estudiantes, símbolo y referencia de las decenas de muertos de la
transición española, trabajadores o estudiantes, manifestantes u
opositores, provocados por la ultraderecha de la Triple A, el
Batallón Vasco o Fuerza Nueva y la policía o la Guardia Civil en el
período de 1977 a 1980.
Soy Julián Grimau y Puig Antich,
ejecutados por el franquismo, tras ser torturados salvajemente y
condenados en juicios amañados, sin garantías. Dos nombres entre
las decenas de miles que corrieron similar suerte entre 1936 y 1975.
Soy Enrique Ruano, estudiante,
asesinado por la policía política franquista, y Pedro Patiño,
albañil y sindicalista de CCOO, asesinado por la Guardia Civil que
reprimía una huelga, dos entre los muchos muertos de la represión
política del franquismo, que contaba con policías, jueces, fiscales
y tribunales encargados de la persecución y represión política. Y
soy cualquiera de los torturados por la policía franquista en la
DGS, hoy sede del gobierno regional de Madrid, o en cualquier
comisaría o cuartel, cuya autoría tiene nombres y apellidos que la
casta política actual sigue protegiendo.
Soy Tierno Galván, García Calvo y
López Aranguren, catedráticos expulsados de la universidad por el
franquismo, por solidarizarse con las protestas de los estudiantes. Y
soy cualquiera de los maestros, maestras y profesores republicanos
purgados por el franquismo al final de la guerra civil.
Soy Aitor Zabaleta, asesinado por
miembros del Frente Atlético el 8/12/98 por ser vasco.
Soy cualquiera de las víctimas
inocentes de ETA o el Grapo.
Soy una de las 59 mujeres asesinadas
por el terrorismo machista durante 2014 en España. O una de las 57
de 2013, de las 57 de 2012, de las 67 de 2011, de las 85 de 2010, de
las 68 de 2009, de las 84 de 2008, de las 71 de 2007,... Tengo nombre
y apellidos, pero nadie se manifestará en mi nombre ni hará nada
por acabar con la lacra, algo de postureo al día siguiente de cada
muerte como mucho.
Soy vasco, catalán, gallego,
andaluz, manchego, extremeño,... Y soy charnego y catalino.
Soy un enfermo de hepatitis C,
esperando a ser otro de los 11 que diariamente mueren por negársenos
el tratamiento que nos curaría.
Soy un sintecho, al que han apaleado
o al que han intentado quemar en la caseta o en el cajero en el que
dormía, y en alguna ocasión lo han conseguido.
Soy un desahuciado.
Soy un parado de larga duración,
sin recursos, sin subsidios, y en mi situación está toda mi
familia. Si rebusco en contenedores la comida que los distribuidores
arrojan, arrostro el riesgo de ser multado con hasta 750 €.
Soy uno de los estafados con las
preferentes.
Soy Alfon, soy una víctima de los
montajes policiales para amplificar la persecución y criminalizar la
protesta contra la crisis, soy cualquiera de los manifestante
movilizados por el 15M o el 22S, de los que se reúnen en los
barrios, en las plazas, en el Retiro para debatir sobre la estafa de
la crisis y son identificados y multados por el mero hecho de
reunirse.
Soy gitano, soy homosexual, soy
negro, soy moro, soy sudaca, soy mujer,...
Soy un subsahariano al otro lado de
las vallas de Ceuta y Melilla.
Soy tantas personas y tantas cosas
invisibles, hechas desaparecer por le fulgor terrible del atentado de
Charlie Hebdo, por el interés de los que atentaron y por el interés
de quienes administran las noticias y los hechos y escriben la
historia, de los que ponen notas y conceden o niegan importancia a
los acontecimientos y a las personas. Hoy les toca el foco a los
asesinos de Al Qaeda y ayer tocó a los asesinos de ETA, nunca nos
toca a las víctimas de nada. Alguien dijo en sede parlamentaria “que
se jodan” refiriéndose a los parados, pero quieren decir que nos
jodamos todos, todos sin excepción.
¿Por qué hay que manifestarse el
domingo? Yo seré uno de los que también estará en París, aunque
no me mueva de Madrid, pero ¿por qué hay que manifestarse en París
el domingo? ¿Contra el terrorismo y por la libertad de expresión?
Habría que definir que entienden por terrorismo y por libertad de
expresión los convocantes y asistentes. ¿Están legitimados para
salir en defensa del semanario aquéllos que propugnan imponer el
catecismo en las escuelas? ¿Qué diferencia hay entre el
adoctrinamiento cristiano y las escuelas coránicas? ¿Legitimados a
hablar de terrorismo y libertad de expresión aquéllos que mantienen
los símbolos y los nombres franquistas en las calles, o la vigencia
del Valle de los Caídos, símbolo de la apología del franquismo, o
cualesquiera otro monumento similar, se niegan a dar cumplimiento a
la Ley de Memoria Histórica o siguen celebrando misas y festivales
en honor de los golpistas del 36, con la parafernalia de la bandera
del aguilucho incluida? ¿Qué hará Rajoy el domingo en París:
decidirá retirar la ley mordaza con la que quiere gestionar nuestra
opinión en España? ¿Estarán de Guindos, Montoro, Wert y
Santamaría, por ejemplo? ¿Estará Merkel del brazo del Deutsche
Bank? ¿Estarán los hombres de negro de Bruselas? ¿Qué interés
tienen en la vida o en la palabra los que aparecerán en las
fotografías de la manifestación del domingo? O los que guardaron un
minuto de silencio al día siguiente de los hechos en la puerta de
las instituciones que dirigen. ¿Hasta dónde les llega su interés
por las personas, si es que tienen algún interés en las personas?
El hombre no es un lobo para el
hombre, en contra del aserto de Hobbes. Hobbes sólo era un pensador
perezoso, que no profundizaba en las verdaderas causas. La masacre de
París no es un producto del mal. La crisis que nos asuela no es un
producto del mal. Todo esto no es un producto del mal. Todo esto no
es cosa de buenos y malos. Hay buenos y hay malos, claro, hay mejores
y hay peores, pero ni la crisis ni la masacre es cosa de los malos.
Del mal absoluto. El mal absoluto no existe y no existe el bien
absoluto. El bien y el mal están en cada uno de nosotros y depende
de nosotros cuál de ellos se manifieste. La crisis y la masacre son
una cuestión de intereses. La manifestación del domingo será para
muchos una impostura o, como suele decirse ahora, mero postureo:
defender en París lo contrario de lo que es práctica diaria.
A pesar de todo, yo soy Charlie
Hebdo. Charlie Hebdo somos todos los decentes, aunque a la
manifestación del domingo acudan también los indecentes. Je suis
Charlie Hebdo.
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