Treptower park, monumento a los 80.000 soldados soviéticos muertos en la batalla de Berlín
Berlín se parece a Madrid, dice
Clara. Y en alguna medida es cierto. Tienen una población similar,
aunque Berlín es más extenso, más verde y desafía menos la
estatura de los hombres, como diría Miguel Hernández. Las calles
son más anchas y las aceras, mucho más anchas. En todas las calles
hay un carril para las bicicletas que los berlineses recorren intensa
y alegremente. Hay zonas que recuerdan a Arapiles, es verdad, otras a
Almagro y alguna a Carabanchel. Pero son escandalosas las
diferencias. Berlín es una ciudad para sus ciudadanos, en tanto
Madrid siempre ha estado más pendiente de los coches. Cuando un
berlinés tiene que desplazarse, la sensación es que elige primero
caminar, luego la bicicleta, luego el transporte público y,
finalmente, el coche. Los tres ríos son elementos de vertebración
de la ciudad, no de extrañeza ni de lejanía entre sus márgenes. El
Manzanares es un río expósito, que actúa de frontera entre
barrios: lo de dentro es la ciudad y lo de fuera es extrarradio. Como
la M30, a pesar del dispendio faraónico del antiguo alcalde
ostentoso, ahora inquisidor y retrógrado.
La diferencia es la memoria. Berlín
hace tiempo que purga los residuos del nazismo y el estalinismo, se
ha convertido en un espacio de paz y convivencia y rinde homenaje a
las víctimas de la intransigencia y la barbarie. Madrid rinde
pleitesía con el nombre de 165 calles a franquistas, cómplices del
franquismo o simbología franquista: Comandante Franco, Agustín de
Foxá, Arriba España, Caudillo, Capitán Haya, Calvo Sotelo,...
Berlín ha limpiado hasta el último rincón, hasta el punto de que
no es posible identificar hoy día, ni siquiera a través del más
insignificante resto, ni uno sólo de los lugares por los que pasó el führer, como su famoso búnker, hoy una sencilla plaza, con
aparcamiento y parque de niños. Berlín recuerda los sitios de la
vergüenza, como las zonas desde donde partían los judíos
hacia los lugares de exterminio, con una placa, al menos, cuando no
con un sobrecogedor monumento,
como el Denkmal
für die ermordeten Juden Europas
(Monumento a los judíos de Europa asesinados), también llamado
Holocaust-Mahnmal
o
Monumento
del holocausto, situado una manzana
al sur de la Puerta
de Brandeburgo,
en Friedrichstadt,
y al costado de donde alguna vez estuvo el Reichspraesidentenpalais,
residencia de los presidentes de la era Weimar. El coste de la
construcción fue de 25 millones de euros,
aproximadamente.
En Madrid no hay nada que recuerde la lucha de los demócratas, ni
siquiera a los que fueron torturados y asesinados, salvo el monumento
a los abogados de Atocha, muertos por el fascismo tardofranquista. El
viejo edificio de la persecución y la tortura política, la sede de
la vieja Dirección General de Seguridad, donde se refugiaba la
policía política franquista, en Sol, hoy ocupado por la presidencia
de la Comunidad de Madrid, ni siquiera han colocado una placa en su
fachada para recordarlo, aunque seguramente todavía queden restos de
sangre por alguno de sus sótanos. La cárcel de Carabanchel,
símbolo, también, junto con otras en España, como la de Ocaña o
El Dueso, de la persecución política, ha sido derruida, sin que
nadie haya defendido su conversión en un centro de memoria de la
libertad y la democracia, por ejemplo. Por el contrario, en la propia
sede de la Asamblea de Madrid se suelen hacer ejercicios de defensa y
reivindicación del legado franquista, es decir, del horror de 40
años de dictadura. Franco ocupa una tumba en el Valle de los Caídos,
algo así como el lugar donde se exalta la memoria de los
facinerosos, y Fraga ha sido honrado como demócrata. Alemania entera
se flagelaría si a alguien se le ocurriera homenajear a Goebbels,
por ejemplo, de quien Fraga fue imitador aplicado.
Un pequeño recorrido por Madrid:
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