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domingo, 12 de junio de 2011

¿Y si la libertad no fuera esto?

Juan Genovés, Hombre colgado, óleo, 1965



Es decir, nuestro día a día. La pregunta es si nuestros actos reflejan diariamente el ejercicio de la libertad, si llenamos el día de decisiones, asumiendo en cada una de ellas nuestra responsabilidad. Los actos sin consecuencias no son actos de libertad, aunque lo parezcan.

Cuando entro en el hipermercado y recorro el mural de aparatos de TV, el hecho de examinar multitud de marcas, modelos, tamaños, prestaciones, ¿es un acto de libertad? En el hipermercado hay un cartel que dice que sí. O cuando recorro los expositores de ropa o los lineales de cualquier tipo de producto, la fruta, el chocolate o las lejías. Cuando recorro escaparates por cualquier zona o centro comercial.

¿De qué sirve poder elegir entre 100 aparatos de TV? ¿Y entre 5 operadores de telefonía y 4 de electricidad? Alguien dirá que introduce competitividad, mejora los servicios y abarata los costes. Es mentira. Cualquiera podría demostrarlo fácilmente. ¿Qué es la competitividad, por otra parte? Ojo, con ese concepto, que está lleno de trampas. ¿El hecho de poder elegir entre 100 aparatos y 5 o 4 operadores representa en realidad una elección, un acto de libertad? Y si lo es, ¿soy más libre cuantas más posibilidades de elección? Bastaría poner 1.000 aparatos en la exposición, en lugar de 100, para ser más libres. Con 10.000 seríamos extraordinariamente libres. Cuando había una sola compañía telefónica, una sola de gas, una sola de aviación, una sola de ferrocarril, ¿éramos menos libres? Es posible que, cuando no hubiera compañía telefónica, no hubiera, como consecuencia, libertad en el mundo. Hemos subido los instrumentos a pedestales. Cuando sale el sol por la mañana no puedo elegir entre dos amaneceres, sólo hay uno, distinto cada día. ¿Ejerce por eso la naturaleza una dictadura sobre nosotros? Tampoco puedo elegir entre atardeceres. Cada árbol da sus frutos y son esos. Y cada gallina pone sus huevos y son esos. Si en el lineal del supermercado todos los huevos son marrones, aunque de diferente marca -curioso matiz: iguales, marcas diferentes-, es porque alguien ha hecho la elección por mi. En el fondo, siempre alguien ha hecho una elección previa por mí. Es posible que todo esto nada tenga que ver con la libertad, aunque los vendedores siempre ponen la libertad ante mí. Y si no es un ejercicio de libertad, ¿por qué es un ejercicio disfrazado de libertad? ¿Para convertir al ciudadano en consumidor, al individuo en sujeto de consumo? Es decir, para desnudarlo de libertad.

El consumidor es un súbdito de los dioses del mercado. Ejercen de sacerdotes vendedores y agentes de la mercadotecnia.

Me viene al recuerdo una imagen. Es una noria, la vieja máquina hidráulica con su gran rueda y sus cangilones, la larga almijarra adonde se ata al burro por sus arreos. El burro elige siempre con qué pata inicia su trabajo, dónde coloca exactamente cada pezuña, pero no para de dar vueltas: un ronzal lo ata al recorrido circular, sin más opciones. Si el burro pensara, quizá concluyera que es esclavo de un sistema, quizá se rebelara, quizá descubriera que el sistema sin él se derrumba. Pero el burro no piensa.

Me pregunto hasta dónde ejerzo bien mi papel de burro obediente.

Incluso, cuando deposito mi voto en la urna, el acto supremo de mi libertad como ciudadano en una democracia, ¿hago un ejercicio de libertad? ¿O es, también, libertad disfrazada? ¿No es ese ejercicio la cesión de mi derecho a decidir sobre mi propia vida? ¿Lo cedo realmente o se me arrebata sibilinamente? El elegido, ¿no es mi mandatario? ¿Por qué se convierte en mi mandante?

¿Por qué los voto aunque se corrompan? Y lo que es peor: ¿por qué los voto cuando han convertido la política en un comercio? ¿Por qué hemos dejado la política es sus manos? ¿Por qué la política, que es tarea de todos, ha quedado en manos de profesionales? ¿Por qué la política es un mostrador de huevos morenos? ¿Para cuándo los huevos blancos?

¿Estamos abandonando la libertad para que otros decidan por nosotros?

Recuerdo que el miedo a la libertad convoca a los peores demonios, al fascismo por ejemplo. ¿A dónde nos conducirá esta dejación de libertad? Dejación que, a veces, parece desprecio.


BIBLIOGRAFÍA:
Storytelling, Christian Salmon, Península
No logo, Naomi Klein, Paidós

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