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jueves, 26 de mayo de 2011

Mesa camilla en París

Juan Genovés, Sintonía, 2010, acrílico sobre tela (sobre tabla)



No me he equivocado. Aunque lo parezca. Ni me he vuelto loco. Todavía. Si bien no me importaría andar contagiado de algún modo de locura: el mundo ha sido transformado gracias a locos formidables. Y admirables. Estamos aquí, este mundo es así gracias a los malvados y a los locos. Al egoísmo y a la generosidad del ser humano.

Esta bitácora se llama Mesa camilla en Madrid, eso es, y el título de la entrada es Mesa camilla en París. Correcto, no hay error. Es un homenaje a mí mismo -narcisismo y vanidad, qué le vamos a hacer, no soy perfecto- y a la bitácora que, con ese nombre, cerré hace dos meses y medio, más o menos. No pensaba volver, no vuelvo, pero es una manera de regresar. Me muevo entre la sinrazón y la duda, tampoco en eso soy perfecto: soy, en esencia, contradictorio. Y desmemoriado. Ni siquiera sé todavía por qué anduve dos años enredado con esa mesa camilla parisina, que ni era mesa camilla ni estaba en París.

Me debo una explicación a mi mismo.

Veamos.

En la primera entrada en 2008 expliqué las razones del nombre de Mesa camilla en París. Escribí literalmente -y lo repito porque explica, en parte, el nombre y la iconografía de esta nueva casa-: "El nombre forma parte de mi mitología personal. Salvo un corto paréntesis, en mi vida siempre ha habido una mesa camilla, con su redondez acogedora, sus faldas,… incluso, su brasero, a veces. No hay mejor sitio en este mundo donde jugar un parchís o una partida de cartas, o escribir una carta, sobre papel y con pluma estilográfica. Es el lugar democrático por excelencia, sin esquinas, sin cabecera. Lo de París es un homenaje a Casablanca, otro mito personal, y un homenaje a mí mismo, a mi corazón. Se dice que, cuando ya nada queda, queda la esperanza, es decir, queda París [véase, si no, la última escena de Casablanca], el lugar en el que son posibles todos los encuentros, con uno mismo y con quien se quiere o ama, donde la luz no es necesaria, porque va con uno mismo”. Sobre una mesa camilla uno puede emocionarse o pensar; yo he hecho ambas cosas.

En París vivo desde hace mucho tiempo, aunque viva en Madrid. Es ahí donde me reconozco. De París salgo para las rutinas y, durante estos dos últimos años, para sentarme a la mesa camilla y asomarme a otras bitácoras donde se escribe y se habla de lo divino y lo humano.

Dos años.

Alguien me dijo: -Un momento: tú no eres quien dices, tú eres un fantasma. Escribí mi última entrada: “Todo tiene su tiempo, el tiempo no es nada y la nada es lo único realmente perfecto”. Con una flor blanca sobre fondo negro. Y me refugié en París, donde la verdad es tangible, y me llevé mi mesa camilla. En París no hay fantasmas, cada uno es quien es, no hay lugar a confusiones, seguramente me había confundido en este mundo de acá, lejos del Sena. París no es real, lo sé, aquí habita la locura, pero no hay sueño que no hunda sus raíces en el mundo de los dementes.

En este mundo todo tiene su principio y su fin. Quizás en cualquier mundo. Mesa camilla en París tuvo su principio y ha tenido su fin. Punto. Conocí a gentes y desconocí a otras, es decir, me encontré con desconocidos que creí conocer desde siempre, y descubrí que eran extraños algunos conocidos de antes. Fue una bella aventura. Necesitamos habitar universos reconocibles y donde cada uno nos reconozcamos. Algo no funciona el día en que uno no es el que es. Es el momento de reencontrarse en el lugar donde sólo la verdad es posible porque sólo cabe el mensaje del balcón de los geranios, es decir, el origen del camino.

París es el lugar en el que, en mi universo imaginario, todas las cosas, todo cuanto se mira honestamente, todo cuanto se observa limpiamente, todo cuanto es humano, radicalmente humano, puede tener lugar. El refugio al que uno acude para reencontrarse y para reencontrar las verdades que le llevan a vivir, las claves de esas verdades y de esos principios.

No tiene sentido vivir de otra manera.

Desde entonces he estado viviendo en París, dándole continuidad a otra aventura que inicié, hace un año aproximadamente, por circunstancias ligadas a la mesa camilla. Comencé un embarazo, aunque los elementos de la semilla de ese embarazo llevaban años germinando, bastantes años, y en esa gestación estoy ahora y a ella dedico mi tiempo, esperando que el hijo del vientre me reconozca y resulte para mí reconocible. De momento es una gestación difícil. Como en toda gestación hay mareos, incomodidades, no hay caprichos, hay trabajo, en este caso no hay caprichos, pero es un embarazo trabajoso, sí. Las ecografías, de momento, me hacen sentirme contento: el corazón del niño late adecuadamente y se desarrollan bien sus órganos y extremidades. No sé si al final acabará siendo un aborto, espero que no, y que pueda hablar bien de mi. Los hijos acaban teniendo vida independiente, como es natural, por otra parte. Ahora mismo, en esas ecografías, no se sabe si es niña o niño, pero germina bien, necesita mucha dedicación y esfuerzo, y yo lo estoy haciendo que soy su padre y su madre. Ya anunciaré cuando se produzca el parto. De los partos normales uno sabe el día exacto y yo había puesto varias fechas pero no he conseguido cumplir con ninguna, quizá porque soy primerizo. Pero todo va adecuadamente.

Así que en eso estábamos. Lejos de todo lo que me había perturbado, en el lugar donde tengo todo identificado. Y con el embarazo. En el debate perpetuo que mantiene uno consigo mismo desde que dio el primer paso.

Pues cuando estaba allí, llegó una nueva perturbación: unos pocos muchachos recorrieron las calles de Madrid -y otras calles de España- y se quedaron en la Plaza de Sol, iluminándolo. Un grupo de derrotados, de olvidados -de indignados, dicen ellos- había sido capaz de reunir fuerzas, no sé si las últimas, para decir basta. Recordé los primeros versos de El payaso de las bofetadas de León Felipe:

                            Está loco y vencido y por ahora no es más que un clown... un payaso...
                            Lo sustantivo del español es la locura y la derrota...
                            y Don Quijote está loco, y vencido..., desterrado además...
                           Y con unos sueños monstruosos...
                            -Pero...Don Quijote....¿está loco y vencido?
                           ¿No es un héroe?
                           ¿No es un poeta prometeico?
                           ¿No es un redentor?
                           -Silencio! ¿Quién ha dicho que sea un redentor?
                           Claro que todos los redentores del mundo han sido locos y derrotados.
                           ...Y payasos antes de convertirse en dioses.

Dice José Luis Sampedro: “Las batallas se ganan o se pierden; lo importante es darlas”. Si no se dan, ni se ganan ni se pierden. Estos muchachos decidieron, desde su indignación, darse la oportunidad de perder todas las batallas. Como hacen los locos y los poetas. O como hacen los revolucionarios. Aunque sólo tengan su indignación y no sepan bien a donde se dirigen. Me pregunto, entre paréntesis: ¿Sé yo, sabes tú, a dónde nos dirigimos cada uno, aparte de cumplir con la rutina diaria?

Recordé, también, un libro que leí hace muchos años, de Paulo Coehlo. Paulo Coehlo es un escritor mediocre y un novelista mediano, pero leí ese libro. El Alquimista. No es exactamente una novela o es una novela a la que se podría aplicar la crítica que le dedicó Luis Varela a Pequeñeces de Luis Coloma: “La novela habría sido mejor sin ser parábola, la parábola mejor sin ser novela y el sermón requetemejor sin ser novela ni parábola”. Cuento la historia como la recuerdo: un pastor andaluz decide un día que su misión en este mundo no es la de ser pastor de ovejas, sino que está destinado a una tarea más alta, cual es encontrar un tesoro. Vende sus ovejas y parte en busca de su tesoro. Recorre el norte de África, vive aventuras diversas, incluso está a punto de morir en dos ocasiones. Un día sueña con ese tesoro y lo ve bajo el jergón en el que siempre había dormido. Es decir, su tesoro siempre había estado con él, aunque él había sido incapaz de verlo.

Mesa camilla en París no volverá a abrirse nunca. La de Madrid no se parecerá a ella. Yo seguiré viviendo en París, porque allí siempre tuve mi jergón. Sé desde hace tiempo que mi tesoro está conmigo y sólo depende de mi acrecentarlo o perderlo. Estos muchachos han descubierto que el tesoro siempre estuvo en sus manos, como el pastor. Y yo he aprendido de estos muchachos que Madrid es un buen sitio para instalar la mesa camilla. Es posible que resulten derrotados, pero ellos ya se han hecho con su tesoro: la convicción de que las cosas se pueden hacer de otra manera. No creo que lo dejen escapar. Son fuertes. Mesa camilla en Madrid hará por su convicción lo que pueda. Uno, alguna vez, se pareció a ellos. Las cosas acabarán haciéndose de otra manera.

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