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León Felipe, estatua en el parque de su nombre, Zamora
Tengo que poner orden en los libros.
De repente he necesitado leer un poema de León Felipe, ese que habla
de la piedra pequeña y ligera del camino, el guijarro humilde de las
carreteras, que figura en Versos y Oraciones del Caminante, no sé si
comienza con esos versos. Uno necesita a veces leer cosas concretas,
como necesita en ocasiones oír determinada palabra o escuchar cierta
música, un composición precisa. Es un librito diminuto, publicado
por una editorial mejicana, creo que es mejicana, allá por 1970, más
o menos. Y no lo encuentro, así que debo poner orden en los libros.
Quizá deba poner orden en mi vida. Cuando uno tiene que poner orden
en sus libros, ha de poner orden en su vida. Es decir, en sus
emociones, en sus sentimientos. Es tanto como decir poner orden en
los miedos. Los libros representan las emociones de nuestra vida. Si
se es capaz de hacer una cronología de las lecturas, se está en
disposición de reconstruir una biografía. De las lecturas y de las
músicas. Las palabras y los sonidos -y, tal vez, los paisajes-
configuran una vida y determinan el ADN que heredarán nuestros
hijos.
Hace tiempo que vencí los miedos y
me encuentro, por otra parte, cómodo con cierto desorden en las
emociones y sentimientos. O sea, que sólo pondré orden en los
libros. Me parece bien que la vida siga siendo una aventura. No hay
aventura sin una cierta improvisación en el camino. De hecho, mis
lecturas están muy alejadas de la planificación y el orden: leo las
cosas como me van cayendo, como me pide el cuerpo o como me alcanza
la intuición. Son los libros los que me eligen a mi.
Por lo tanto, me he puesto a buscar
en internet. Y he encontrado el poema, claro, y lo he leído. Lo
pongo al final. Internet es el bazar o el trastero donde uno halla
cualquier cosa. Y he encontrado mil perfiles de León Felipe, tantos
como diversa y contradictoria fue su vida. Él decía de sí mismo que
era un poeta prometeico. Por Prometeo, supongo. Prometeo era un titán
amigo de los mortales que robó el fuego a los dioses para entregarlo
a los humanos, hecho por el que fue castigado. Supongo que él se
sintió prometeico porque nos entregó el fuego de la palabra,
arrebatándosela a los malvados que tenían la pistola. Ellos tenían
la pistola y León Felipe tenía la palabra. Me llevo la palabra,
dijo, cuando se exiliaba. Pero no se la llevaba para esconderla o
patrimonializarla, sino para devolverla a la gente normal, a quien le
había sido arrebatada, aquélla que hablaba alto para anunciar: que
viene el lobo, que viene el lobo, sin que nadie quisiera escucharlo.
Y vino el lobo. Y se quedó 40 años.
Pues internet me recordó que nació
en un pueblo de Zamora, que en Zamora hay un parque con su nombre y
que en el parque hay una estatua en su honor. No lo recordé cuantas
veces estuve en Zamora, la última hace unos años. Hubiera ido a
leer un poema a sus pies. O diez poemas. Como leí a Gerardo Diego
junto al Duero y a Antonio Machado por las calles de Soria. Los
sitios en los que han estado los poetas o donde se les recuerda
tienen un no sé qué mágico.
Hace muchos años viví en un
edificio de Argüelles, frente a la esquina de la Casa de las Flores,
donde vivió Neruda y estuvo Hernández o Lorca, por ejemplo. Mi
ventana miraba directamente al balcón de la Casa de las Flores, y yo
los imaginaba a ellos allí, e imaginaba a Hernández repentizando
décimas por una apuesta. Cogía mis tomitos de Losada y leía. Había
un loro o papagayo que lanzaba su estentórea cantinela y yo lo
maldecía. Y llegué a pensar que aquel loro era una parábola de la
dictadura: había sustituido las voces por psitácidas.
Tengo que ir a Zamora a leerle a
León Felipe sus poemas. La última vez me arrebató el Duero.
Así
es mi vida,
piedra,
como tú. Como tú
piedra pequeña:
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia...
como tú, piedra aventurera...
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda...
piedra pequeña
y
ligera...
piedra,
como tú. Como tú
piedra pequeña:
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia...
como tú, piedra aventurera...
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda...
piedra pequeña
y
ligera...
León Felipe
Versos y oraciones del caminante.
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