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jueves, 3 de febrero de 2011

León Felipe y los libros


León Felipe, estatua en el parque de su nombre, Zamora



Tengo que poner orden en los libros. De repente he necesitado leer un poema de León Felipe, ese que habla de la piedra pequeña y ligera del camino, el guijarro humilde de las carreteras, que figura en Versos y Oraciones del Caminante, no sé si comienza con esos versos. Uno necesita a veces leer cosas concretas, como necesita en ocasiones oír determinada palabra o escuchar cierta música, un composición precisa. Es un librito diminuto, publicado por una editorial mejicana, creo que es mejicana, allá por 1970, más o menos. Y no lo encuentro, así que debo poner orden en los libros. Quizá deba poner orden en mi vida. Cuando uno tiene que poner orden en sus libros, ha de poner orden en su vida. Es decir, en sus emociones, en sus sentimientos. Es tanto como decir poner orden en los miedos. Los libros representan las emociones de nuestra vida. Si se es capaz de hacer una cronología de las lecturas, se está en disposición de reconstruir una biografía. De las lecturas y de las músicas. Las palabras y los sonidos -y, tal vez, los paisajes- configuran una vida y determinan el ADN que heredarán nuestros hijos.
Hace tiempo que vencí los miedos y me encuentro, por otra parte, cómodo con cierto desorden en las emociones y sentimientos. O sea, que sólo pondré orden en los libros. Me parece bien que la vida siga siendo una aventura. No hay aventura sin una cierta improvisación en el camino. De hecho, mis lecturas están muy alejadas de la planificación y el orden: leo las cosas como me van cayendo, como me pide el cuerpo o como me alcanza la intuición. Son los libros los que me eligen a mi.
Por lo tanto, me he puesto a buscar en internet. Y he encontrado el poema, claro, y lo he leído. Lo pongo al final. Internet es el bazar o el trastero donde uno halla cualquier cosa. Y he encontrado mil perfiles de León Felipe, tantos como diversa y contradictoria fue su vida. Él decía de sí mismo que era un poeta prometeico. Por Prometeo, supongo. Prometeo era un titán amigo de los mortales que robó el fuego a los dioses para entregarlo a los humanos, hecho por el que fue castigado. Supongo que él se sintió prometeico porque nos entregó el fuego de la palabra, arrebatándosela a los malvados que tenían la pistola. Ellos tenían la pistola y León Felipe tenía la palabra. Me llevo la palabra, dijo, cuando se exiliaba. Pero no se la llevaba para esconderla o patrimonializarla, sino para devolverla a la gente normal, a quien le había sido arrebatada, aquélla que hablaba alto para anunciar: que viene el lobo, que viene el lobo, sin que nadie quisiera escucharlo. Y vino el lobo. Y se quedó 40 años.
Pues internet me recordó que nació en un pueblo de Zamora, que en Zamora hay un parque con su nombre y que en el parque hay una estatua en su honor. No lo recordé cuantas veces estuve en Zamora, la última hace unos años. Hubiera ido a leer un poema a sus pies. O diez poemas. Como leí a Gerardo Diego junto al Duero y a Antonio Machado por las calles de Soria. Los sitios en los que han estado los poetas o donde se les recuerda tienen un no sé qué mágico.
Hace muchos años viví en un edificio de Argüelles, frente a la esquina de la Casa de las Flores, donde vivió Neruda y estuvo Hernández o Lorca, por ejemplo. Mi ventana miraba directamente al balcón de la Casa de las Flores, y yo los imaginaba a ellos allí, e imaginaba a Hernández repentizando décimas por una apuesta. Cogía mis tomitos de Losada y leía. Había un loro o papagayo que lanzaba su estentórea cantinela y yo lo maldecía. Y llegué a pensar que aquel loro era una parábola de la dictadura: había sustituido las voces por psitácidas.
Tengo que ir a Zamora a leerle a León Felipe sus poemas. La última vez me arrebató el Duero.


Así es mi vida,
piedra,
como tú. Como tú
piedra pequeña:
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia...
como tú, piedra aventurera...
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda...
piedra pequeña
y
ligera...

León Felipe

Versos y oraciones del caminante.

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