
Estos días estaba tratando de reflexionar sobre el gris. Estos días el gris y el azul son dos colores que me obsesionan. Tanto es así que no consigo avanzar en otras cosas, con las que me tropiezo y me embarranco. Ahora mismo estoy atascado en el mismo punto en que me atasqué hace una semana y hace quince días.
La obsesión no es una estado enfermizo ni una actitud morbosa. Al contrario. En mi caso tiene que ver más con la rebeldía.
El azul tiene que ver con la luz y el gris con la oscuridad. Como en los tópicos.
He escrito “estoy tratando”. Debería escribir: “se me impone”. Como le ocurría a Unamuno con sus personajes en Niebla. Con la reflexión uno responde a sus demonios. Aunque escribir es un acto de libertad, también es un debate con uno mismo, del que surgen glorias y miserias, contradicciones, vacíos, el vacío de la ignorancia. Uno escribe, parece estar vertiendo y, en realidad, aprehende, aprehende y aprende, es decir, se libra de lo desconocido y atrapa respuestas a preguntas que lo torturan. Uno escribe para entenderse. Dice que para entender, pero es para entenderse. No desconocemos el mundo, nos desconocemos a nosotros. Y nuestro propio desconocimiento nos lleva al desconocimiento de lo demás.
Por eso me vino a la memoria el poema de León Felipe sobre la piedra pequeña del camino. Uno trata de determinar lo que no es, para saber lo que probablemente sea; no lo que es, porque nunca sabe lo que es.
Y tuve que copiar ese poema que llamé 6 de febrero, aunque fue escrito el 31 de diciembre de hace dos años, con una finalidad y en un contexto muy concretos.
Yo quería escribir sobre el gris. En verso, en un poema. Porque un poema da la libertad expresiva que no permite ningún otro medio. Puedo utilizar claves y puedo sugerir respuestas, sin que las respuestas me comprometan, porque no conozco las respuestas.
Quería escribir pensando en una persona concreta, lo necesitaba de ese modo. Siempre pienso en personas concretas cuando escribo. Un relato, por ejemplo, sale mejor si uno se imagina en la penumbra, frente al fuego, desgranando lentamente las palabras y transmitiendo las emociones con pequeñas inflexiones que sólo ciertas palabras permiten. Con los ojos entrecerrados, como si el relato fuera un recuerdo o una leyenda del pasado.
Y tenía que ser el 6 de febrero porque el 6 de febrero es su cumpleaños.
Pienso en el azul y siempre me vienen imágenes muy concretas. Un cielo limpio y luminoso, casi transparente, cristalino, que se llena con la música del silencio. Y un mar extenso, casi infinito, que se funde con el horizonte y se traga o nos devuelve los barcos que lo surcan, como si fueran barcos de papel hechos con nuestras manos, como los mensajes de los náufragos.
Vienen más imágenes, pero estas dos casi siempre acuden cuando pienso en el azul.
Ya sé que decir azul o decir gris no significa nada. Ni el gris ni el azul existen, ya lo sé. Sólo es el modo que tiene nuestra retina de captar el grado de absorción que de la luz tienen los objetos. En realidad, si hemos de hacer caso a Damasio, ningún objeto es sino la representación que de él hace nuestro cerebro. Aun así, los colores nos llenan de emociones, lo saben bien los publicistas. Para nosotros son una realidad tangible. No se pueden tocar pero se pueden ver. A mí el azul me llena de optimismo. Siempre estuvo presente en escenarios de luz, paz y armonía, así que no puedo separarlo de la amistad y el amor.
El gris es otra cosa. Tiene que ver con el extravío, con la oscuridad, con la lejanía. Con la ausencia. La ausencia es gris. El gris es el color que transita entre la noche y el día. Y nunca se tiene certeza del amanecer. La ignorancia nos viste de gris. Y el dolor. Dolor e ignorancia son con frecuencia la misma cosa. La miseria también es gris. Y la injusticia. El Roto reflexiona con el gris.
Uno se obsesiona con el gris cuando no tiene respuestas. No digo preguntas, las preguntas se formulan cuando uno tiene las respuestas. O dicho de otro modo más preciso: entre pregunta y respuesta hay una relación dialéctica. La respuesta llega cuando uno entiende la pregunta o uno se formula la pregunta cuando tiene a mano la respuesta. La respuesta está implícita en las preguntas. Uno se interroga sobre la oscuridad cuando empieza a adivinar la luz. Sólo el ignorante y el necio no se hacen preguntas. El sabio es una persona llena de dudas.
Bien. Pues llevaba quince días tratando de escribir un poema desde el gris, para acabar en el azul. ¿Un recorrido iniciático entre la noche y el día, de la oscuridad a la luz? No lo sé. Del gris al azul. Y que sirviera, al mismo tiempo, de regalo de cumpleaños. Pero no me valió nada. Hay dos folios de versos que no sirven para nada. Ni riman, ni tienen música, ni dicen nada, pareciera que hay una enemistad, una inquina entre las palabras, que no se encuentran. Son dos folios de desencuentros de palabras. No hay peor descarrío que el que se sufre entre las palabras. Las palabras tienen que encontrarse para decir algo, las palabras por sí solas no son nada, necesitan del hallazgo armónico para decir algo. Las palabras son como las personas, son las personas, son nosotros a la búsqueda de una respuesta, de un orden armonioso que les dé sentido. Las palabras son un montón de letras hasta que significan algo. Azul tiene el significado de los paisajes que hablan.
Las palabras sufren su propio extravío.
Continuaré con mi meditación obsesiva sobre el gris. Quizá consiga decir algo. Si digo algo, tendrá sentido.
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