Francisco de Goya, Saturno devorando a sus hijos
Ayer
publiqué una entrada sobre el asesinato de los abogados laboralistas
de Atocha, Madrid. No era así como la tenía programada. Era más
larga. Con una prolija reflexión sobre el momento histórico. Pero,
al final, tras varios retrasos dubitativos, decidí recortarla y
dejarla como se ve. No era día sino de recuerdo y homenaje. La
reflexión hay que hacerla, sí, pero otro día. Inicialmente, pensé
que ese otro día podía ser hoy, el siguiente, cuando ya la emoción
ha hecho su recorrido. Pero tampoco. No. Mañana o pasado, unos días
después.
Diez años
después de la matanza estaba en el hospital. Aguardaba el nacimiento
de mi hijo, que se esperaba de un momento a otro. Los médicos me
enviaron a casa. Ya me avisarían, me dijeron. Pero no les dio
tiempo. Cuando llegué a primera hora de la mañana, el niño había
nacido, una hora antes, diez años y un día después de la tragedia.
Un tiempo que parecería la medida de una condena. El niño tenía la
clavícula derecha rota, aunque nadie lo había advertido. Le
inmovilizaron el brazo del mismo lado con una venda y, en una semana,
la fractura era un tema olvidado.
A veces,
nuestras vidas son una parábola de la historia. No me importaría
que mi vida fuera una parábola de la historia de mi país. Quizá la
historia de mi país se pudiera escribir de otra manera. Menos
trágica, más amable.
Hoy me quedo
con lo que sucedió diez años y un día después. Es un cumpleaños.
La muerte de aquellos hombres deja un legado de vida mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario