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lunes, 25 de enero de 2010

24 de enero, un día después


Francisco de Goya, Saturno devorando a sus hijos



Ayer publiqué una entrada sobre el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha, Madrid. No era así como la tenía programada. Era más larga. Con una prolija reflexión sobre el momento histórico. Pero, al final, tras varios retrasos dubitativos, decidí recortarla y dejarla como se ve. No era día sino de recuerdo y homenaje. La reflexión hay que hacerla, sí, pero otro día. Inicialmente, pensé que ese otro día podía ser hoy, el siguiente, cuando ya la emoción ha hecho su recorrido. Pero tampoco. No. Mañana o pasado, unos días después.

Diez años después de la matanza estaba en el hospital. Aguardaba el nacimiento de mi hijo, que se esperaba de un momento a otro. Los médicos me enviaron a casa. Ya me avisarían, me dijeron. Pero no les dio tiempo. Cuando llegué a primera hora de la mañana, el niño había nacido, una hora antes, diez años y un día después de la tragedia. Un tiempo que parecería la medida de una condena. El niño tenía la clavícula derecha rota, aunque nadie lo había advertido. Le inmovilizaron el brazo del mismo lado con una venda y, en una semana, la fractura era un tema olvidado.

A veces, nuestras vidas son una parábola de la historia. No me importaría que mi vida fuera una parábola de la historia de mi país. Quizá la historia de mi país se pudiera escribir de otra manera. Menos trágica, más amable.

Hoy me quedo con lo que sucedió diez años y un día después. Es un cumpleaños. La muerte de aquellos hombres deja un legado de vida mejor.

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