Lo
oía esta mañana en la radio, a propósito de lo que hará la gente
este fin de semana. Alguien enviaba un correo a la emisora y decía
que se proponían hacer una gran sardinada en la barbacoa para toda
la familia, porque habían conseguido el Certificado de Idoneidad
para Adopciones Internacionales. Y me he dicho: o sea, que hay que
pasar por tribunales y especialistas para que se nos acepte como
candidatos para adoptar. Bien. Nunca entendí estas cosas. No que la
sociedad exija el cumplimiento de un perfil mínimo para que un niño
forme parte de una familia, sino que esa exigencia se limite a las
adopciones. Aquí cualquiera echa un polvo y se convierte en padre o
madre. No se le exige un nivel cultural, un nivel mínimo de ingresos
que garantice el futuro del hijo, un equilibrio sicológico, una
estabilidad familiar…. Eso da igual. Un polvo da derecho a un hijo,
sin más, pero quien desea tenerlo sin pasar por el embrión,
mediante la adopción, tiene que acreditar que cumple con los
requisitos de un catálogo amplio y exigente. Un niño adoptado tiene
que vivir en una familia con una economía saneada, pero un hijo
biológico puede vivir en una chabola, entre ratas y excrementos. Un
niño adoptado debe tener garantizado un proyecto aceptable de vida,
pero un hijo biológico puede estar condenado a la miseria, al
maltrato, al abandono. Por eso digo que nunca entendí estas cosas.
Quizás empiece a entenderlas el día en que para ser padres
biológicos también haga falta obtener un Certificado de Idoneidad.
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