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lunes, 12 de septiembre de 2011

12S



Para mí el 11S fue el 12 de septiembre. Sólo entonces me enteré de lo que había sucedido en la mediodía española del día anterior. Estábamos comiendo para celebrar un cumpleaños y para hablar de una oferta de trabajo. Mi amiga, que se marcharía a Valencia por aquella oferta, recibió un mensaje en el móvil: un avión se acababa de estrellar contra una torre de Nueva York. Habrá sido una avioneta, dijimos, cómo va a ser un avión. Y terminamos la comida pensando que un zumbado americano se había estrellado con su avioneta en alguna torre, sin más consecuencias. Pero había sucedido el 11S. Yo no lo supe hasta la mañana del día siguiente, es decir, hasta el 12S, cuando puse la radio y empecé a leer los periódicos. Quién podía imaginarlo.

Me interesa el 12S.

Diez años después, mi amiga ha perdido su trabajo. La promotora ya no necesita en Valencia a nadie para captar y gestionar el suelo. Tienen terrenos en cartera para una decena de años más, se han enriquecido, tienen colocados sus beneficios en los mercados financieros, es decir, tienen la sartén por el mango, y las deudas se han quedado en la Caja del Mediterráneo y en manos de particulares que, quizá, como mi amiga, tendrán problemas para pagar sus hipotecas. Uno tiene la impresión de que aquella oferta de empleo y el atentado surgen de la misma raíz, aunque parezcan cosas bien distintas. Es decir, hablan de un mundo agotado. El despido de mi amiga, la crisis económica, social y política, y la forma de recordar el décimo aniversario del atentado, el atentado mismo, son la prueba de modelo equivocado.

Hay quien dice que en ese día empezó el siglo XXI o que en ese día cambió el mundo para siempre. No. Ese día, una alianza tácita y sangrienta entre desfavorecidos del sistema y fanáticos decidieron golpear contra quien representa mejor que nadie la forma actual de entender y administrar el mundo. Y lo hicieron en su casa, contra los símbolos de su poder, es decir, su economía (las torres) y su ejército (el Pentágono).

El mundo había cambiado para siempre mucho antes, el 9 de noviembre de 1989, con la caída del muro de Berlín. Mejor dicho: el 9 de noviembre se escenifica el cambio irreversible con la caída del muro, pero el cambio seguramente se había iniciado con el final de la II Guerra Mundial. Porque se trata de un sistema, de un modo de entender el mundo, de configurar la sociedad y de administrar el sitio en que vivimos liderado por EEUU. La caída del muro de Berlín concede el triunfo a ese modelo pero no garantiza su éxito, aunque lo aparente, ni le concede la aquiescencia de la sociedad mundial.

El 11S es la prueba trágica. Las desigualdades del modelo acrecienta la brecha entre los mundos, acumula odios y termina por gestar alianzas que explicarán el terrorismo de Al Qaeda y, en general, el resentimiento hacia occidente. Quien piense que el modelo soviético, llamado del socialismo real, el derrotado con la caída del muro de Berlín, era el modelo alternativo se equivoca. El modelo soviético no es otro modelo, aunque lo diga la propaganda, es el mismo modelo, sólo que de capitalismo de estado. El auténtico socialismo, el que concede el protagonismo al ser humano y pone el acento en la gestión democrática de la sociedad y los recursos había sido derrotado en la II Guerra Mundial, fue el derrotado colateral. E, incluso, mucho antes, con el estalinismo y, posteriormente, con la guerra fría, por la preminencia definitiva de EEUU sobre occidente.

La primavera de Praga y el golpe de estado contra Salvador Allende son la prueba de lo que decimos. La caída del muro de Berlín arrumba un nuevo experimento (Gorbachov) para aunar democracia y socialismo, y entrega la gestión del mundo a un capitalismo extremo, salvaje, del que el ser humano queda definitivamente excluido, articulado por una falsa ideología, el pensamiento único llamado neocon.

El 12S es el primer día de una era en que cualquier acto de occidente no necesita explicación. El terrorismo lo justifica. Es occidente contra el terrorismo. No es occidente contra sus errores e injusticias, sino occidente contra el terrorismo, es decir, por la salvación de la civilización contra la barbarie. La guerra de Afganistán es el primer paso en este nuevo orden. Y la guerra de Irak, la consolidación. Las guerras se convierten en un negocio y en medio para el control del mundo (incluso de los propios países: no en vano el 11S ha supuesto una restricción de las libertades y la democracia en occidente) y, sobre todo, de las materias primas y los recursos energéticos.

Detrás de las guerras, las materias primas y las energías fósiles están los mismos grupos de presión y los mismos intereses que están detrás de la crisis financiera que produjo la crisis económica actual. Basta echar un vistazo al accionariado de las grandes compañías y recordar el verbo fácil del hermano menor de Bush cuando, para justificar la presencia española en la guerra de Irak, prometía grandes beneficios a su término.

Propongo un sencillo ejercicio de aritmética. Tómense nota de los siguientes datos: costes de las guerras de Afganistán e Irak, costes de la inyecciones de dinero en los bancos para evitar su quiebra. Súmense. Deuda de EEUU al día de hoy. Compárense. Resumen: el 11S supuso un gran negocio en términos económicos y de restricción de libertades. El desempleo de mi amiga es un tributo en ambos sentidos.

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